La divertida historia del corneta Serafín y su sentido del humor ourensano

El corneta Serafín, primero por la izquierda con sus compañeros.

Ustedes se habrán enterado de la polémica que acaba de surgir en el seno de nuestros Ejércitos a propósito de la altura mínima que se debe exigir a los aspirantes a ingresar en los mismos o la Guardia Civil y me ha traído el recuerdo de una divertida historia vivida en Ourense en 1968 con respecto a la altura de los soldados del Zamora 8, especialmente si pretendían ser cabos. En este tiempo nuestro, ya no se exigirá una altura mínima para ser soldado, marinero o guardia civil porque el Ministerio de Defensa ha anunciado la eliminación de ese requisito, que hasta ahora obligaba a los aspirantes a medir más de 1,60 m, en el caso de los hombres, y más de 1,55 m, en el caso de las mujeres. Hace tiempo que el tope de altura fue eliminado en la Policía Nacional, los Mossos d’Esquadra o la Ertzaintza. No obstante, las principales asociaciones de militares subrayan la importancia de mantenerla para determinados puestos operativos. Y esa es la cuestión.

El corneta Serafín, primero por la izquierda con sus compañeros.
El corneta Serafín, primero por la izquierda con sus compañeros.

Los partidarios de que se mantenga una altura mínima argumentan que “hay que ser conscientes de que nosotros llevamos armamento, vamos con un fusil HK de 1 metro de longitud y más de tres kilos de peso. Si ponemos a una persona que mide 1,50 con un fusil de un metro, me parece que estaríamos cometiendo un grave error”, afirma Francisco Bellón, presidente de la Unión de Militares de Tropa (UMT), partidario de exigir una estatura mínima en el Ejército. Y lo mismo ocurre con los paracaidistas que deben soportar el pesado peso del paracaídas, lo que no aconseja que el aspirante sea de poca envergadura o un infante de Marina que lleva una mochila de 40 kilos. Los expertos se preguntan entonces si las personas de menos talla y envergadura van a ser dedicadas a tareas administrativas. También aluden a la propia imagen que deben dar los agentes de los cuerpos de seguridad. En fin, la polémica está servida.

¿Y qué paso en Ourense, adelantándose en el tiempo? Siendo coronel del Regimiento de Infantería “Zamora 8. El Fiel”, don Florencio Vicente del Valle, dictó una orden indicando que los soldados de poca talla fueran excluidos de los cursos para cabos y que se destinaran a la banda de cornetas y tambores, donde no era tan importante la altura, como lo era a la hora de mandar una escuadra e ir por delante en las formaciones. A algunos les vino bien, porque la banda era un apetecible destino, lo que obligaba a aprender a tocar la corneta, el tambor o el bombo, según el caso, y no todos tenían oído ni capacidades. Pero el que manda manda. El maestro de banda era un veterano que ascendiera desde soldado que no sabía solfeo, pero que tenía oído fino y gran capacidad musical para la corneta. Era un riguroso maestro que sacaba talento de donde en principio no se sospechaba. Y no les digo como porque se lo pueden imaginar.

Uno de los aspirantes a cabo se llamaba Serafín, representante de comercio de oficio, y persona de excelente trato, exponente de las cualidades comunes del ourensano medio y, sobre todo, de su sentido del humor.  Cuando le dijeron que tenía que renunciar al curso para cabo (que era un mero trámite) y pasar a la banda, lo tomó con ese humor al que aludo. Como era listo, llegó a ser uno de los mejores cornetas que hayan pasado por el cuartel de San Francisco y seguro que conservó toda la vida sus capacidades musicales. Pero lo mejor de esta historia era el comentario que hacía a sus amigos y compañeros, indicando “yo trunqué mi carrera militar por la música”. Y era verdad.

Aparte de los soldados de menos talla, como el talentoso Serafín, en la banda había otros músicos de vocación y aquella banda de guerra tocaba de modo armónico todos los sones militares, como tantos ourensanos recordarán en aquellas paradas en la Alameda o en la calle, delante del cine Losada la víspera del 8 de diciembre. El caso es que esta historia de la talla mínima para ser soldado que ahora se impone, como digo con discrepancia y polémica, evoca en mi recuerdo aquel episodio ourensano de hace 55 años de nada, pero que tanto celebramos gracias al humor del querido Serafín.

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