No es que no lo hayan buscado. Ha habido varios intentos, pero ninguna de las prospecciones ha arrojado resultados positivos. La posibilidad de que frente a la costa gallega hubiese bolsas de petróleo animó a m

El petróleo jamás encontrado

Plataforma petrolífera. Los primeros sondeos en la costa gallega se realizaron en los años setenta del siglo pasado. (Foto: X)
Los grandes cambios en la distribución de las tierras y los mares hay que buscarlos en la era mesozoica, coincidiendo con el inicio de la separación de los continentes y la sedimentación marina. Un ecuador imaginario separaba dos grandes bloques: América del Norte y Europa, por un lado, y Africa y América del Sur, por la otra. En el Prototlántico surgieron las islas británicas para separar las dos grandes masas continentales y, como consecuencia, crear una provincia geológica de gran riqueza petrolífera.
Pasaron más de 180 millones de años y, a más de tres mil metros de profundidad, esa provincia no es uniforme. Las profundidades del Mar del Norte están teñidas de la negrura del crudo que se extrae desde hace décadas, mientras que en la franja que recorre la costa gallega no ha lugar para plataformas petrolíferas.

Varios informes realizados por compañías especializadas en la prospección avalan la tesis de que bajo las aguas que bañan la costa gallega pueden existir bolsas de crudo. 'La depresión gallega es una profunda losa del Jurásico Superior formada al mismo tiempo que otras productivas fosas del Atlántico septentrional, como las simas Central y Viking en el Mar del Norte', apunta un informe que los representantes de esta compañía sueca le entregaron a la delegación gallega, encabezada por Manuel Fraga, que viajó a Londres en febrero de 1994, cuando el ejecutivo autonómico padecía un episodio de fiebre del oro negro.


ANÁLISIS SÍSMICOS

Los documentos firmados por los técnicos de Taurus Petroleum incidían en las similitudes ambientales de la franja geológica y, apelando a la abundancia de corales y arrecifes, alimentaban la ilusión de los gobernantes de la época. Sus documentos internos les permitían diagnosticar, según le trasladaron a los representantes de la Xunta, la posibilidad de que frente a las costas gallegas puede haber una veintena de bolsas de petróleo.

Los análisis sísmicos realizados por la compañía sueca localizaban diferenciaban hasta veinte estructuras diferentes y detectaban ruidos semejantes a los que se producen cuando el gas acumulado en los arrecifes se filtra a través de pequeñas grietas o fallas. La existencia de esos arrecifes coralíferos es un argumento que refuerza su tesis ya que constituyen rocas de alta porosidad y permeabilidad, generando las condiciones propicias para almacenar petróleo en su interior.

Los primeros sondeos están fechados en los setenta y llevan el sello de la empresa Ranger Oil, con el registro de más de 1.200 kilómetros de líneas sísmicas en el litoral gallego, pero poco tardaría en tomar el relevo la Empresa Nacional de Investigación y Explotación de Petróleo (Eniepsa). Esta compañía inició las prospecciones en la zona en 1978 y, cuatro años después, recibía la autorización del Ministerio de Industria para buscar petróleo en aguas pontevedresas. Tres permisos para una superficie total de 250.000 hectáreas, repartiendo el pastel en tres zonas: desde la ría de Arousa hasta la desembocadura del Miño.

La fase inicial del proyecto, cuyo coste rondaba superaba los 70 millones de pesetas, alentó las esperanzas de sus promotores y forzó a ampliar las investigaciones. Dos embarcaciones dotadas de la última tecnología se desplazaron desde Holanda hasta las aguas del noroeste peninsular para realizar medidas sismológicas y trazar un perfil geológico de la zona.

En el subsuelo de la frontera imaginaria que separa las aguas portuguesas de las españolas podría haber una bolsa de petróleo y, según las primeras investigaciones, diez millas al oeste de Cabo Home también se daban las condiciones propicias para el almacenaje de crudo.

Las inversiones realizadas en el proyecto aumentaban hasta niveles que exigen avales adicionales a la especulación o la intuición científica. Nadie quería mojarse públicamente, pero los conocedores de la prospección animaban a pensar que bajo esas aguas podía brotar un negocio basado en la explotación de petróleo o gas natural. Alimentaban sus teorías con detalles efectistas, que cautivaban a los profanos en la materia; informaban de pequeñas explosiones controladas en el subsuelo marino mientras el barco Mighty Servant III transportaba desde Nueva Zelanda hasta las Rías Baixas la plataforma de perforación Benreoch.


RUMORES Y ESPECULACIONES

'Eran días de rumores y especulaciones', apunta un investigador que aquellos años colaboraba con Eniepsa. 'Hace treinta años no trascendía casi ningún dato sobre las fases del proyecto, no quiero imaginarme lo que ocurriría en estos tiempos de la sociedad de la información si una plataformas de perforación se traslada a aguas gallegas'.

El plan estaba trazado. Cinco remolcadores aportados por la empresa viguesa Remolcanosa y dos barcos de apoyo (suplays) con base en el puerto de Marín llevaban días preparados para asistir a la perforadora en el momento de la operación. Había que esperar a que se diesen las condiciones optimas: viento en calma y olas que no superasen los veinte centímetros. Llego el día y... agua. Ni rastro del petróleo.

Era un primer revés, pero no una negativa categórica. La posibilidad de que bajo el mar se ocultasen esas bolsas de crudo seguía existiendo y la empresa Hispaoil también había puesto su maquinaria a trabajar frente al litoral galaico. La compañía española registró otros 1.700 kilómetros de líneas sísmica y se atrevió con un primer sondeo a 3.500 metros de profundidad, 40 kilómetros mar adentro, frente a la ría de Vigo.

La Xunta hizo el último intento en el año 1994

Los resultados cosechados por las pruebas realizadas en los ochenta no animaban a seguir perforando el subsuelo marino, pero tampoco descartaban con contundencia la existencia de petróleo. Los investigadores miraban hacia otras latitudes y, siempre que tenían ocasión, recordaban que el yacimiento del Mar del Norte había sido descubierto tras más de cuarenta sondeos. La tecnología avanzaba y, ante la sospecha de que existiese una roca madre rellena de hidrocarburos, animaba a explorar cualquier posibilidad de explotación. El éxito de la misión dependía de dos factores: el acierto a la hora de pinchar la epidermis terrestre y el soporte económico para poder contratar equipos capaces de perforar a casi cuatro kilómetros de profundidad.
Varias empresas del sector estarían dispuestas a asumir parte del riesgo, pero no mostraron sus cartas hasta que la Xunta de Galicia cayó en la tentación y mostró su disponibilidad a participar activamente en la búsqueda de petróleo en esta esquina del Atlántico. El proyecto ya circulaba por los despachos de San Caetano desde hacía unos meses, pero el empujón definitivo llegada tras la reunión que mantenía Manuel Fraga con el embajador de Suecia en España y los representantes de Taurus Petróleum.

PERMISOS
Era el verano de 1993 y los enviados de la compañía sueca acudieron a la cita con los permisos para explorar una zona marina que se extendía desde Fisterra hasta Coimbra; estimaban, atendiendo a estudios geológicos y geofísicos, que en esa franja existía una bolsa con más de seis mil millones de barriles de petróleo. Con esas cifras sobre la mesa, los responsables de la Consellería de Industria solo tenían que esperar el visto bueno del presidente y Manuel Fraga no puso reparos. Lo veía como “una lotería” y esa vez estaba dispuesto a jugar; firmó un convenio de colaboración de 300 millones con Taurus para iniciar las investigaciones y afinar en las prospecciones.
Las pruebas realizadas a dos kilómetros de profundidad localizaban restos de corrales de arrecife, interpretados por los técnicos como indicadores de la existencia de petróleo, y los rastreos de capas geológicas detectaban chimeneas de gas entre los 800 y los 1.500 metros de profundidad. Eran unos primeros indicios que, según los técnicos de Taurus Petreoleum, permitían dibujar sobre el mapa una “provincia petrolífera de primera magnitud”. Un informe sellado por la Dirección General de Industria estimaba que, en caso de dar con el crudo, el hallazgo supondría “unos ingresos anuales de 200.000 millones de pesetas durante veinte años”.
Era un pastel demasiado apetecible y el ejecutivo autonómico decidió crear la empresa público Galioil para embarcarse, junto a Taurus Petroleum, Hope Petróleos y Global Marine, en la aventura petrolífera. La Xunta se reservaba el 46% de los derechos de explotación de petróleo frente al litoral gallego (dividido en las zonas de Muros, Arousa y Vigo) y el 30% frente a las costas lusas (Salmao, Boga, Truta y Sarda).
El empujo definitivo a la operación llegaba en una reunión que Manuel Fraga, acompañado de otros miembros de su gobierno, mantenía con representantes de Taurus Petroleum en Londres. Esta compañía sueca tenía concedidas diez licencias para explorar frente a las costas gallegas y portuguesas y sus técnicos habían estudiado más de ocho mil kilómetros de líneas sísmicas. “La cartografía del terreno detectan anomalías sismográficas semejantes a las encontradas en Ekofist y otros yacimientos productores del Mar del Norte”, apuntaban algunos de los documentos remitidos a la Consellería de Industria desde Taurus Petroleum.
Había que escoger el lugar en el que “pinchar” y los radares lo fijaron a 38 millas de la localidad portuguesa de Viana do Castelo. La plataforma Kings North Explorer, de la empresa estadounidense Challenger, se desplazó desde el Mar del Norte a aguas portuguesas.
“Galicia puede convertirse en una provincia petrolera de primera magnitud”, decía esos días Marcello Rebora, directivo de Taurus Petroleum, apelando a los estudios que justificaban las perforaciones entre Coimbra y Fisterra. Esta compañía sueca había perforado en 1985 el pozo Lula 1, frente a las costa portuguesas, y ahora desplazaba su interés hacia el norte. Otros sondeos realizados anteriormente por Enepsa, Texaco y Walter Internacional habían sido infructuosos, pero los técnicos de Taurus estaban convencidos de que sabían donde perforar y hasta que profundizar para culminar la operación con éxito. Se atrevían a pronosticar calidad (“similar al Brent que se obtiene en el Atlántico Norte”) y cantidad (“más de seis millones de barriles de petróleo”).
Desde la Consellería de Industria justificaban la inversión de 450 millones de pesetas, sumando lo destinado al sondeo y lo correspondiente a las licencias solicitadas a los gobiernos español y portugués, son los mayúsculos ingresos que podría generar el petróleo: unos 200.000 millones de pesetas anuales durante dos décadas y libres de impuestos. Los directivos de las compañías que acompañaban a la Xunta en este proyecto sabían navegar entre la prudencia y la esperanza durante los meses previos al pinchazo. La plataforma Kings Norht Explorer permaneció en la zona desde octubre de 1994 hasta enero de 1995, pero las perforaciones no dieron con la esperada bolsa de oro negro.

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