OURENSE NO TEMPO

Adaptándose a los tiempos

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photo_camera Desenclavo en la Praza Maior en los años 20. (Foto José Pacheco; colección Santiago Mosquera)

Allá por los años 70 del siglo XX, en estos días de Semana Santa todo se cubría con un halo de religiosidad, y la mayoría de las costumbres “relajadas” seguían realizándose, pero de manera más discreta al menos.

Los niños le cogíamos cierto gustillo, ya que lo suyo era hacer “ejercicios espirituales”, en los cuales aunque teníamos que repasar nuestros conocimientos de religión, asistir a alguna misa y confesarse (los que ya habían hecho la primera comunión), lo hacíamos en un ambiente distendido. En mi caso, que cursaba estudios en el Colegio Rosalía de Castro (Progreso, al lado del Roma), nos llevaban durante esos días a la iglesia de Santo Domingo, con los consiguientes paseos que para nosotros eran una diversión. Allí coincidíamos con alumnos de otros centros, y aunque nos mantenían separados en la iglesia, los momentos de descanso convertíamos aquel atrio de la parroquia en un hervidero de risas y conversaciones infantiles. Terminada la semana de ejercicios, comenzaban las vacaciones reales, y en ellas, por extraño que parezca, la gran mayoría participábamos en actos religiosos, los motivos eran diversos, desde auténtica fe, hasta sobornos de tías y abuelas, pasando por la simple curiosidad.

De esa época son los recuerdos que hoy me vienen a la memoria: Entre el 74 y 76 viví la procesión más multitudinaria del Santo Entierro y la menos concurrida. Aquellos años eran los primeros en los que se me dejaba ir con los amigos en lugar de en familia, y con más ganas de diversión que fervor religioso, salimos de la Catedral muy formales aunque jugando con el cirio, forzando la caída de la cera y en las paradas intentando que le cayera en los zapatos al que iba delante. Al poco tiempo, y después de escuchar las riñas de algún adulto, detención “a verlas pasar” y vuelta a ponerse en la fila. El caso es que toda la calle de Lepanto y Santo Domingo eran dos filas interminables de fieles con sus velas en la noche ourensana, una imagen impresionante, al tiempo que “casi” toda la gente permanecía en silencio. Aún se me viene a la memoria el sonido que hacían los seminaristas portando la urna con el Cristo al apoyar las andas que utilizaban para los relevos. La banda del Regimiento Zamora 8, (no sé si ya al mando del subteniente Caamaño y el brigada Paris), junto con la Banda Municipal se encargaban de marcar el paso y dar el aire de solemnidad requerido. Bueno, lo que quería contaros es que estando ya las primeras unidades cerca del cruce donde hoy está La Lechera, mis amigos y yo subimos por la actual Concordia hasta Santo Domingo, y aún no había llegado allí el final de la procesión. ¡Eran otros tiempos! En el otro extremo se sitúa la del año siguiente, en la que la lluvia no dio tregua en todo el día y los pasos, por sabia decisión, no salieron de la catedral.

Hoy, pasado el tiempo y buscando información descubro que no fueron esos años los más representativos de nuestra Semana Santa, sino que habría que irse mucho más atrás para encontrarse con participaciones masivas y la colaboración de casi toda la ciudadanía. En los años 20, como muestra la postal de José Pacheco que hoy os presento, la Praza Maior era el centro de la gran mayoría de actividades, ya que era el único escenario capaz de albergar a toda la gente que deseaba participar. El Desenclavo o liturgia de las Siete Palabras era uno de los ritos más llamativos y esperados (durante el Desenclavo de 1891 se produjo el tristemente recordado asesinato de la “pobre Asunción” a manos de un antiguo novio), pero el acto principal eran las procesiones, dos concretamente: la del Santo Entierro (tarde noche del Viernes Santo), en aquellos tiempos reservada para los hombres, y la de La Soledad o “Caladiños” (entrada la noche del Viernes Santo), reservada para las mujeres y posiblemente la que se vivía con más fervor religioso. En ella era costumbre que se cantasen “ayees” por parte de algunas devotas (actualmente creo que no se estilan los cantos). Los recorridos eran más cortos que los actuales, y se centraban en la Praza Maior y parroquia de la Trinidad, llegando hasta la catedral y como mucho hasta la calle de Alba. Lo habitual era que únicamente procesionaran los pasos de La Dolorosa y El Cristo.

La del Santo Entierro, como dato anecdótico, entraba en la catedral por la puerta norte y salía por la sur para volver a terminar el recorrido en la Plaza Mayor.

Hoy en día, a pesar de la relajación habida en las costumbres religiosas, la mayoría de los actos del programa de la Semana Santa continúan celebrándose aunque se hayan realizado modificaciones de escenario: la antigua y bellísima procesión del Encuentro que terminaba en la Praza Maior, ahora se celebra en la Catedral, al igual que el lavatorio de pies. El Desenclavo se ha trasladado a Santa María Madre, donde se conserva la copia articulada del Santo Cristo. Los horarios también han sufrido cambios, el más significativo es el de la procesión de los Caladiños, que ha pasado a realizarse al alba y antiguamente salía poco después de recogida la del Santo Entierro.

Dentro del programa se han recuperado tradiciones como la del Desplante (resultado de un conflicto entre obispo y autoridades locales, por haberse estas negado a colaborar económicamente en la reparación de la escalinata de Santa María Madre; por ese motivo el Domingo de Resurrección, cuando la procesión de Santa María llega al pie de las escaleras, el obispo detiene a las autoridades impidiéndoles que pisen lo que no han querido pagar...), y continúa realizándose, aunque sea poco conocida, la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo. Feliz Pascua.

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