Pozas de Melón, 1997

Siempre he mirado hacia atrás con altas dosis de vergüenza. Corría el año 97 cuando convencí a mis padres y a un amigo para irnos a bañar a las pozas de Melón, un paraje increíble, como muchos sabréis. Recuerdo perfectamente toda aquella tarde. No había pasarelas, ni vallas, sin embargo, ya por aquel entonces tenía fama por los accidentes mortales previos. Asomándonos
al precipicio, alguien hizo referencia al ultimo accidente y recuerdo pensar... “cómo será ver caer a un ser humano por aquí”...

Así que la prudencia hizo acto de presencia, y decidimos alejarnos cuidadosamente del borde del precipicio. No era necesario incurrir en riesgos absurdos. Unos 30 metros mas arriba, calculo, ya fuera de todo peligro, encima de una inmensa roca de poca pendiente, seca en su mayor parte, decidí cruzar al otro lado, dando un pequeño salto y pisando un inofensivo regato de unos dos dedos de profundidad, insuficientes para superar la altura de la suela de mis zapatillas. Ante mi sorpresa, el pie resbaló y se puso a la altura de mi cintura, cayendo sentado. Iba a empezar a reír, cuando me percato de que estoy sentado en una especie de tobogán de parque acuático impregnado de aceite resbaladizo. 

No existe rozamiento, tan solo aceleración, intento arañar la roca y agarrarme a lo que puedo ante el asombro de mi padre y mi mejor amigo por aquel entonces, que me ven pasar a menos de un metro, pero que no tienen tiempo para agarrarme. Me dirijo al precipicio cada vez a mayor velocidad.

Me veo en el aire, hay un segundo de calma, la inercia ha hecho que me separe de la pared, pienso “a ver como salgo ahora de esta”... Golpe tras golpe, el último de cara contra la piedra final. Se apaga la luz, quedo dulcemente dormido, el agua no llega a cubrir la nariz, puedo seguir respirando. Estoy en un duermevela, tan cómodo que no apetece despertar, necesito un
poco de calma... 

Supongo que pasarían unos minutos hasta que escucho a mi padre llorar desgarrado: “Hijo mío...” Tengo q abandonar el sueño, no puedo hacerle esto.

José Vicente, (Pozas de Melón).
José Vicente, (Pozas de Melón).

Me levanto y balbuceo “Estoy bien”. Noto que mi cuello ya no soporta el peso de mi cabeza, la mandíbula esta rota, el resto son cosas menores, agarro la cabeza con las manos. No hay rastro de dolor, un simple pellizco estaría por encima en una hipotética escala del dolor. Me sorprendo de que hayan bajado hasta allí caminando, terreno escarpado, lleno de maleza y pinchos, supongo que estas son las ocasiones en las que aparecen las fuerzas sobrehumanas. Subo con ellos caminando, los tranquilizo, es solo sangre que lo dramatiza todo.

Arriba, veo a mi madre acurrucada en el suelo, envuelta con una toalla en la cabeza, no quiere mirar. Pienso que el método del avestruz debe de ser algo recurrente en el ser humano en momentos de shock. Me suben en la ambulancia, suena la sirena, esta vez soy yo el protagonista, dudoso honor, mi padre me acompaña, me da la mano mientras me mira. Siento que le transfiero todo el dolor, como en una suerte de espejo, tan solo lo soporta él.

Me siento tremendamente culpable... cómo puedo estar haciéndole esto a mi padre... Me noto tan unido a él como nunca antes lo había estado. La desgracia también guardaba algo bueno. 

Por fin llegamos al CHUO, nos derivan a Vigo, hay que operar esa misma noche. Calma en la sala de espera antes de entrar en quirófano, es cerca de medianoche ya.

Aparece todo el dolor del mundo a la vez, en todas partes... Duraría varios meses. A deducir por la ubicación de las heridas, tuvo que haber muchos golpes, que redujeron la energía del impacto final.

Pasado todo, mi intención inicial de hacer algo para que eso nunca volviese a suceder se fue tornando en una especie de bloqueo mental, incapacidad para acercarme de nuevo a ese lugar. Desde entonces, la simple lectura del letrero de Melón en todos los viajes a Vigo me perturbará. Siento que descansé mi responsabilidad en que las autoridades vallasen la zona y pusiesen carteles... Cuando por fin se instalaron pasarelas, por un tiempo me sentí más tranquilo, hasta que ha vuelto a suceder. ¿Cómo es posible?

Me envía enlace de la noticia algún amigo, pero alguien en quien confío especialmente me pide que redacte una carta por si pudiese ayudar, no sé muy bien en qué a estas alturas.

Leo en las noticias el texto del cartel que advierte del peligro y que yo no llegué a conocer en persona. Durante mi vida laboral, siempre he sentido especial curiosidad sobre el porqué se forman los malos entendidos, no solo por las ineficiencias que producen, sino por su capacidad para generar discusiones en las que ambas partes creen que la otra miente. Mi conclusión, es que se producen por imprecisiones en el lenguaje por parte del emisor inicial. Y siento que aquí he visto una. Una parte advierte, la otra no consigue comprender el peligro de forma precisa, se salta la norma... y perdemos todos.

Creo que cuando queda espacio para cualquier otro tipo de interpretación, por remota que esta sea, habrá un porcentaje de gente, por pequeña que sea, que la procesará así. Además, no todos nos comportamos igual, hay cerebros con más tendencia a cumplir las normas, otros sin embargo tienen las normas en cuenta como un elemento más, en vez de como un único elemento.

Puedo imaginar perfectamente qué pudo haber pasado por la cabeza de este joven, yo también había sido informado previamente, pero procesé que el riesgo se encontraba en el precipicio, lo tuve en cuenta, no lo ignoré, simplemente lo interpreté mal, el peligro estaba en otro sitio, estaba oculto.

Esto es una gran desgracia de la que nadie es culpable, pero al mismo tiempo, todos habríamos podido hacerlo un poco mejor. Me incluyo.

Lo que trato de decir es una obviedad, que quizá sea necesaria una mayor explicación, o una valla en el punto más crítico que evite la caída, o un código QR que explique mediante un vídeo el peligro oculto. A veces no basta con advertir en general.

No he conocido a José Vicente, imagino que la mayor parte de la gente interpretará que habrá sido un inconsciente, sin embargo, yo imagino que era intrépido, acostumbrado a pensar por sí mismo, valiente; desgraciadamente, a veces, lo bueno es malo y lo malo es bueno.

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