Casona da Escusalla, inquisición y misterio

Ante ese extenso edificio destejado que todavía sostiene en pie columnas y paredes y estrechos ventanales, el misterio como que obligado componente, porque todo resulta enigmático en esta casona, que más monasterio parece, a la que se atribuyen unas cuantas leyendas. A casa da Escusalla, donde arces, helechos y laureles entre sus muros, dicen por allá algunos que fue morada de prisiones cuando la Inquisición perseguía y castigaba con los más atroces tormentos a los disidentes de la fe cristiana, tales: herejes, apóstatas o blandos en la fe cristiana. Todo aquel que no muy documentado en el tema sacará siempre a relucir eso de casa de la Inquisición, lo que da cierto morbo y misterio, que sí lo desprenden las paredes de ésta que casa sacerdotal a modo casa rectoral, mas bien parece religioso cenobio enclavado sobre la siniestra orilla del Limia, ahora represado por Lindoso y vaciado de tal modo que parezca el mismo rio Limia en su cauce más bajo, cuando entre las frondosidades de alisos y abedules discurría, antes de ser domeñado por la presa de Lindoso, al pie de la por las aguas sepultada aldea de Aceredo, hoy aflorando en la sequía. A pesar de muchos pasajes por el entorno, nunca había estado en la tal casona, en las cercanías de Compostela, parroquia de Manín, hasta que ese entrañable Quique Castro Iglesias, siempre acompañado de su fiel y alegre Maitos, conocedor y amante del entorno que lo vio nacer, hijo por demás de un alcalde que fue de Bande, nos llevó a la casa da Escusalla y nos contó su misterio, y a todos los que con él íbamos, aderezándolo como él sabía hacerlo. La casona fue vendida en la Desamortización y ahora está poseída, dicen, en un 75% del estado y el 25% restante en manos privadas, y aunque se la quiso rehacer como museo, ¿de qué? acaso sobre el Santo Oficio, porque alguna ligazón con la Inquisición tuvo; no se materializó el proyecto en esta casona del siglo XVIII de planta baja con patio interior, capilla, y de 1.5000 m2. entre establos, bodegas, despensas con un carácter de lugar sagrado como se denota de la inscripción en el dintel de sacellum, consagrada acaso a Joseph, el san José hebreo. Las leyendas afloran incrementadas mas aun desde que Cuarto Milenio abordó su misterio, resucitando O Marrequiño, un torvo abad que no enseñaba la geta oculta por el capuchón, del que se decía que contrataba a jornaleros y viñadores para sus huertos y viñedos, y para no pagarles los asesinaba, y luego sus almas se dice que aun vagando en las tenebrosas noches por entre las ruinas. La sensación es como de repelús si uno solo tuviese que pasar la noche allí. Hay constancia de que la casa erigida por un tal José Martínez, riquísimo abad que atendía parroquias de muchos diezmos y primicias que le permitieron esa magna construcción de la que hoy, como el poeta a las ruinas de Itálica: “Estos, Fabio ,¡ay dolor! que ves agora / campos de soledad, mustio collado / fueron un tiempo Itálica famosa…” Bueno, sin llegar a tanto, pero es que las ruinas evocan el poema de Rodrigo Caro.