LITERALMENTE

Egipto, el país mítico de la Biblia

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Egipto aparece de forma reiterada en la Biblia, incluso en el Nuevo Testamento, aunque el relato mítico no siempre coincide con las evidencias históricas. Para los judíos, el país de los faraones resultaba una atracción irresistible

En las relaciones entre judíos y egipcios habría que señalar dos etapas bien distintas, una desde el inicio de la narración religiosa hasta aproximadamente el siglo VIII antes de Cristo, y otra desde ese punto hasta el siglo I. En la primera parte, la Biblia nunca fija temporalmente las acciones y cuando da una pista sobre un hecho no coincide con lo que dice la Historia. En la segunda, en cambio, hay nombres concretos de reyes, no sólo egipcios, como el faraón Sheshonq, sino también babilonios, como Nabucodonosor. De todo ello se puede conjeturar que la segunda parte era una historia fresca, escrita muy cerca de cuando había ocurrido, en tanto que la primera se corresponde con relatos muy lejanos en el tiempo, de transmisión oral, y cuya veracidad es más que dudosa.

La historia de José, abandonado por sus hermanos y que después se convertiría en visir de Egipto, y la de Moisés y el Éxodo son dos momentos cumbres de la relación de amor y odio entre los dos pueblos vecinos en un contexto histórico donde los reyes del Nilo extendían su dominio sobre las naciones vecinas. Aunque habitualmente se considera a Ramsés II el faraón de la Biblia, en el Antiguo Testamento nunca de le denomina por su nombre aunque se dice que los hebreos trabajaban como esclavos en la construcción de las ciudades de Piton y Ramses, que en efecto existieron y la arqueología ha situado con precisión. En cambio no hay el menor vestigio de la salida masiva de los judíos y mucho menos en el número que se apunta, más de un millón de personas rumbo al Sinaí y Palestina. Sí hay registro de un éxodo masivo de semitas desde Egipto pero ocurrió al menos 300 años antes, cuando fueron expulsados los reyes hicsos, que señoreaban el Delta del Nilo. Hay constancia de que se vieron obligados a abandonar el país con todas sus pertenencias y que se trataba de varios miles de personas, que los egipcios “escoltaron” hasta más allá del Sinaí.

Mucho más tardía es la historia de la toma de Jerusalén por el faraón Sheshonq, así llamado, que existió y fue uno de los más notables de la Dinastía libia en el denominado período tardío. Sheshonq entró en la capital de Israel y se llevó todo lo que se encontró, además de atacar el templo. Fue en ese momento cuando desapareció del relato bíblico el Arca de la Alianza, que quizá habría trasladado el rey a Egipto o tal vez ni siquiera ya existía o acaso fue escondida y trasladada a un lugar seguro. En la película “En busca del Arca perdida” se especula con que habría estado oculta en una tumba bajo tierra en la ciudad perdida de Tanis, en el Delta del Nilo. La realidad: en 1939 se descubrió dicha ciudad, capital de los faraones durante un tiempo, donde estaba en efecto las sepulturas de Sheshonq y las de otros soberanos, escondidas bajo las arenas del desierto. Pero del Arca nada se supo.

Ya en el Nuevo Testamento destaca la huida de la Sagrada Familia, que una vez más, como tantos otros judíos antes, tomó camino a Egipto, donde vivirían unos años, según la tradición. Hoy en día es posible visitar en El Cairo la iglesia donde habría estado la casa, mantenida por los cristianos coptos como un lugar único. No hay tampoco constancia histórica de dicha presencia, de la que Jesús nunca habló en su predicación, pero no hay duda de la absoluta fascinación de los hebreos por el mundo faraónico, incluso en esos momentos, cuando tanto Palestina como Egipto eran provincias romanas…
 

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