El riesgo cero no existe, siempre habrá un porcentaje de ex reclusos reincidentes


España está entre los países más seguros de Europa, sin embargo su población reclusa se ha duplicado desde 1990, por eso con cerca de 72.000 reclusos en las cárceles españolas (4.873 están en Galicia), una de las preguntas que siguen en el aire y que se ha planteado a un expertos es cuán eficaz es la cárcel.
La respuesta ‘no es obvia’, dice el catedrático de Psicología Social, Jorge Sobral, quien asegura que hay un discurso de fracaso generalizado cuando lo cierto es que la eficacia de la mayoría de los programas carcelarios es alta, opinión compartida por la secretaria general de Insituciones Penintenciarias, Mercedes Gallizo, que esta semana declaraba en A Coruña que son muchas las personas que se reinsertan y no vuelven a delinquir.

Lo que ocurre es que la eficacia de las prisiones debe medirse teniendo su ‘función castigadora, punitiva, disuasoria, ejemplarizante y de resarcimiento simbólico a las víctimas’ y no existe el centro ideal que satisfaga de forma óptima todas esas funciones, explica Sobral.

‘La cárcel no deja de ser una desgracia, por eso tenemos que aprovechar la potencialidad de un buen centro con medios’, pero para ello hay que intentar que haya las máximas posibilidades de rehabilitación, formación y educación, incide este especialista, que añade que ‘no podemos resignarnos a que la cárcel sea un pudridero, un sumidero donde meter a un desecho social para que la sociedad siga su vida tan tranquila’.

Una buena cárcel sería, por tanto, aquella que cumple satisfactoriamente su función esencial, privar de libertad a los presos, pero no de dignidad, ni de educación, derecho a la salud o la formación laboral.

Razón por la que ‘en los centros penitenciarios, el primer objetivo es educar’, afirma Víctor Fraga, director del penal lucense de Monterroso, por eso en esta cárcel ‘tratan de aprovechar este tiempo como oportunidad para crecer de forma personal y resocializarse’, subraya, y para ello es necesario ‘un proyecto personalizado’, apunta el director de la prisión de Bonxe, en Lugo.

Pero, por mucho que se haga dentro, si no hay una continuación cuando estos individuos acaban su condena, es complicado que la reintegración tenga éxito, cifra que en la actualidad se sitúa en el 60% de no reincidentes, frente al otro 40% que sí lo hace, dato del que entre el 10 ó 15% correspondería a personas con las que ningún tratamiento tendría éxito.

Para ellos todavía no existen conocimientos suficientes para aplicar sistemas terapéuticos o rehabilitadores eficaces, ‘todavía no sabemos qué tecla tenemos que tocar’, comenta Sobral.

Quizás parte de la solución venga con la modificación legislativa anunciada por el Gobierno porque ‘estas personas deben ser controladas de una manera indefinida’, más allá de su condena porque hay patologías criminales a las que todavía no es posible hacer frente con terapia y en esos casos la sociedad tiene todo el derecho a protegerse, ‘decir lo contrario es hacer demagogia’, queda por analizar la mejor fórmula.

Sobral opina que la falta de dinero no es lo esencial, lo más importante es una buena planificación y coordinación, también dinero, pero existe ‘el riesgo de invertir mucho y malgastarlo si no tenemos claro el entramado de servicios necesario’.

‘Si las medidas alternativas a prisión no se ejecutan bien, no valen para nada’, de ahí que los profesionales apunten a que las actividades desarrolladas en los más de 11.000 talleres productivos que ahora mismo hay en las cárceles españolas tengan su continuidad en el exterior.

En cuanto a las causas de la delincuencia, los expertos coinciden, es una cuestión compleja y con muchos factores, pero en los que cuestiones exógenas, como marginalidad o drogas, no determinan por sí solas la criminalidad, hay una variable de tipo individual, modos específicos de interactuar con el entorno, que hacen especialmente proclive a alguien a las reacciones delictivas.

‘Si la tesis fuera que la pobreza conduce a la delincuencia, en este mundo no se podría vivir porque, desgraciadamente, la mayoría de las personas que viven en este planeta son pobres y son muchos los que no delinquen jamás’, asevera Sobral Fernández.

El gran reto, por tanto, es lograr el equilibrio entre libertad y seguridad, dos anhelos de todas las sociedades democráticas, pero en las que hay que tener presente que el riesgo cero no existe y que ‘pretender buscarlo nos puede llevar a la locura y a instalar medidas extremas’, concluye este especialista.

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