La creación de suelos artificiales en zonas castigadas por la extracción minera y otras actividades cicatriza heridas ambientales y abre nuevas vías para la investigación. Los ensayos de la Universidad de Santiago confirman la eficacia de estos s

Suelos y vegetación a la carta

El corazón de Galicia estaba herido.
La extracción de cobre en las minas de Río Tinto, en el municipio coruñés de Touro, paso de ser una fuente de riqueza a un problema paisajístico. Las máquinas que otrora eran el motor de un ayuntamiento minúsculo pararon cuando ya no se podían exprimir más los terrenos; una enorme calva, de más de 500 hectáreas, rompía la manta de vegetación que cubre esta tierra de agricultores y ganaderos. La actividad minera dejaba una huella demasiado profunda en una comarca que tampoco había sabido beneficiarse de esos tiempos pasados; el cese de la actividad se traducía en un área desierta, sin vegetación ni especies animales.

'Los sulfuros de oxidan y estos terrenos cobran una acidez extrema, con unas condiciones en las que es imposible la existencia de flora y fauna', explica Felipe Macías, coordinador del equipo de Edafología de la Universidad de Santiago que asumió el reto de recuperar la vieja mina e integrarla en el paisaje.


RADIOGRAFÍA PREVIA

El grupo de investigadores no tardó en detectar, además de esa acidez mayúscula, un exceso de sulfato e iones en las aguas. Las diferentes catas realizadas fueron aportando información adicional a una comunidad científica volcada con el caso y no tardaron en cristalizar varias tesis doctorales, dirigidas por la catedrática Rosa Calvo, fundamentales para dibujar una radiografía de estos terrenos y diferenciar tres tipos de superficies: escaleras, escombreras y balsas de residuos de flotación.

'Los terrenos escalonados marcan las diferentes fase de excavación de cobre, cuando la mina estaba en plena actividad; en las escombreras se acumulan los bloques de piedra sobrantes tras las perforaciones; y en las balsas se acumulan aguas con arqueobacterias, organismos existentes hace tres mil millones de años y elementos claves para estudiar el origen de vida'.

Hecho el diagnóstico, era necesario un tratamiento para corregir la acidez de los terrenos y recuperar la fauna y la flora. No resultaba sencillo resucitar un lugar que llevaba varios años muertos, pero los investigadores comandados por el profesor Macías confiaron su éxito a una técnica hasta ese momento pionera. Los bajos niveles de pH en aguas y suelos obligaban a una actuación duradera y permanente; la aplicación de capas comenzó en 2005 y, siete años después, el resultado es evidente para expertos y profanos en la materia. La zona reforestada ve como nuevas plantas se incorporan en los terrenos recuperados y las antiguas balsas se han convertido en humedales donde encuentran su hábitat patos, anfibios e insectos.

El secreto está en los tecnosoles (la aplicación de la tecnología al suelo), que aportan soluciones simultáneas a problemas ambientales y permiten recrear terrenos a la carta. Una nutrida masa de vegetación cubre la escombrera que hace unos años fue recubierta con tecnosol elaborado a partir de conchas de mejillones mezclados con restos de biomasa.

El éxito del proyecto ha recibido el reconocimiento de la comunidad científica y ha despertado el interés de diferentes grupos de investigación; el Centro Superior de Investigaciones Científicas es uno de los últimos que se ha adherido con una batería de pruebas. Además, una iniciativa financiada por la Comisión Europea pretende realizar un seguimiento de dos técnicas correctoras: la fitoextracción ('las plantas extraen los contaminantes del suelo y los acumula en sus tejidos para después cosechar la parte aérea para su tratamiento) y la fitoestabilización (tratamiento de las plantas y del suelo para reducir la movilidad de los contaminantes. Las plantas son elementos fundamentales para la recuperación porque, al tiempo que toman por sus raíces el agua y los nutrientes presentes en el suelo, también extraen de este algunas sustancias químicas perjudiciales. Estos elementos se someten, dentro de la planta, a uno o varios procesos: almacenaje en las raíces, los talles y las hojas; transformación en sustancias químicas menos perjudiciales; o liberación en forma de gases cuando la planta transpira.

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