Anotarse, revisión médica... y pasaporte

  La emigración fue durante años uno de los motores fundamentales de la economía ourensana. Muchas de las personas que tuvieron que abandonar su tierra en los últimos 40 años lograron su objetivo, pero otras dejaron la piel en el intento, y también los  hay que regresaron peor de lo que estaban antes de partir. En las instalaciones del Instituto Nacional de Emigración, en A Carballeira, eran agrupados por profesiones y, cuando aparecía un contrato laboral, debían pasar estrictas revisiones médicas.


 

Las tres trabajadoras que custodian los archivos de la emigración fueron testigos de lo duro que es el tener que abandonar la tierra, dejando hermanos, padres, abuelos e hijos, para ganarse la vida en un país en el que hasta el lenguaje era extraño. Las tres no recuerdan una cara en concreto, pero a todos los evocan con cariño y nostalgia. ’Primero se anotaban para irse, por ejemplo: Alemania’, explica una de las operarias, recordando que lo primero que les preguntaban era qué profesión tenían o qué trabajos sabía realizar, para agruparlos y así encontrarles un contrato, que llegaban al Instituto Nacional de Emigración ourensano enviándolos las propias empresas, la Administración e incluso un familiar ’que ya había emigrado y pretendía llevarse junto a ellos a un pariente’.

Una vez que aparecía el contrato laboral, avisaban a los afectados, mediante carta, para que acudieran a una revisión médica. En la consulta solía estar un médico español, ’pero los alemanes no se fiaban de su diagnóstico y desplazaban a Ourense un facultativo del país’, añaden.

Pasaporte y maleta Así, los que emigraban a Alemania, a la semana siguiente de ser revisados por un médico español, debían acudir a la consulta del alemán, ’que eran mucho más rigurosos. Si tenías una cicatriz de cualquier operación ya te rechazaban’, apuntó un ex emigrante del país germano, Alberto Fernández. Una vez pasada la revisión médica llegaba el momento de hacer el pasaporte. ’Ese día era aprovechado para comprar la maleta y ropa’, añade el ex emigrante.

Después, sólo había que esperar a que llegará la ansiada carta anunciando el destino y día de partida, y, con ella, la despedida de los seres queridos. ’Hubo días en que marcharon hasta 300 personas’, recuerda una de la trabajadoras, añadiendo: ’Nunca se me borró la imagen de varios autobuses con las puertas abiertas para que metieran las maletas. Era un grupo bastante grande que emigraba a Suiza, pero me quedé con la imagen porque partieron el día de Navidad. Para mí, aquello fue terrible’.

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