CRÓNICA

Siete días de infarto

photo_camera Un Rajoy emocionado recibe el aplauso de los miembros de su Gobierno.

Días de negociaciones desmentidas, promesas que se mantenían solo durante horas, consideraciones de todo tipo que incluso rozaban el chantaje, filtraciones de noticias falsas que no tenían más objeto que distraer al contrario, o engañarlo, y cambios de ánimo que apenas duraban minutos

Rajoy recoge sus cosas en Moncloa y Pedro Sánchez, como nuevo presidente, elegirá su nuevo equipo de gobierno este fin de semana. Quedan atrás sentimientos de consternación y tristeza por una parte –las del PP- de euforia e incredulidad en otra –PSOE-, más euforia todavía en los partidos independentistas, y euforia también en un Podemos que en poco tiempo exigirá cotas de poder. En cuanto al partido de moda que aspira a todo, Ciudadanos, hay sentimientos encontrados: comenzaron negociando el apoyo a la investidura a cambio de elecciones a corto plazo, de las que se consideraba seguro ganador, pero se encontraron con un Sánchez que no quería ni hablar del asunto. Finalmente no apoyaron la moción,  pero queda en el aire si para su objetivo final de crecimiento es bueno o malo que Rajoy ya no esté al frente del Ejecutivo.  

Desde que Sánchez anunció la moción de censura, hasta que se produjo la votación, transcurrieron siete días de infarto. De negociaciones desmentidas, promesas que se mantenían solo durante horas, consideraciones de todo tipo que incluso rozaban el chantaje, filtraciones de noticias falsas que no tenían más objeto que distraer al contrario, o engañarlo, y cambios de ánimo que apenas duraban minutos. Con un foco centrando todas las incógnitas: si Rajoy presentaría su dimisión antes de que se produjera la votación y bloqueara la moción. Desde su entorno se transmitió siempre que no era su intención porque sus tanteos a otras fuerzas le auguraban que ni él, ni ningún otro candidato del PP, tendría los votos necesarios. 


CORTEJO AL PNV


El PNV  fue el partido más cortejado por PP y PSOE y su portavoz parlamentario Aitor Esteban se vio en el centro del huracán aunque los veteranos de la política sabían perfectamente que  la posición del partido vasco no se tomaría en el Congreso sino en Bilbao, en Sabin Etxea, donde está en poder, el que ejerce Andoni Ortúzar. Y Ortúzar, como todos los presidentes del PNV, no negocian más que con los presidentes. El respeto por sus sucesivos portavoces es total, pero nada pueden prometer a los portavoces de otros partidos.

Rajoy por tanto llevaba las negociaciones personalmente, igual que hizo con los Presupuestos Generales del Estado, pero en esta ocasión encontró un interlocutor duro de pelar. A Ortúzar no le gusta Sánchez, no le considera un político de peso,  pero tampoco le gustaba aparecer  como el socio de un Rajoy al que España rechazaba como corrupto funcional tras la sentencia  que le consideraba un presidente no creíble porque negaba “la caja B”. De nada servía que la sentencia no fuera definitiva, ni que ese tribunal no era el que decidía sobre “la  caja B”: Rajoy y el PP habían quedado marcados por la corrupción y el PNV no quería salir contaminado. Sin embargo el apoyo sería seguro para el PP si Sánchez llegaba a un acuerdo con Rivera para celebrar elecciones inmediatas: el PNV no las quiere, podría ganarlas Ciudadanos. Por último, la promesa de Sánchez de aceptar los PGE de Rajoy fue definitivo: sus cinco votos serían de apoyo a la moción. 

Apenas dos días antes de que se iniciara el debate, llegaba desde Barcelona una noticia que movía el tablero:  Quim Torra renunciaba a nombrar consejeros de su gobierno a los cuatro presos o prófugos de la Justicia y se avenía a nombrar a cuatro personas “limpias”. Un nuevo elemento a tener en cuenta de cara a la moción. Rajoy y Sánchez  estaban decididos a desactivar el 155 porque la moción aprobada en el Senado obligaba a levantar el 155 en cuanto hubiera nuevo gobierno en Cataluña. Una vez más Rivera mantenía una posición contraria a la de Sánchez y Rajoy, con los que no tiene buenas relaciones personales. 

negociaciones

Sánchez siempre negó las negociaciones, se refería a ellas como “conversaciones de cortesía”  con otros partidos, y al principio se creyó al líder socialista. Hasta que los interlocutores de José Luis Ábalos, su secretario de organización, empezaron a explicar su contenido. Todo quedó aún más claro cuando la “conversación de cortesía” de Ábalos con el portavoz del PDeCAT se prolongó durante hora y media. A partir de entonces ya fue evidente que no se trataba de encuentros de cortesía. En el debate de investidura se comprobó que se habían llegado a algunos compromisos con PDeCAT y ERC, porque Sánchez se refirió a conciliación y diálogo pero los independentistas pronunciaron un término que provoca inquietud: soberanía compartida. Con el transcurso del tiempo se sabrá exactamente qué compromisos ha adquirido Sánchez con los independentistas, pero en principio  lo escuchado en el debate de investidura no augura nada bueno.


EL ETERNO TRIO NEGOCIADOR


Ábalos, Villegas y Maillo por el PP son los que negocian todo en la España política desde hace meses. Se llevan bien y se hablan con más confianza que sus respectivos líderes, pero cada uno va a lo suyo. Maíllo, hombre de confianza de Rajoy, se esforzó  en convencer a Villegas de la falta de credibilidad de Sánchez cuando prometía  a Ciudadanos que, si le apoyaba convocaría elecciones, pero no fijaba fecha. El vicesecretario del PP  le decía a Villegas que  esas convocatoria era una quimera e intentó por todos los medios convencer a  Ciudadanos de que se inclinara por la abstención. ¿La razón? El PNV se negaba a abstenerse si no lo hacía Ciudadanos, porque  aparecería como el único partido –aparte de los minoritarios-  dispuesto a impedir que Rajoy fuera desalojado de la presidencia. El elemento decisivo para el PNV había sido el anuncio del apoyo a los Presupuestos.

En las horas cruciales, antes de conocer la decisión de Ortúzar, las presiones del PP y de Rajoy al PNV se basaron sobre todo en los aspectos económicos,  hacia lo que es muy sensible el partido vasco. Porque sus votantes son mayoritariamente personas a las que importa la estabilidad de futuro, las empresas,  que se mantenga la calidad de vida que en gran parte les viene garantizada por Madrid y el cupo, y porque las inversiones en infraestructuras son una seña de identidad de la región. 

Por las malas, si el PP perdía el poder, podía introducir alguna enmienda a los Presupuestos durante su tramitación en el Senado, lo que obligaría a que regresaran al Congreso sin garantía. Finalmente ese argumento dejó de utilizarlo el PP cuando asumió que había perdido. 

La semana próxima un nuevo gobierno celebrará en Moncloa su primer consejo de Ministros presidido por Sánchez. Ha ganado limpiamente y cumpliendo los requisitos que marca la Constitución. Pero, como ocurre en política, nada se consigue sin negociaciones en las que caben todo tipo de presiones, consideraciones, promesas y coacciones. Es ridículo hacer creer que con otros partidos solo hay “conversaciones de cortesía”.

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