Historias de un sentimental

El “asesinato” de un mulo en el Cuartel

Una de las más curiosas historias, que no leyenda, de las muchas que conozco del Cuartel de San Francisco tiene que ver con el ganado que formaba parte de la dotación de medios de transporte del Regimiento de Infantería Zamora 8 “El Fiel”. Se contaba mucho en mi tiempo, aunque ocurriera en otro anterior, y mi destino en la Secretaría del Coronel me permitió ojear algunos documentos relativos a aquella peripecia y sus consecuencias. No era de esas leyendas de cuartel, como otras, que tanto circulan entre soldados.

El Regimiento “Zamora 8” contaba con unas cuadras donde se alojaba a un determinado número de mulos, a razón de unos diez o doce por compañía, que se empleaban para el transporte de las armas pesadas de apoyo en las maniobras y salidas. Los semovientes eran cuidados con esmero y todos los días, los acemileros los sacaban a dar un paseo por el campo de Aragón. El resto del día lo pasaba alineados en las cuadras y dormían de pie. El cabo de acemileros era un tipo muy peculiar, que presumía de ser mando independiente. Y lo era. Era famoso por el lustre de sus botas, que nunca reveló a nadie, me refiero al de mi tiempo, que me contó la historia y, por cierto, me regaló una de sus gorras.

El caso es que un mal día apareció un mulo muerto sin que se supiera el motivo, por lo que los servicios veterinarios concluyeron que era inexplicable. Antes de que viniera de A Coruña un comisario de Guerra para abrir el expediente que correspondía al hecho, se trató de averiguar el origen de lo ocurrido, y fue la “Brigadilla”, la unidad de investigación de la Guardia Civil, la que llegó al fondo del asunto: resulta que en la cuadra estaban destinados varios gitanos, a uno de los cuales, el mulo de marras le propinó una coz. De suerte que, para vengarse, cada noche, el citado agredido iba a la cuadra con un palito con el que daba en las orejas al pobre mulo, de modo que no lo dejaba dormir hasta que murió de puro agotamiento.

El hecho era gravísimo, pues suponía un atentado a los bienes del Ejército. De entrada, el “asesino” y sus compañeros fueron recluidos en el calabozo, a la espera de resolución mayor. A alguien se le ocurrió que entre todos pagaran o trajeran un mulo sustituto, asunto difícil, ya que aquel ganado, por su alzada y resistencia era de un tipo especial que se criaba en Murcia. La solución de traer otro mulo se le sacó de la cabeza al coronel, quien, persona bondadosa, trataba de una solución menos gravosa, con un argumento contundente: “Mi coronel, va a ser peor, porque lo van a robar”, lo convenció su ayudante. Así que vino el comisario de Guerra, el autor de la agresión fue enviado a un castillo y posteriormente a una unidad de “educandos”, en Melilla, atendida por la Legión, en extremas condiciones de dureza, y sus camaradas pasaron tres meses en el calabozo. Y la remonta militar mandó otro mulo. Si la memoria no me falla, el valor monetario del animal rondaba entonces las 400 pesetas. Que eran muchas. Y nació la leyenda del mulo “asesinado” que se contaba en el cuartel.

Te puede interesar