La mascarilla, una costumbre aún muy arraigada

Isaura Iglesias.
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La vida cotidiana sigue ligada, figurada y literalmente, a la mascarilla. En el primer día sin ellas, la precaución sigue siendo la actitud predominante, con diferencia. Todo apunta a que seguiremos cubriendo nariz y boca por una temporada.

Se dice que la Ley va despacio, pero en comparación las costumbres se mueven con el paso gélido de un glaciar. El nuevo decreto ley no pudo con 700 días de mascarillas obligatorias en interiores. Ayer en Ourense las narices y las bocas brillaban por su ausencia no solo en espacios cerrados, sino al aire libre y sin las aglomeraciones que pudimos ver durante la pasada Semana Santa.

Aunque ya no sea obligatoria, la mascarilla se ha convertido en un complemento del que nos va a costar deshacernos, por lo menos hasta que no estemos 100% seguros de que la pandemia del covid no volverá copar el sistema sanitario. Muchos testimonios demuestran que, como con todos los hitos significativos, el final definitivo de la mascarilla será progresivo. 


LAURA ALCÁZAR: “Mis clientes no me han visto sin mascarilla”

La estilista zaragozana Laura Alcázar abrió su barbería en la calle das Tendas en noviembre de 2020, el peor año de la pandemia del coronavirus. Estos dos años de medidas anticovid le han costado alguna que otra situación incómoda: “Mis clientes no me han visto sin mascarilla, no me reconocen por la calle”. Ella, que precisamente trabaja constantemente para arreglar rostros, confiesa que también tiene dificultades para distinguir caras entre el gentío, porque solo reconoce las barbas que ya ha trabajado, hasta ayer cubiertas. 

SONIA GONZÁLEZ: “Si te ven sin ella, prefieren no venir”

Sonia González, propietaria de la Carnicería Ángel, afirma que los que vienen al mercado de abastos sin mascarilla se pueden contar con los dedos de la mano. Además, Sonia aprecia una actitud muy escrupulosa por parte de la gente: “Si te ven sin ella, prefieren no venir. Es complicado”. “La gente tiene miedo y la seguirá llevando”, declara. Ella cree que los comerciantes no dejarán de cubrirse el rostro hasta que no vean a más gente sin cubrebocas: “Nosotros seremos los últimos, en mi opinión”. 

MARCOS NOVOA: “¿Y por qué hay que llevar mascarilla? ¿Porque lo digan unos señores?”

Tras el mostrador de Queixos Amalia llama la atención Marcos Novoa, el único en la Praza de Abastos que despacha a la clientela con la cara libre de telas. “¿Y por qué hay que llevar mascarilla? ¿Porque lo digan unos señores?”, dice con decisión. Su madre, Mari Carmen Vidal, explica que, por una razón de estética, en su tienda de quesos se presentan al público con dos opciones, una atención personal cubierta y otra sin cubrir: “Hay criterios diferentes, como podemos ver”. 

VANESSA LÓPEZ Y JOSÉ DANIEL CARMONA: “Felices de la vida sin mascarilla”

Vanessa López va directa al grano: “Llevamos dos años esperando para que quiten esa mierda”. Para ella, el principal calvario era entrenar con boca y nariz cubiertas. Junto a ella, José Daniel Carmona, “feliz de la vida” por librarse del cubrebocas, opina que mucha gente está “acostumbrada” a usar mascarilla, como si siguiera una “doctrina”. Ambos eran los únicos clientes libres de mascarillas en la Praza de Abastos, donde no pasaban desapercibidos. 

ISAURA IGLESIAS: “Por precaución y por respeto a los clientes”

Isa Iglesias, dueña de la librería low cost Re-Read, es un ejemplo de cautela. Aun sabiendo que el coronavirus no se transmite por el papel, ella ventila, limpia y depura el aire todos los días, prestando atención a los libros que se tocan “por precaución y por respeto a los clientes y a una misma”. Iglesias aún no descubre la cara, pero en su local no se requiere el uso de la la mascarilla, allí cada cual tiene la “libertad de hacer lo que le dicte su conciencia”. 

FÁTIMA Y MARÍA JESÚS: “Hemos visto alguna persona despistada”

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Las farmacias son parte de los establecimientos sanitarios en los que aún es obligatorio el uso de la mascarilla. Sin embargo, María Jesús, propietaria de la Farmacia Alameda, ya ha visto “alguna persona que sigue despistada” y entra a cara descubierta. “Lo hacen sin darse cuenta”, añade Fátima, empleada. Además de las mamparas y la distancia de seguridad, en esta botica cuentan con lo último en alta tecnología que evita el contacto físico: una máquina de cobro automático que “que es antirrobo y antitodo”. 

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