Un niño encadenado a una farola replantea la cuestión de los inmigrantes

Jing Dan, el niño encadenado a una farola. (Foto: EFE)
La historia de un inmigrante del campo que encadenó a una farola en Pekín a su hijo de dos años ha cuestionado entre la sociedad China el asunto del ‘hukou’, un registro civil que priva a los ciudadanos rurales a educación, seguridad social, vivienda y otro tipo de derechos cuando se trasladan a la ciudad.
El hecho de que Jing Dan haya pasado largos días sujeto con una cadena a un poste por decisión de su propio padre es visto por muchos como un acto cruel y despiadado, mientras que otros ven en ello el reflejo de la situación extrema a la que se ven expuestos los inmigrantes chinos que viven en las ciudades.

Las jornadas a la intemperie esperando la llegada de su progenitor han convertido a Jing en un chico con dificultades para permanecer en grupo con los demás alumnos de la escuela de Jing Liao de Fang Shan, situada a las afueras de Pekín, y que ha decidido encargarse de él tras leer su historia en la prensa.

Por ello, desde el pasado lunes, una profesora de 25 años de nombre Liu Yu cuida exclusivamente del niño desde las ocho de la mañana hasta la cuatro de la tarde, hora en la que su padre le recoge para llevarlo de regreso a casa.

Jing ha sido sometido a un examen médico y a una limpieza de los pies a la cabeza, y según cuenta su maestra ‘se trata de la primera vez que el chico ha sido lavado en condiciones y le hemos cortado las uñas porque las tenía tan largas que se le doblaban’.

Aunque la falta de cuidados que sufre el niño es evidente, tanto la directora del colegio como la profesora no ven en el padre ningún acto de maldad y lo describen como ‘un hombre muy pobre que se ha visto obligado a actuar de esta manera por sus condiciones de vida’.

En 1950, Mao Zedong introdujo el ‘hukou’, un sistema que tiene como objetivo impedir la avalancha de campesinos a las ciudades.

Las últimas estadísticas indican que el 27 por ciento de los 600 millones de personas ‘urbanas’ son inmigrantes rurales, que trabajan en la ciudad pero mantienen el ‘hukou’ del campo.

Eso significa que uno de cada cuatro habitantes de las ciudades es todavía campesino y no goza de los mismos derechos que sus vecinos.

Entre estos campesinos, se encuentra Cheng Chuan Liu, el padre del ya famoso niño, que llegó a Pekín desde la provincia de Sichuan, y desde entonces su vida en la gran ciudad ha sido un auténtico calvario.

Cheng, que se pasea por la calle en zapatillas de casa, se gana la vida transportando a las personas de un lado a otro con un carro al que va sujeto una motocicleta.

Padre de tres hijos y casado con una mujer enferma, este hombre que es analfabeto, vive los días sin ponerles un número, un mes o un año, por lo que no es capaz de responder cuando se le pregunta por su edad y muchos menos informar sobre la fecha exacta en la que desapareció la hermana de Jing, de cuatro años de edad.

Dice que el extravío de la niña y su situación laboral son las causas que le llevaron a encadenar a su hijo durante varias jornadas en plena calle y en pleno invierno, durante nada menos que ocho horas al día.

‘Mis hijos jugaban en la calle mientras yo trabajaba y la niña desapareció’, sentencia en un intento de justificarse a si mismo.

Hace unos días, trece periódicos de once provincias distintas publicaron una editorial, en la que se sugería medidas transitorias hasta que el ‘hukou’ sea completamente abolido, y ayer el primer ministro chino, Wen Jiabao, anunció en su discurso de apertura de la Asamblea Nacional Popular (ANP, Legislativo) que ‘China relajará las restricciones a su sistema de residencia’.

Mientras, Jing, ataviado con un abrigo azul y un pantalón rojo de motas blancas, investiga los rincones de la escuela que le ha acogido, y sonríe a los extraños como si les conociese de toda la vida, ya que si a algo se ha acostumbrado este niño durante sus horas bajo la farola es a ser el centro de atención de miradas desconocidas.

Te puede interesar