En los montes gallegos quedan todavía 800.000 toneladas de madera derribada por el ciclón

Las lluvias pasadas y el Klaus elevan el riesgo

Cinco meses después del paso del Klaus por Galicia, 800.000 toneladas de madera siguen tiradas en los montes. Los propietarios alertan de los riesgos en un verano especialmente complicado por las abundantes precipitaciones de los dos últimos años. La Xunta ha habilitado un fondo de siete millones de euros para financiar la puesta en carga de la madera tumbada por el temporal, pero las tareas de limpieza se retrasan y los productores temen que ya sea demasiado tarde.
‘Esta pista forestal lleva cortada más de cinco meses, desde que el ciclón Klaus pasó por Galicia’, lamenta Jaime Galeira, propietario de varios montes en Moeche. ‘Es madera expuesta a la amenaza de plagas, que se devalúa en el mercado. Y, lo más peligroso, un peligro añadido ahora que son más frecuentes los fuegos forestales. Los árboles tirados arden con facilidad y, al mismo tiempo, impiden el paso de las brigadas antiincendios porque impiden el tráfico por las pistas sobre las que están tirados’.

La virulencia con la que soplaba el viento el 23 y 24 de enero ha dejado huella en la superficie forestal. Muchas de las heridas no han cicatrizado todavía. Los propietarios de los montes estimaron en aquellos días que el temporal había derribado unos dos millones de toneladas de madera; la Xunta había rebajado la cantidad a 1,3 y la industria transformadora a un millón. Han pasado los meses y, según los productores, quedan 800.000 toneladas pudriéndose en las cunetas o bloqueando cortafuegos. Hay zonas en las que la retirada es complicada y los trabajos de limpieza no comenzaran en muchos casos hasta septiembre.

‘Las medidas aprobadas en las semanas posteriores al ciclón no se han llevado a cabo’, lamenta Teresa Rañal, de la Asociación de Productores de Madera de Galicia (Promagal). ‘Se fijaron subvenciones para los propietarios y se estableció la construcción de parques comarcales de almacenamiento para que los troncos retirados del monte esperasen el mejor momento para la comercialización. Casi ninguna de estas iniciativas se ha llevado a la práctica’.

La madera tumbada multiplica el peligro de incendio y, para mayor preocupación, es materia orgánica que comienza a pudrirse y aumenta el riesgo de que surjan plagas. En la Aquitania francesa, donde se registro una situación semejante a la de Galicia, estaba retirada en menos de cuatro meses; esa madera llega en la actualidad al mercado galego a un precio mucho más bajo.

La demora en la llegada de ayudas prometidas por la Administración llevó a algunos propietarios a vender madera a bajo precio porque no encontraba salida en el mercado. La consellería de Medio Rural recibió más de 500 expedientes de solicitud de ayudas y, los técnicos de la Dirección General de Montes aseguran hacer todo lo posible para agilizar los trámites e iniciar la retirada de madera. El gobierno autonómico habilitó un fondo de siete millones de euros para financiar estos trabajos.

Potencial combustible

La madera seca se convierte a partir de ahora en más combustible para las llamas y una barrera para los operarios y vehículos de las brigadas que luchan contra el fuego. Junto a este factor hay otro riesgo añadido: las precipitaciones caídas en las últimas semanas han alimentado la maleza que cubre muchos montes. Y lo peor es que llueve sobre mojado; el año pasado ha sido el de más precipitaciones del último cuarto de siglo y el primer semestre de este año se han mantenido unos niveles semejantes. Y esto convierte el monte en un polvorín.

‘La clave está en ordenar el combustible, tener acotadas las zonas de vegetación sometidas a mayores riesgos, mantener sistemas de cortafuegos, respetar los perímetros de seguridad en áreas habitadas y extremar los controles en ecosistemas valiosos y zonas protegidas’, explica Mercedes Casal, decana del Colegio Oficial de Biólogos de Galicia. ‘El monte no está ordenado porque resulta caro. Tenemos dos millones de hectáreas de terreno forestal y en algunas zonas resulta muy complicado realizar las rozas y trabajos de acondicionamiento’.

Los expertos atribuyen este desorden a que no ha habido una campaña a fondo, bien diseñada y mantenida en el tiempo. ‘Hemos intentado atajar problemas puntuales y nos asustamos mucho en determinados veranos, pero hay que llevar a cabo políticas educativas serias. Es necesario planificar los desbroces y hacer un diseño exacto de las estrategias a seguir en función de la biomasa que se genere. No hay que desbrozar para alimentar las plantas de biomasa’, apunta.

La recuperación se complica en zonas graníticas

El tiempo no acompaña. Según el índice que elabora la consellería de Medio Rural, el riesgo de incendio es alto, especialmente en la Galicia interior durante los meses que se avecinan, que son los más críticos. El cóctel es peligroso: biomasa vegetal desordenada, cortafuegos bloqueados, condiciones meteorológicas adversas y suelo demasiado seco.

Pese a las precipitaciones caídas durante la primavera, las reservas de agua en el monte están en niveles mínimos. El suelo en superficie esta seco, pero la vegetación ha crecido notablemente en las últimas semanas; el encadenamiento de varias jornadas con temperaturas superiores a los 30 grados y vientos intensos dejaría el peor de los escenarios.

Las quemas controladas están prohibidas en todos los casos hasta la conclusión de la campaña estival. Toda precaución es poca en Galicia, cuyo suelo granítico retrasa la recuperación tras un incendio. Los expertos que participan en el Programa Nacional de Biodiversidad apuntan que los terrenos mediterráneos son menos sensibles al calor, tienen bajas cantidades de materia orgánica y, como consecuencia, son más recuperables que los bosques cerrados como los de la comunidad gallega.

Cuando el fuego arrasa el monte, además de eliminar la vegetación, modifica profundamente la estructura química del suelo. En cinco o seis años debe ría mostrar los primeros síntomas de recuperación, pero los plazos se dilatan en las zonas de concentración granítica, lo que supone dificultades añadidas en la vuelta a la normalidad del sistema forestal.

La situación es especialmente crítica cuando, como ocurrió en 2006, tras la oleada de incendios caen lluvias fuertes. El agua arrastra la capa superficial y rompe la cohesión de los suelos, provocando daños difícilmente reparables.



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