Casi veinte años de amor por los trenes diminutos

Próxima estación, Os Carrileiros. Me siento en un banco en el andén, como Penélope, y viajo a los años 50 del siglo pasado. Las familias suben a los pequeños vagones y el revisor, ataviado con su gorra azul, les sella los billetes, toca la campana, iza el banderín rojo y sopla el silbato. La locomotora se pone en marcha, y niños y mayores parten de la estación más que fascinados por el Parque Ferroviario dos Carrileiros, que esta mañana soleada de sábado acoge el decimoctavo encuentro anual de aficionados al modelismo tripulado, tras dos años de parón a causa de la pandemia. “Nos han sorprendido porque han venido amigos de 17 asociaciones de España y Portugal. Nos tienen cariño. Son ya casi veinte años de amistad; antes todos teníamos pelo”, bromea sentado a la sombra Paco Boluda, socio fundador de esta asociación, que se puso en marcha en 2003, cuando el terreno era un solar abandonado. Lo bautizaron como Os Carrileiros en homenaje a los trabajadores que murieron en la construcción de la vía férrea entre Ourense y Zamora. El nombre, Os Carrileiros, es un homenaje a los trabajadores que murieron construyendo la vía férrea entre Ourense y Zamora Son una decena de voluntarios y dedican todos los domingos del año, salvo en agosto, a esta afición. Diseñan los trenes, construyen las locomotoras y los vagones, venden las entradas y hacen de maquinistas y de jefes de estación. Natalia Fernández, la única mujer que conduce una locomotora, dice que es “una maravilla, incluso en días como hoy que pega el sol”. Otro de los socios, Manuel Hernández, diseña y construye las máquinas. “Hace falta valor y tiempo. He construido cuatro locomotoras. Mi favorita es la más pequeñita porque también es la más cómoda”, asegura. En medio del bullicio ferroviario, se oyen conversaciones en catalán, vasco, portugués… Jorge Osório viene con un grupo de Oporto, de la asociación Modulos Comboios Norte, aunque sus trenes son maquetas a escala, no como los de Os Carrileiros, que son trenes de verdad. “Lo que más nos gusta de este parque es todo, porque en Portugal no tenemos ninguno”, se lamenta. Al otro lado de las vías, Irene Vázquez, una viajera de cuatro años, está a punto de subirse al tren con su hermano Nicolás. “Cuando era pequeña me daba miedo el túnel, pero ahora ya no, porque voy a cumplir cinco”, confiesa. El vapor de las locomotoras se mezcla con el olor a churrasco que sobrevuela la estación y anuncia la comida de bienvenida, que empezará con pulpo y terminará con queimada y su conxuro.