Desde Australia a las raíces, en Ourense

Eloy López Suárez y Eloy López Álvarez, en la Catedral.
photo_camera Eloy López Suárez y Eloy López Álvarez, en la Catedral.

Eloy López Suárez, un octogenario ourensano, viajó hasta su ciudad natal con su hijo, también llamado Eloy, para traer las cenizas de su esposa a Galicia desde las antípodas. Eloy y su mujer, nacida en Vigo, emigraron a Australia en los años 60.

Hace más de medio siglo que Eloy López Suárez (Ourense, 1937) partió hacia Australia para buscar un futuro. Por aquel entonces, tenía cerca de 25 años, pero ya estaba casado y había montado su propio negocio de automóviles porque llevaba trabajando desde los 10. Su padre había fallecido en la Guerra Civil, luchando en el bando republicano, y su madre, como tantas mujeres de la época, se quedó viuda, con cuatro niños a su cargo. Todos los hermanos emigraron antes de cumplir los 14. Eloy, al ser el pequeño, se asentó en Vigo y tardó un poco más en tomar la decisión, pero descubrir el otro mundo le llamaba. 

“Mi madre se fue con el pañuelito, la maleta y las gafas de sol puestas, pensando que era solo para dos meses”, cuenta su hijo Eloy López Álvarez, “y mira, aquí estamos”.  El más joven nació en las antípodas, es arquitecto y vive en Sidney. El mayor, en Gold Coast, una ciudad costera a 800 km al norte de la capital australiana.

Un viaje emocional

Al preguntarles por el motivo de su visita, la respuesta es sorprendente: “Vinimos a traer las cenizas de mi madre a Vigo, donde nació”, explica el hijo. “En 2018 yo vine aquí a pasar un año con ella, tenía Alzheimer y quiso despedirse antes de que sus capacidades cognitivas menguaran. Los últimos tres meses antes de volver los pasamos en el Hotel Bahía de Vigo, mirando hacia Moaña”.

Ourense es su segunda parada. “Veníamos al Concello, a pagar una contribución de una propiedad heredada, pero nos encontramos con que está todo cerrado!”, ríe el joven, que concreta: “Nos habíamos olvidado de que es 25 de julio”. Ahora recorren las calles “rememorando” cuando Eloy padre “tenía 10 años”. “Estamos dando una vuelta por las calles de la ciudad, viendo los cambios y recordando la infancia”, asegura el hijo. El mayor toma ahora el relevo del relato. “Evidentemente, las calles son las mismas.  Pero el cuidado de los edificios es increíble, de lo que yo he conocido a cómo está ahora es otro mundo completamente. Merece la pena ser de la tierra, tener la chispa”, concluye.

Ambos están maravillados con la ciudad y la Catedral es un deleite para el arquitecto, que ya tiene en mente algún proyecto de restauración “de la casa de la abuela” con sus primos, como excusa para regresar aquí.

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