CULTURA

Carallo, el pintor 'picante' gallego que emprende una nueva aventura en China

Carballo pintor
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Guillermo Aymerich jamás se imaginaría que los chinos serían quienes le diesen la fama

En Galicia, es muy popular el dicho 'Coma os pementos de Padrón: uns pican e outros non', un enunciado que se puede hacer extensible a cualquier tipo de escenario proclive a una circunstancia similar, y que parece aplicable al propio Aymerich, que puede "picar o no".

Desglosar y analizar con lupa o binoculares la vida de este pintor gallego, siempre a caballo entre Valencia y Beijing, no es una tarea sencilla.

Detrás de Guillermo Aymerich se esconde una personalidad peculiar, que cautiva y encandila incluso al más escéptico.

Gran "apasionado" del picante, la última vez que este artista contó la colección de su cocina acumulaba más de 150 especias diferentes de las que estimulan el paladar, -"ahora seguro que más", aclara-, y ve en este concepto la similitud perfecta con su trabajo, como si todas las piezas "encajaran a la perfección", como hechas a medida.

Guillermo Aymerich (Santiago de Compostela, 1964) recuerda en una entrevista con Efe que fue esa "pasión" desmedida por este sabor la que le abrió los ojos para comprobar que en la vida existen similitudes a veces desconocidas, que marcan afinidades.

Y él percibió en su obra cierta "acrimonia o mordacidad", puesto que por tener "gracia" y agudeza, se suele escuchar con "gusto", con algo de garbo y con donaire.


No es este hombre un pintor al uso, ni un artista convencional.

Él mismo explica que el arte es una forma de conocimiento donde no todo está reglado ni con pautas, sino que se mezclan a partes iguales lo reflexivo y lo intuitivo con lo resultón y la pasión, dando lugar a una obra singular y peculiar, que precisa y diagnostica sus señas de identidad.

"También es una táctica rentable para que me recuerden. En China, cada vez que digo mi nombre y lo deletreo se vuelven locos", señala.

Es gallego de nacimiento y también de corazón: "Allá por donde voy conocen nuestra 'terriña', les hablo de Galicia", ilustra feliz.

Guillermo tiene un alias, 'Carallo', por el que lo reconocen en el confín más remoto de la tierra, y este sobrenombre, si uno se atiene a la transcripción fonética de dos o tres caracteres de la grafía china, 'Ou-ka-la', significa "tarjeta empapada de picante".


"Hay cosas que cuadran y otras que hacemos cuadrar", expone.

Coincidencia o no, obra del azar o del simple destino, lo cierto es que los viajes empezaron a formar parte fundamental e imprescindible de la vida de Guillermo Aymerich, y lo llevaron a trazar un plan singular: hacer un estudio del lugar y aplicar un método único a sitios dispares que ofrecen cualidades diferentes, obteniendo un resultado distinto y señero que refleja en su libro, 'Un método para pensar un lugar'.

Cada una de sus obras, variopintas entre sí, no tienen un vínculo estilístico determinante, un factor que ayuda, explica Aymerich, "a alejar el aburrimiento".

"Producir cuadros como chorizos está muy bien, es un producto gallego, pero para hacer chorizos, no para hacer arte", matiza entre broma e ironía y con un chascarrillo dirigido a la tradición gastronómica gallega.

Precisamente es el nexo con la cultura galaica, -algo arraigado en el interior de este varón-, el único denominador común en todos sus trabajos, y un buen ejemplo y muestra de ello es la propuesta 'Lalín: bosque picante' en la que mezcla, a partes iguales, matices de la tierra que lo vio crecer y tintes elegidos de la cultura oriental.

"Me atraen todas las culturas pero China, tanto geográfica como culturalmente, es inabarcable. Parece que no se acaba. Por eso llevo tanto tiempo ahí. Imagínate que tú eres un cazador y te vas a un coto, pues pronto pillas a algún animal y no quedan más, pero si vas a una jungla la caza no se acaba tan rápido", explica.

Con más de 30 exposiciones individuales y 250 colectivas, parece casi un accidente que la improvisación forme parte de su ser: "No soy hombre de hacer planes ni a largo ni a medio plazo", reconoce.

Guillermo Aymerich, un "híbrido" entre Lalín (Pontevedra), por parte de madre, y Puerto Rico, por el padre, se vuelve a lanzar ahora a la caza de su "numen particular" en busca de la inspiración que necesita.

La que encuentra en la milenaria cultura china, donde todo es ajeno y misterioso, y la que le resultará válida para seguir conformando su último proyecto, 'Ocho sonidos', en donde la miscelánea entre ambas culturas vuelve a ser el ingrediente principal del combinado.

A partir de un poema chino que habla de los timbres del sonido de la música china se confeccionarán ocho cuadros sonoros sobre otros tantos materiales distintos: seda, piel, bambú, porcelana, metal, calabaza, madera y piedra; donde la nota será la misma, pero el timbre no.

Son escenas que se producirán simultáneamente, en las que la música puede llegar a destruir la pintura a través de las diferentes manifestaciones del arte.

"Es el proyecto que está en ejecución, pero cada vez que voy a un sitio voy como cazador. Así que tengo una lista en serie de varios esperando: Laos, Camboya, Corea, Marruecos, Singapur y Java, y este verano planeo ir a Borneo".

Aymerich es "un pintor viajero y cazador" que atrapa estímulos para fabricar series allá por donde va, como un 'Cupido' adquiriendo corazones para luego unirlos bajo un amor eterno y duradero, el de su obra.

Con este espíritu emprende un nuevo viaje mañana con destino al "meollo y núcleo" del mundo del dragón.

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