A Tribuna

Actos patrióticos para la historia

Ourense, 13 de julio de 1938. Tribuna de autoridades escuchando el himno (BNE).
photo_camera Ourense, 13 de julio de 1938. Tribuna de autoridades escuchando el himno (BNE).
El 13 de julio de 1938 se produce en la ciudad un acto en memoria de Calvo Sotelo que reúne a jerarquías militares, civiles y eclesiásticas

Y ciertamente, era así… No era un asunto baladí. Más bien, se podría decir todo lo contrario: era una necesidad. Con frecuencia, en el territorio insurgente, el Servicio Nacional de Propaganda incitaba a sus departamentos a organizar actos patrióticos con el fin de elevar la moral de la población. Cualquier excusa era buena. La fiesta homenaje a Alemania, por ejemplo, en la calle Paz Novoa, en enero de 1937, aunque había reunido a unos pocos entusiastas, luego se magnificaba con el beneplácito de personajes como el emisario del Gabinete de Prensa de Burgos, el ourensano Juan Brasa. Ahora bien, independientemente de este tipo de propagandas, el alma mater de todos los actos patrióticos fue, sin duda, el II Aniversario del asesinato de Calvo Sotelo. La comisión organizadora no dio puntada sin hilo. Todo se hilvanó con suma precisión, incluida la cartelería. El propio Arbones, dibujante e ilustrador falangista, diseñó los dos carteles anunciadores del evento. En su lápiz se atisbaba la huella de la historia. En uno aparecía el puente sobre el río Loña; en otro, el monasterio de San Pedro de Rocas. Definitivamente, los gestos importaban.

Entretanto, la ciudad se engalanaba. De los balcones colgaban banderas con crespones negros, en señal de luto, al ritmo que marcaba desde la radio Ramiro de Sas Murias. Cada detalle hacía presagiar que el homenaje a Calvo Sotelo entraría de lleno en los anales de Ourense. Máxime después de saber que, entre los posibles huéspedes de honor, estarían ministros y el juglar de la oratoria, el consejero José María Pemán.

Lo cierto era que el escenario resultaba tan atractivo que nadie quería desperdiciar la ocasión de participar en una ceremonia que se preveía histórica. Y aún más, confirmada ya la asistencia de cuatro ministros -el de Obras Públicas, Peña; el de Educación, Sainz Rodríguez; el de Hacienda, Amado, y el de Acción Sindical, González Bueno- y de dos consejeros que le iban a rendir tributo a quien había sido “protomártir” de la Cruzada. Incluso el general Orgaz, para no perderse la efeméride, les solicita tanto al gobernador militar, Torrado, como al civil, Viñamata, cambiar la fecha de jura de los alféreces de Ávila, prevista para el 10 de julio, para que coincida con el homenaje que se le rendía, post mortem, a aquel héroe nacional.

Comida Ourense 1938. Bajo la silueta de Franco, ministros de izqda. a dcha._ Peña, Sainz, Amado y Bueno. Foto Archivo BNE..jpg_web

Comida Ourense 1938. Bajo la silueta de Franco, los ministros (de izquierda a derecha) Peña, Sainz, Amado y Bueno (BNE)

La Falange Española Tradicionalista y de las JONS pronosticaba una concentración nunca antes vista en la capital. La maquinaria propagandística había tenido éxito. Prueba de eso era que, a pocos días del magno acontecimiento, recibía 10.000 pesetas en donativos para paliar los gastos de las actividades de un programa oficial que, al final, se desarrollaba en dos jornadas. El martes, 12 de julio, llegaban los 750 alféreces y cadetes de Ávila que habían desfilado por algunas ciudades -entre otras, Santiago, en donde habían ganado el jubileo tras subir al camarín del Apóstol y salir por la Puerta Santa-. Aquí, en la ciudad de las Burgas, tan pronto llegaron, después de marchar en formación desde la Alameda a la Catedral, también desfilaron de uno en uno por la capilla del Santo Cristo, rindiéndole pleitesía. Ya por la tarde, en presencia de un grupo de personalidades, Gil Yuste, general de División y jefe de la Octava Región Militar, inauguraba el Hogar del Herido en la calle José Antonio. El local, que se le había alquilado a María Guerra, pasaba a depender de la Delegación Provincial de Frentes y Hospitales. Disponía, básicamente, de un salón, de un lugar para la tertulia y de una biblioteca, decorados con dibujos de Molina. Era un rincón para combatientes que nacía en la retaguardia, a imitación de los Hogares de Reposo del Soldado. Uno y otro estaban imbuidos de un carácter propagandístico, aunque tampoco exento de un espíritu de hermandad. La misma viuda de Muñiz, a veces, dejó de cobrar las 125 pesetas mensuales del alquiler para que la institución pudiese afrontar los gastos que generaban sus servicios asistenciales.

Con todo, el miércoles 13 de julio de 1938, sin discusión, era el gran día. La FET y de las JONS había organizado una gran concentración de las Secciones, llegadas de todas las partes de la provincia. Los camaradas de O Carballiño, Ribadavia y Viana se situaban en el campo de los Remedios; en el Posío, en la parte central, los de Allariz, Xinzo y Verín, y en la parte baja, los de Celanova y Bande; los de Ourense, en la parte alta, y, los del Barco y Trives se emplazaban en la Alameda. Precisamente, desde aquí, los 750 alféreces y cadetes de infantería de la Academia de Ávila, junto con la banda del Requeté de Navarra, que habían pernoctado en la ciudad, formaron en cuatro compañías y se dirigieron a la Catedral. Allí asistieron a los funerales, que oficiaba Cerviño, en memoria de Calvo Sotelo. Luego, una vez encendida la lámpara de los Caídos, la celebración tuvo un carácter eminentemente patriótico. Las jerarquías militares, civiles y eclesiásticas presidieron la jura de bandera. Desde la tribuna, brazo en alto, escucharon el himno nacional y todos los oradores, sin excepción, exaltaron la memoria de Calvo Sotelo. Incluso, la comida se convertía en un gesto de confraternidad. El plato único que comían los ministros, las autoridades y los alféreces, en el local del Instituto de Segunda Enseñanza de Ourense, presidido por la silueta del caudillo, no era más que el preludio de lo que estaba por llegar.

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