La realidad se viste desde muchos ángulos, pero no siempre se acierta en el encuadre, ni siquiera con los protagonistas.
La oficialidad, la censura hizo que la Galicía “moderna” se parapetase en la distancia, en salvaguardar intereses, y no siempre de la mayoría. Sirva un ejemplo, la construcción de la Autopista del Atlántico (1973-2003), imprescindible hoy para articular el país, pero con una historia dura para sus moradores, aquellos merced a la Ley de Expropiación Forzosa se vieron al final de sus vidas como si por ellos hubiera transitado un tsunami, y lo que es peor, sin amparo.
Si el periodismo entonces no disponía de un discurso articulado, los contrapuntos al poder llegaron desde la periferia, desde medios como Interviú, que en trazo grueso jugaban con la polémica pero también con el oficio, con un relato distinto donde los invisibles cobraban protagonismo.
Anna Turbau hizo historia entonces, años 1976/1980, jugándose el pellejo pero con la adrenalina dispuesta para salvar todas las trabas, al menos hasta que su visión de las cosas se volvió una verdad muy incómoda; se avivó la censura y la presión policial contra su persona, situación que le hizo retornar a Barcelona; donde por circunstancias del oficio, no encontró acomodo ni el clima necesario y lo dejó, pero eso es otra historia. Fueron pocos años, que ni ella acierta a precisar, pero cuyos testimonios ahora dona al Consello de la Cultura Galega.
Con una mirada intuitiva, de una plasticidad plena sin distorsionar la noticia, comprometida con los débiles, construye un relato que aún hoy nos agita el pensamiento sin perder un ápice de frescura. El compromiso con la verdad, con los hechos, no le impidió construir imágenes que resultan verdaderos iconos de la Transición, a sabiendas de que su trabajo era un ejercicio de alto riesgo. De todos aquellos trabajos de subsistencia -duro peaje el de la información, así lo reconoce Anna- resaltaría una imagen, la de los enfrentamientos con los “grises” por parte de un grupo de mujeres, es un documento rotundo de gran fuerza y mirada antropológica. Descubrir el cariño, el desvelo por los que están pasándolo mal y plasmar ese poderío ante la cámara, es merecedora de la historia, y -de paso- olvidar los silencios del camino.
