VARIACIONES CELA

Camilo José Cela y Ourense

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photo_camera Camilo José Cela.

Cela pasó velozmente por Ourense a finales del verano del 48 cuando por encargo del diario del sindicato vertical, Pueblo, de su director y protector del joven Camilo, el todopoderoso Juan Aparicio, escribió las crónicas que fueron el punto de partida de Del Miño al Bidasoa.

Antes de que Ourense (provincia y capital) tuviesen un importante papel espacial en una de las mejores novelas del Premio Nobel, Camilo José Cela, Mazurca para dos muertos (1983), que compone con La cruz de San Andrés (1994) y Madera de boj (1999) la trilogia novelesca de materia gallega, el escritor se había referido a la provincia y a la capital en textos que forman parte del universo literario de sus libros de viaje y de sus libros de memorias, concretamente de Del Miño al Bidasoa (1952) y La Rosa. Memorias de Camilo José Cela (1959).

El 10 de junio de 1957, pocos días después de leer su discurso de ingreso en la Real Academia Española, Cela pronuncia en el salón Noble del Liceo de Ourense la conferencia “Cuatro figuras del 98”. Presentó al conferenciante don Vicente Risco, quien se había ocupado de traducir al gallego La familia de Pascual Duarte, prologada por don Ramón Otero Pedrayo (se publicó en 1962, después de una azarosa historia editorial). En dicha conferencia –en la que trató de Unamuno, Valle-Inclán, Baroja y Azorín- manifestó, según resume La Región del 11 de junio, “su alegría por hablar en Ourense, ciudad a la que encuentra, después de ocho años, que es el tiempo transcurrido desde su última visita a la misma, acrecida en todos los órdenes y tan atenta como siempre a las manifestaciones del espíritu”.

Y, en efecto, Cela pasó velozmente por Ourense a finales del verano del 48 cuando por encargo del diario del sindicato vertical, Pueblo, de su director y protector del joven Camilo, el todopoderoso Juan Aparicio, escribió las crónicas que fueron el punto de partida de Del Miño al Bidasoa. En la crónica publicada el 11 de setiembre del 48, el viajero cuenta su llegada en coche a la comarca de Valdeorras, procedente de Ponferrada. Narración en la que Pueblo censuró el siguiente pasaje, que citamos completo: 

“El viajero, por ver de refrescarse un poco se detiene y se mete en una taberna a beberse un blanco. Todos estos montes tuvieron una revuelta historia postbélica de partidas que se quedaron haciendo la guerra por su cuenta. En el mostrador, un contribuyente de boina y zamarra bebe una taza de vino. El viajero le habla.

-¿Quedan muchos maquis por aquí?

-No, señor; ya hemos bajado todos al pueblo”.

El viajero atraviesa Puebla de Trives, los altos de Cerdeira y llega a Castro Caldelas: “Castro Caldelas tiene un bello castillo almenado, con las torres cubiertas de enredadera”. Más adelante cruza el puente “sobre el salto del Mao que da luz a Ourense”. En el alto del Rodicio se apea del coche para contemplar el paisaje “ancho y espléndido de los valles de Maceda y Couso”.

Y por fin, Ourense, donde come, toma café, lee el periódico y deja pasar el tiempo: “Hace un calor intenso y pegajoso”. El viajero tiene prisa por llegar a Vigo (son las dependencias del pacto con Pueblo) y anota a vuela pluma su paso por Ribadavia, “donde los viñedos lucen, bien cultivados, con mil verdes diferentes”.

Cuando cuatro años después, 1952, ve la luz la primera edición de Del Miño al Bidasoa la estructura y la intención de la semilla periodística se ha diluido bastante. El viajero (ahora, vagabundo) llega a Ourense en el capítulo segundo del libro, procedente de Santiago y camino de A Coruña (itinerario que a buen seguro Cela realizó en el verano del 49). Deja atrás Lalín y “se mete en Piñor, el pueblo donde tiene primos en cada parroquia y primas en cada aldea en busca del monasterio de Osera”. De allí parte hacia Ourense, “ciudad levantada a buen golpe de cincel sobre piedras de ilustre antigüedad”.

Cruzando el puente romano, el vagabundo se encuentra con su primo Benitiño do Chao (los encuentros con otros personajes son habituales en el libro del 52), cuyo magistral retrato debe ser leído como muestra de la mejor literatura celiana. Juntos visitan la catedral, van a ver las Burgas y se acercan a las parroquias del caserío y del campo de Ourense, porque “nunca falta la caridad de una palabra de buen amor, la fe de un vaso de buen vino o la pagana esperanza de una moza de buena planta”. Con la caída del sol, Benitiño y el vagabundo divagan sobre la fundación de la ciudad: el troyano Anfíloco, los celtas, los suevos o los romanos. Al día siguiente, juntos emprenderán el camino de A Coruña.

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