LA REVISTA

El primer ejército homosexual

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photo_camera Vestigios de la ciudad de Tebas.

El griego Epaminondas acabó con el formidable poderío militar de Esparta, un ejército considerado invencible tras  imponerse sucesivamente a los persas y a los atenienses. Los otros 300.

Tebas, la de mil puertas, era una de las ciudades-estado griegas, con un pasado deslumbrante –Edipo, maldito por el destino, fue su rey, la esfinge vigilaba la entrada, la capital egipcia de los faraones fue renombrada Tebas en honor a la polis griega- pero que en torno al año 380 antes de Cristo no era más que un peón en el tablero entre Atenas y Esparta, que se había convertido en la potencia dominante tras la derrota de Persia –donde la derrota de Los 300 en las Termópilas quedó como gesta eterna- y la posterior de Atenas en las guerras del Peloponeso. Con Esparta al frente, y Atenas dominada, había espacio en la cambiante política helena para que surgiera otra ciudad-estado y así renació el poderío, tebano, tan contundente como efímero: un episodio entre el final de Esparta y el auge de Macedonia, que sería la región que finalmente unificaría la Hélade con Filipo y Alejandro.
Entre los hombres de Tebas destacó por encima de todo por su capacidad militar y política Epaminondas, un auténtico genio que estudió la forma de plantar cara a los hoplitas espartanos, nunca derrotados en campo abierto. Para conseguirlo reformó un ejército cuya unidad de élite también estaba compuesta por 300 integrantes, como la guardia espartana: 150 parejas de amantes de hombres, uno de mayor edad o "heniochoi" (conductor) y uno más joven o "paraibatai" (compañero), que juraban pelear unidos hasta la muerte. Plutarco lo explica: “Para hombres de la misma tribu o familia hay poco valor de uno por otro cuando el peligro presiona; pero un batallón cimentado por la amistad basada en el amor nunca se romperá y es invencible; ya que los amantes, avergonzados de no ser dignos ante la vista de sus amados y los amados ante la vista de sus amantes, deseosos se arrojan al peligro para el alivio de unos y otros”.

El Batallón Sagrado de Tebas fue el martillo que humilló a los invencibles hoplitas en dos batallas consecutivas, Leuctra y Mantinea, que supusieron el fin de Esparta. Nunca se recuperó de la liquidación de sus mejores hombres, agotada después de 200 años de continuo guerrear: lo que vino a continuación fue sólo su decadencia imparable, primero, como un reino menor en la Grecia macedónica y luego como un lugar de turismo del Imperio Romano.

Epaminondas también era homosexual, lo que no estaba mal visto en la Grecia clásica siempre que no fuera entre iguales. También Alejandro Magno, al menos en su juventud. De todas formas, su gloria fue muy breve y parece que falleció en Mantinea, tras liquidar a los lacedemonios. Pero incluso sin su genio, Tebas continuó al frente de la Hélade gracias al ejército y el Batallón Sagrado, que impuso su dominio hasta que se dio de frente en Queromea con otro enemigo superior: la falange macedonia, que derrotó ampliamente a los tebanos y permitió que Filipo y su hijo Alejandro Magno terminaran con la independencia de las ciudades-estados griegas. Filipo había estado cautivo en Tebas, donde aprendió sus tácticas militares.

El final del Batallón Sagrado –otros textos le llaman Legión Sagrada- fue el propio de las grandes gestas. El ejército tebano huyó cuando en Queromea cuando se enfrentó a las abrumadoras fuerzas de Filipo II y Alejandro, pero el Batallón Sagrado, rodeado, se mantuvo firme y cayó donde estaba. Filipo, ante la visión de los cadáveres amontonados en una pila y entendiendo de quiénes se trataban, exclamó: “Perezca el hombre que sospeche que estos hombres o sufrieron o hicieron algo inapropiadamente”.

Plutarco afirma que Los 300 tebanos murieron ese día, como los espartanos en las Termópilas. En su tumba comunal en Queromea fueron hallados 254 esqueletos, alineados en siete filas.
Tebas sufrió como ninguna otra ciudad la ira macedonia cuando tras la muerte de Filipo se sublevaron las polis. Alejandro, que estaba en el Danubio, tuvo que volver con sus falanges para recuperar el control. Perdonó a todas las ciudades por su levantamiento –sobre todo a Atenas, por la que sentía debilidad- excepto a Tebas, que fue quemada en su totalidad y sólo respetó la casa del poeta Pindaro. Hoy es una urbe sin interés, en cuyo centro hay una pequeña plaza  con una estatua del gran Epaminondas. Poco honor para tanta gloria…

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