HISTORIA

El republicano que pudo reinar

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photo_camera El emperador Claudio.

El cuarto emperador de Roma, Tiberio Claudio, fue un buen hombre precedido y sucedido en el trono por dos monstruos, su sobrino Calígula y su hijastro Nerón

Claudio ha conseguido un lugar de honor en la Historia en buena parte gracias al gran Robert Graves y sus dos novelas, “Yo, Claudio” y “Claudio el Dios y su esposa Mesalina”, convertidas en una serie excelente. Graves noveló a su manera la vida del hombre que se convirtió en emperador contra todo pronóstico, incluidas sus propias convicciones. Porque no creía en la monarquía imperial como sistema y porque había sido apartado de la sucesión ya que su familia le consideraba medio tonto, lo que le salvó la vida. No lo era, pero padecía un síndrome que le hacía mover la cabeza y tartamudear. Además, cojeaba. Relegado tanto por su abuelo Augusto (primer emperador) como por su tío Tiberio (segundo) se salvó también de los crímenes de su sobrino Calígula (el tercero). Mientras en su familia se sucedían los asesinatos, Claudio se dedicaba a escribir historia sobre las guerras civiles sin que nadie le molestara, cada vez más convencido de que la república era la única forma de Estado aceptable. Un sistema que había liquidado su abuelo mediante la hábil estrategia de fingir que mantenía la Constitución pero convirtiéndose él mismo en princeps (primer ciudadano) y acaparando el control del Senado, de la asamblea y su derecho de veto como tribuno y el mando del Ejército.

A Augusto le sucedieron dos tiranos, Tiberio y Calígula, y finalmente, tras el asesinato del sobrino de Claudio en 41 después de Cristo, todo parecía preparado para el retorno de la república. El propio Claudio estaba convencido. No le faltaban razones. Muerto Calígula, el Senado se reunió rápidamente y propuso volver “a la cordura de la república” tras la nefasta experiencia de la monarquía imperial. Mientras tanto, se sucedían los acontecimientos en el palacio: Claudio se refugió tras unas cortinas cuando vio entrar a la Guardia Pretoriana –el ejército del emperador- y temió por su vida. Pero los pretorianos lo que querían era otro jefe, porque si había república se quedaban sin trabajo. Los guardias proclamaron a Claudio pese a sus protestas: insistió en que era republicano. Pero acabó por aceptar lo inevitable. Como también el Senado: cuando conocieron la proclamación de Claudio por la guardia pretoriana, exigieron que les fuera presentado para aprobación. Claudio se negó. Finalmente el Senado se vio obligado a claudicar y Claudio perdonó a casi todos los asesinos.

Entronizado el 24 de agosto del 41, el Senado le exigió que renunciara a su título de imperator. Claudio aceptó, posiblemente por su ideología republicana, aunque conservó el título de Augusto y fue llamado César, y podía emitir edictos como un emperador. Su segundo gesto inteligente fue el de entregar a la Guardia Pretoriana 15 000 sestercios, procedentes de la herencia familiar, para granjearse su favor.

Ya firmemente asentado en el trono, sorprendió a todos cuando decidió la invasión de Britania, que fue conquistada con cierta facilidad. Él mismo acudió a la isla y logró el respaldo de las tribus, que no habían hecho otra cosa que pelearse entre ellas. Allí mismo,  sería erigido el primer templo del Dios Claudio. Luego llegarían sus problemas conyugales: se casó cuatro veces, las dos últimas con mujeres terribles, Mesalina, quien le dio dos hijos –Británico, que sería asesinado por Nerón, y Claudia, que sería la primera esposa del sucesor de Claudio-  y Agripina la Menor, que era su sobrina, hermana de Calígula y madre de Nerón. Y su asesina.

Republicano hasta el final desde su trono, su última disposición fue para con su hijo Británico, a quien encomendó que hiciera todo lo posible para recuperar la república. Pero ya sólo el viejo Claudio creía en ella. Roma fue hasta el final un imperio.
 

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