LA REVISTA

Tan bueno el tinto como los blancos

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photo_camera Imagen de las fincas de viñedos de Pazo Tizón.

Es la bodega más septentrional del Ribeiro, un vino de frontera, como le gusta decir a su enólogo, Álvaro Bueno. Situada en el término municipal de Boborás, la bodega Pazo Tizón cuenta con un viñedo propio de diez hectáreas y aunque a la vista de la suntuosidad del espacio, con un pazo presidiendo el conjunto de bodega y viñedo, estamos ante un colleiteiro, término que comprende a aquellos elaboradores de vino que utilizan únicamente sus propias uvas y cuentan con un máximo de 50.000 litros de producción.

Sus dos vinos blancos, Pazo Tizón y Finca Liñariños, volvieron de los Decanter World Wine Awars, nada menos que con tres premios: Platino y 97 puntos para Finca Liñariños Cuvee Especial y Plata y Bronce para Pazo Tizón del 2017 y 2018, respectivamente. Estoy seguro que el año que viene el 2018 tendrá todavía una mejor puntuación, porque ese es un vino que gana con un tiempo de reposo en botella.

Los blancos de Pazo Tizón Extramundi y Finca Liñariños, están elaborados con uvas que proceden de sus tres fincas, dos de ellas en la parroquia de Moldes, incluida la que rodea el pazo, y una tercera en Liñariños, en la que se cultivan las uvas del Cuvée especial que tan laureado volvió de ese concurso internacional británico.

Pero hay un tercer vino que no podemos perder de vista, su Pazo Tizón tinto. Representa apenas el 15 por ciento del total y es una elaboración de serie muy limitada. Ensambla Araúxa, es decir, Tempranillo, Mencía y algo de Garnacha tintorera. La clave de su elaboración está en la maceración en frío y la vinificación en depósitos de acero, con posterior ensamblaje de las variedades. Es un vino de intensos aromas y una estructura compleja que invade la boca con una gran paleta de matices. Además de la cuidada selección de las uvas, a las que ese suelo y la altitud, que se acerca a los 380 metros sobre el nivel del mar les confiere unas características singulares dentro del Ribeiro, hay que añadir un generoso derroche de tiempo que el vino permanece en reposo antes del embitellado lo que nos aporta la sensación de que está en su mejor momento, en su punto justo de equilibrio entre frescura y calidez.

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