El ángulo inverso

Asear el alma

ALBA FERNÁNDEZ
photo_camera ALBA FERNÁNDEZ

MARTES, 30 DE AGOSTO

Apenas me he perdido un concierto este mes de agosto. Escribió Cervantes en “El Quijote”: “Donde hay música no puede haber cosa mala”. Por aquí estuvo Santiago Auserón, que cambió su piel y ahora es Juan Perro. Hay que joderse, allá en el 82 vi su primer concierto con Radio Futura en la Plaza Mayor de Madrid. Después, en Cuba lo nombraron Caballero del Son. Ya muy joven en su ciudad de Zaragoza supo que tenía que lanzarse a los caminos. Siempre con un resistencia íntima a todo lo vulgar, alejado del discurso frívolo que nos venden. Lo cierto es que, doctor en Filosofía, escribe libros haciéndose las grandes preguntas. Su concierto, allá en el recinto de Montealegre, con la peña sentada en la hierba, fue una fiesta. Hasta falló la luz en un par de ocasiones. Otro profesional hubiera tomado los bártulos y se hubiera ido. Pero él, Santiago, aguantó en el escenario entre el sonido del saxo y la batería mientras todo el mundo cantaba “La Rianxeira”. Qué concierto, en medio de esta sociedad atolondrada y bobalicona, nos ayudó a asearnos el alma.

Cierto, la peña le pedía los viejos temas de Radio Futura como “Escuela de calor”, pero para él aquello es una etapa clausurada. Sólo hizo una concesión en la última canción de la noche, “Semilla Negra”: “Yo tengo un sentimiento vagabundo/ y voy a seguir tus pasos por el mundo./ Y aunque tú ya no estás aquí,/ te sentiré por la materia que me une a ti”. Pero él no olvida sus tiempos de precursor del rock latino y suele decir: “Soy un roquero tocado del ala y, como buen maño, un tipo obstinado”.

Y bien, hermano lector, lectora, no me vayas a tomar por un fulano de cotilleo televisivo narcotizado en estos tiempos sembrados de trampas. Cuando estuvo aquí la penúltima vez, le acompañaba su compañera de toda la vida, Catherine François. Su historia, tan romántica, no me resisto a contarla. La recuerdo callada, humilde, dulce, apretando un libro contra su pecho. Me contó: “Nos conocimos en una discoteca en el Mediterráneo. Sonaba un rock brutal, me acerqué a ella y en medio del barullo nos pusimos a hablar de literatura hasta el cierre. No nos hemos separado jamás. He tenido ocho hijos. Con los dineros que gané en Radio Futura me compré una casita en las Baleares al lado del mar. Ella es, cómo te diría, una escritora secreta, su libro ‘El árbol ausente’, ya ves, el título lo dice todo”.

(Cómo es la vida. Quizás sea cierto, las cosas pasan para que alguien las cuente. Sucedió no hace tanto, invitaron a un coloquio a Santiago como filósofo y a Fernando Aramburu como escritor, qué pareja inesperada. Su libro “Patria” estremece. Dicen que el coloquio fue intenso, cálido y certero. Lo dijo el poeta: “Cuando el amor llega, has de seguirlo persistente”. Sucedió. Filosofía y literatura se tomaron de las manos).

JUEVES, 1 DE SEPTIEMBRE

Ayer, un médico que ejerce en una villa de la provincia y viejo amigo de tiempos de internado, me tomó del brazo y sin más, me contó: “Todavía estoy desolado, mira que he visto cosas en este mundo como doctor. Y creo tener un espíritu fuerte ante las calamidades de la vida, pero esto me ha superado. Hace unos días me llamaron urgente para atender a alguien. Allá fui, era una vivienda humilde. Cuando llegué, estaba aquello lleno de guardias y gente del juzgado. En la habitación, en una cama grande y un poco destartalada, había dos ancianos. Una mujer yacía muerta en la cama y a su lado estaba un anciano que sostenía tembloroso la mano de la difunta. El hombre estaba en muy mal estado, como sostenido por un hilo de vida. Inmediatamente lo atendí.

”Enseguida supe lo acontecido. Aquellos dos seres llevaban así cinco largos días y cinco noches sin que nadie acudiese en su ayuda. Era evidente que el hombre no había tenido fuerzas para abrir la puerta o asomarse a la ventana. Mientras atendía al paciente muy grave, llegaron sus hijos y sus familiares que se mostraron compungidos y llorosos. Quizás no debí hacerlo, pero les espeté: ‘¿Cómo no se dieron cuenta de que la casa estaba cerrada durante cinco días?’. Respondieron aparentemente doloridos con vagas excusas. No pude hacer más, certifiqué la muerte de la señora. No era mi labor, pero al salir casi me encaré con un vecino”.

Mi amigo el doctor todavía parece conmovido. Entramos en un bar y bebimos en silencio.

Te puede interesar