LA REVISTA

Duchamp, la jugada maestra

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photo_camera Eve Babitz y Marcel Duchamp, en el Pasadena Art Museum, 1963. Foto de Julian Wasser.

La joven Eve Babitz estaba  predestinada para el artisteo, y no por posar en bolas, sino por hacerlo de la mano del maestro, Duchamp

La joven Eve Babitz estaba  predestinada para el artisteo, y no posar en bolas, sino por hacerlo de la mano del maestro, Duchamp (1887-1968), aunque de una hija de artistas judíos, nieta del mismísimo Igor Stravinsky, algo cabría esperar.

En el ajedrez uno no recuerda nadie que haya partido en cueros, como poco sería tratado de indecoroso, a partir de esta imagen, la escena se ha repetido mas veces.

Y es que Marcel Duchamp es al arte del siglo XX lo que las columnas a un templo griego, y eso que el artífice del “readymade” y el concepto, se pasó media vida alejándose de sí mismo.

Una partida de ajedrez puede ser muchas cosas, aquella del 14 de octubre de 1963 fue, al menos para servidor, la del siglo, no por su calidad, sino por su transcendencia simbólica. Fueron tres, mientras duró la extraña performance en las paredes del Pasadena Art Museum, y las tres las ganó el pintor. Tras sus grandes hitos Marcel Duchamp llevaba décadas al margen, renunciando a la vida pública y menos a autorizar ninguna retrospectiva. Sin embargo, merced a Walter Hopps, comisario de la muestra, cambió la opinión; el artista tenía 76 años, moriría cinco años después.

La imagen, fruto de una performance en el Pasadena Art Museum, está cargada de connotaciones eróticas, más allá de la desnudez de la modelo enfrentándose a un artista ya anciano. De fondo, una réplica de “La mariée mise à nu par ses célibataires, même” que invoca al espíritu más provocador del artista, al erotismo solapado de “El gran cristal”, donde el espectador se da de bruces, literalmente, contra el sexo abierto de una muchacha joven, enmarcado tras el cristal.

La idea de la performance fue del comisario Walter Hopps, quien encargó el trabajo al fotógrafo Julian Wasser, éste, a su vez reclutó a la joven entre su prolijo círculo de amistades. La joven Babitz, con 20 años, haría así para su historia, y Pasadena (Los Ángleles) se se enmarcaría de pleno en la obra de un artista clave. Ella, como artista, es reconocida en portadas de discos -Linda Ronstadt, The Byrds, Buffalo Springfield-; escritora de revistas -Rolling Stone, Vogue, Cosmopolitan, Esquire-, y un buen puñado de libros; también protagonista de una vida agitada en los 60/70 de la siempre soleada Costa Oeste.

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