La diversidad (real) que no llega

La modelo estadounidense Ashley Graham
photo_camera La modelo estadounidense Ashley Graham
Aunque hubo un tiempo en el que las modelos mal llamadas “curvy” parecían incorporarse a la industria de la moda para traer una brisa de naturalidad y realidad, las últimas semanas de la moda han demostrado que se trataba sólo de un espejismo y que los cuerpos delgados siguen mandando sobre las pasarelas

El cuerpo ¿ideal?

Pasan los años y las pasarelas siguen sin ser un espejo para las mujeres reales. Prueba de ello, la lista de las modelos mejor pagadas. Todas ellas suman cifras millonarias pero no es eso lo único que tienen en común. Gigi Hadid o Kendall Jenner tienen en común una altura de 1,8 metros y unas medidas que incluso se quedan por debajo de esos ideales 90-60-90

Estos cuerpos, que se han convertido en el estándar de la moda, no son precisamente los que más abundan en las calles. Y la industria lo sabe. O eso parecía cuando las modelos curvy se subieron a la pasarela para reclamar una mayor diversidad que reflejase cómo es la sociedad real. 

Ahora, cerradas ya las semanas de la moda de todo el mundo, se ha confirmado que esa diversidad (real) sigue sin llegar y que para muchas marcas ha sido solo una estrategia de “washing” y, al fin y al cabo, una forma de ganar más dinero.

¿Por qué tan delgadas?

Hubo un tiempo, y el pintor Rubens se encargó de reflejarlo fielmente, en el que la delgadez era sinónimo de ocupar el peldaño más bajo de la escalera social. Lo mismo que el moreno de la piel. Lo noble y lo pudiente era estar entradas en carnes -señal de que había mucho para comer- y muy blancas de piel -el mejor altavoz de la vida contemplativa y lejos de los trabajos del campo-. 

Pero el siglo XX trajo consigo otros estándares de belleza femeninos. Las formas del cuerpo comenzaron a destacarse a través de cinturones y confecciones que imponían una figura concreta. La primera mitad del pasado siglo fue especialmente convulsa para la sociedad europea. Varias grandes guerras provocaron un hambre con el que la delgadez se impuso sola. Desaparecían los corsés pero aparecían otros yugos que le fueron ordenando a las mujeres cómo ser. 

Y así, hasta hoy. Con el cambio de milenio, la década de los 2010 se rebeló contra la extrema delgadez de los 90 y los 2000, más propia de una vida de excesos que de unos hábitos saludables. A cuerpos como el de Kate Moss los etiquetaron como “heroin chic”, nada menos. 

Parecía entonces que la industria había tomado nota y empezó a subir a las pasarelas a modelos diversas, sin la cinta métrica en la mano. Y las revistas las llevaron a sus portadas. También el mundo de la publicidad comenzó a mostrar todo tipo de personas -mención especial para los anuncios de Dove-. Fue así como empezamos a familiarizarnos con la cara y el cuerpo de Ashley Graham, considerada una de las pioneras. La primera “no normativa” en ser portada de Sports Illustrated y abanderada del movimiento “body positive” desfiló para los grandes nombres de la moda. 

En su activismo por la diversidad, lucha contra el propio término “curvy” al considerar que estigmatiza a quienes están fuera de la silueta impuesta. Para ella, deberían ser, simplemente, modelos. Otras como Precious Lee o Paloma Elsesser siguieron su estela. 

Pero estas mujeres siempre han estado en el foco de las críticas, al acusarlas de promover un estilo de vida poco saludable. En medio, con esa obsesión por etiquetarlo todo, surgieron las modelos “in between”; osea, las de la talla 38 y 40. Osea, el tipo de mujer que más abunda en la sociedad. Destaca en esta categoría Jill Kortleve, que ha sido imagen de Zara y ha desfilado para los más importantes de la industria. 

Pero las últimas semanas de la moda han levantado las sospechas de que todo esto de la diversidad no ha sido más que un espejismo y mujeres altas y delgadas como Kaia Gerber han dominado las pasarelas. 

Afortunadamente, en los últimos años, la oferta se ha incrementado y las mujeres que van más allá de la talla 40 pueden seguir las tendencias. Pero son muchos quienes aseguran que a las marcas de moda no les compensa que tengamos kilos de más. Los costes de fabricación de un pantalón de la talla 34 son, lógicamente, menores que los de una talla 44. La cantidad de tejido que requieren no es la misma, pero el precio en tienda sí y eso reduce en unos céntimos los beneficios multimillonarios de las grandes marcas. Sea o no ese el motivo, lo cierto es que la diversidad (real) sigue sin llegar al mundo de la moda. Para otro día queda el tema de las edades…

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