Ourense despidió con dolor a cuatro jóvenes mujeres, entre las 79 víctimas del mayor siniestro ferroviario de los útimos 40 años

Angrois, el lugar donde Galicia vuelca

Es demasiado complejo entender cómo una tragedia de semejantes proporciones puede llegar a ocurrir en un país como España. La cadena de coincidencias y despropósitos humanos y tecnológicos que se acumulan tras el accidente es de tal envergadura que su sola consideración produce animadversión.
A 199 kilómetros por hora, casi con Santiago enfrente, el maquinista del tren, Francisco José Garzón, recibe una llamada telefónica, proveniente del mismo tren, con una petición trivial. Son las 20,39 y, sin saberlo, la tragedia comienza a gestarse sobre los raíles.

Los avisos sonoros ?tan sólo avisos, no restricciones electrónicas de velocidad que sean capaces de corregir situaciones como la acontecida? son obviados como consecuencia de esta distracción, y el convoy prosigue a su velocidad de crucero cuando debería hacerlo aproximando ya los 80 kilómetros por hora.

Tan solo ha tomado dos minutos desde el inicio de la llamada para gestarse toda la desgracia, pues pocos segundos antes de las 20,41, Garzón toma conciencia del aluvión de inercia en el que viajan tanto él como todos los pasajeros, incapaz de contenerlo ante el diseño de una curva jamás concebida para semejante tonelaje a una velocidad tan desproporcionada. A partir de ese momento, la sucesión es tan veloz que las palabras sobran en su aliento por resumir lo ocurrido. En el fatídico punto kilométrico 84,413, el tren es vencido por su enorme empuje y ante la imposibilidad de Garzón de contenerlo desesperadamente, descarrila a 179 kilómetros por hora. Son las 20,41 del 24 de julio de 2013, un instante fatídico para la historia humana de Galicia y ferroviaria de toda España.

Las consecuencias fatales ?79 muertos y un centenar de heridos? tuvieron enorme repercusión en la provincia de Ourense, por el fallecimiento de las jóvenes Celtia (21) y Eva (24) de Xunqueira de Ambía, cuya despedida fue multitudinaria; Carolina (18), de Ourense; y Ana (45), de Melias (Pereiro).


DIMENSIONES DE LA TRAGEDIA

Es imposible mesurar las dimensiones del fatídico accidente ferroviario del pasado 24 de julio a las puertas de Santiago de Compostela. Lo es por varias razones. En primer lugar, la dimensión humana no se agota con la etérea cifra de 79 fallecidos. Se trata de familias enteras cuyo sino ha sido truncado en los escasos segundos que el pavoroso vídeo del volcamiento al que hemos tenido acceso alcanza a resumir. De Ourense han sido cuatro las víctimas que se ha llevado, vidas todas imprescindibles, todas femeninas, todas ungidas por la juventud. Un daño irreparable que no responde a cuantificación.

En segundo lugar, el accidente ha supuesto una herida punzante en el corazón simbólico de la comunidad autónoma. Para los vecinos de Angrois la impresión es de una fiereza desconcertante. Para toda la comunidad autónoma, un accidente de esta magnitud, en pleno centro administrativo, a escasas horas de la celebración de uno de los grandes días festivos, conlleva un fuerte choque simbólico y emocional. Tan solo basta con ver la reacción ciudadana tras el accidente, el arrope humano, ahora empático y solidario, con que la tragedia ha sido seguida, para comprobarlo.

En tercer lugar, en una dimensión mucho mas alejada de lo humano, el accidente supone un mazazo contundente a una de las principales bazas que los distintos gobiernos centrales han estado en la última década apostando por Galicia: la modernización de sus infraestructuras ferroviarias. Y no solo a lo interno, relativo a la Comunidad o a España, sino que también de cara al exterior, pues una de las principales sendas de negocio se asienta en la construcción e implementación de tecnología ferroviaria en otros países.


LOS CAMBIOS POR VENIR

Las reflexiones, tras este fatídico accidente, proseguirán durante mucho tiempo. La mejora de los sistemas tecnológicos de seguridad en determinados puntos de las vías férreas se antoja imprescindible. El cambio de protocolos en las situaciones de conducción, toda vez de evitar fatídicos errores humanos como el ya vivido, luce inaplazable.

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