Deambulando

Caminos asilvestrados, bosque en expansión

deambulando_resultado
photo_camera Las corredoiras, esos caminos profundos entre taludes o amurados, de frondas plenos por esta temporada.
Corredoiras, vieiros, sendeiros alfombrados con las frondas de robles, sobre todo, que nunca serán barridas por el viento, así que cada temporada se añadirán a ese ya humus de caminos, antaño transitados hoy abandonados, que por docenas intercomunicaban las aldeas

Antes del advenimiento del temporal de lluvias me fui a dar una vuelta por las fragosidades de cotas entre los 700 y los 900 metros. Caminos: corredoiras, vieiros, sendeiros alfombrados con las frondas de robles, sobre todo, que nunca serán barridas por el viento, así que cada temporada se añadirán a ese ya humus de caminos, antaño transitados hoy abandonados, que por docenas intercomunicaban las aldeas. Ahora lo hacen las menos numerosas carreteras, muchas de tan superfluas que no verás pasar un coche en todo el día, pasando a incrementar lo superfluo de la cosa pública y ese incomprensible tirar el  dinero por la borda a la demanda de cualquier munícipe que reclama asfaltado vial. Un sin sentido. Íbamos de Corvillón a Berredo caminando por más carballeiras que piñeirales, soutos o xesteiras, convencidos, que a pesar de los incendios, seguimos teniendo un bosque esplendoroso. Eso de Galicia tierra quemada no se percibe como una mancha. Encuentro, más bien, que la masa forestal como algo incontenible, y donde, hace como veintena monte pelado, ahora forestado.

Desde Corvillón, que vi escrito Corbillón en furgoneta de materiales de construcción, si vas hasta Vilar, como media legua de amenos bosques, pero con algún relicto de lo que fueron huertas. Ya no queda gente en las aldeas. No sé cómo van a subsistir, no obstante lo urbanizadas que se hallan. Por Vilar, un mastín cruzado, añoso y perezoso, nos recibe con un ladrido más de saludo que de advertencia porque no estaba el can para mucha fiesta, y menos para defensa del territorio. Vilar siempre recuerda que fundación a partir de una villa o casa de campo o asentamiento militar. Desdeñamos la subida al San Cibrao, porque al abrigo del viento dominante, arriba íbamos a ser azotados. Mas térreas pistas de las que poco uso hoy. Pasando a la vera del castro de Berredo, que acaso el nombre por la berrea de los cérvidos que poblaron antaño más que ogaño donde solo sueltas de corzos permiten mantener una población de ungulados para dar tono al monte y sustento a una especie predatoria. El castro excavado de modo testimonial por tres grandes de la arqueología: Risco, Cuevillas, T. Chivite es hoy inaccesible, mientras tres aldeas indiferenciadas dormitan en su flanco norte, que nunca mejor dicho por la escasa población que hoy las mantiene.

Corredoiras, senderos, caminos de carro, casi reales, algunos mantuvieron la conexión con Pardavedra en una hondonada en la que afloran algunos lameiros, alguna huerta y estrechos caminos amurados, todo dominado por la zarza dentro de un tupido bosque de carballos de no escaso porte y de regatos que se abren paso en esta a veces tupida selva. Caminos que recuperar no valdría porque volverían a su pristino estado por falta de tránsito aunque alguna dominical de montañeros por acá se dispersase.

Por Pardavedra, que le viene el nombre de viejo y parduzco cuando quiero confirmarlo con el ilustrado Arcadio, un profesor de Instituto, de Pradoalvar, que sostiene que es así cuando otro amigo, Tomas Vega, sostenía o sostiene que es Pedralvar. En esta aldea de Pardavedra, un can nos alerta y dos mujeres, que suponemos madre e hija, se alegran del paso de unos caminantes sorprendidos por la recidumbre de la casa rectoral, que más ala monástica pareciere, en la que a modo de cuadrangular torreón adosado y sus troneras nos hablan de que casa con recursos y que hubo de proveerse de medios de defensa para proteger sus diezmos y diestros. Nos quedamos con el nombre.

Dejando el rural medio, por el urbano me hallo inmerso por donde el ferial de ayer, de tan poco concurrido porque los últimos cuartos se nos fueron en esas tentadoras rebajas que ponen las cosas a nivel de feria, y porque con esa tempranera lluvia no invitaba a perderse por el ferial, si, acaso un verdecillo, esa ave (si yo fuese habitual oyente del micro o vidente de la pantalla siempre oiría ese ave en lugar de esa) del tamaño de un gorrión, pariente cercano del verderón, que también de escasa presencia, cuando de los antaño visibles jilgueros, ahora ni rastro y si de las lavanderas comunes, las blanquinegras, porque las de amarillenta pechuga, las cascadeñas, de menos presencia aún en cauces.

Te puede interesar