LA REVISTA

El rey que pasó un siglo en el trono

Se llamaba Pepy, un nombre que ahora puede parecer cómico, y ostenta el récord histórico de permanencia en el trono: al menos 94 años.

Reinó en egipto como Neferkara Pepy II, que se puede traducir por “El Bello espíritu del Dios Ra”, en la VI Dinastía, hacia el 2.900 antes de Cristo. Llegó al trono con sólo cuatro años y fue centenario, lo que en aquellos momentos era algo tan excepcional –la esperanza de vida apenas pasaba de 50 años y fue la mejor del mundo durante muchos siglos- que acabó por ser considerado un Dios viviente. Quizá el primero del país del Nilo, que ya había pasado los años de gloria de los constructores de las grandes pirámides, lo que había dejado exhausto el tesoro y al propio pueblo. No hay constancia de que ningún otro gobernante de ningún otro momento historóco ni lugar estuviera tanto tiempo. Pero su longevidad supuso un auténtico desastre para Egipto. Instalado en Menfis (la vieja capital), el paso de los años y la decadencia física de Pepy fue aprovechado por los cada vez más ambiciosos jefes de las provincias o “nomos” –denominados nomarcas- para ganar autonomía hasta convertirse en auténticos reyes de sus propios territorios.  Y eso conllevó  la desmembración del país y el inicio de un largo período, llamado Primer Intermedio, que se prolongó hasta la constitución del Reino Nuevo, unos 200 años más tarde. El texto egipcio Las admoniciones del sabio describe un país caótico y muestra nostalgia por el pasado; está situado históricamente durante su reinado o quizá ya en pleno Primer Periodo Intermedio, consecuencia del ocaso de Pepy.

Tras su muerte le sucedió en primer lugar la semi-legendaria reina Nitocris, que sería la primera mujer-faraón de la historia –luego habría al menos cinco más, hasta Cleopatra- y al menos un par de reyes de corto reinado y poca relevancia, tras los cuales se desintegró definitivamente lo poco que quedaba del centralizado estado faraónico y Egipto se fraccionó en varias comarcas independientes, que en ocasiones luchaban entre sí hasta que la ciudad de Tebas logró hacerse tan fuerte que extendió su poder sobre todo el Nilo, desde el Delta hasta el Valle. Así nació el Imperio Medio, que duró otros 200 años más. Mucho tiempo después, en el denominado Imperio Nuevo, que se extendió desde 1.600 antes de Cristo hasta cerca del año mil, volvió a pasar lo mismo. Otro faraón, el famoso Ramsés II, se mantuvo en el trono hasta bien superados los noventa años. Cuando murió, le tocó el turno a Menerptah, que era débil, lo que provocó una sucesión de faraones sin autoridad, salvo Ramsés III, que quizá fue asesinado. No tardaría en llegar el Tercer Período Intermedio, otros dos siglos de caos y anarquía que acabarían con la llegada de los reyes persas primero y de los conquistadores griegos después, con Alejandro a la cabeza.

La salud y fortaleza del Faraón era clave en la civilización y religión nilóticas, porque suya era la responsabilidad de mantener el equilibrio y la justicia (el Maat) frente a las asechanzas de los poderes oscuros que representaba el Dios Seth. Si no lo lograba, Egipto caía en el caos, la guerra y el hambre. Por eso el rey tenía la obligación de recobrar su potencia en una ceremonia que se realizaba a los 30 años de gobierno, llamada festival Hed Sed, que se desarrollaba en Sakkara, donde se levanta hoy la Pirámide Escalonada de Zoser, de la III Dinastía, muy anterior pero todavía hoy visible y poderosa. Allí mismo, a un lado, están los restos de la pirámide de Pepy II, apenas un montículo de tierra y arena que describe muy bien la decadencia del primer Egipto.

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