Emilia: la mujer que revivió detrás de su ventana en una plaza de Ourense

Hacia el final de la calle Hernán Cortés, entre el Rock Club y El Pueblo, hay una ventana que casi no se ve de pasada, pero que la gente del barrio -y la de los bares- conoce bien. Su color azul cian reluce en la plaza de Pena Vixía desde primera hora de la mañana. Siempre tiene las contras abiertas. “¿Emilia?”. Y una señora se asoma con una sonrisa: “¿Sí?”. Abre bien la ventana. Al mostrar interés por su historia la cuenta sin reparo. Emilia Caridade Gonçalves Guimeraes, nació al poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, en enero de 1946, en un pueblo cercano a Braga, Portugal. Es la mayor de cuatro hermanos, y la única mujer. “Con 12 anos marchei a traballar a Porto, os tempos eran complicados e ós 20 vin para aquí co meu marido, para Bande, porque a miña sogra era de alí”, explica sobre sus comienzos. “Despois de moito traballar, gastei todo o que tiña e fun buscar aos meus irmáns e aos meus pais”. “Isto é meu”, comenta orgullosa de su casa. Todavía se acuerda de que le costó “un millón seiscentas mil pesetas”. “Acabei farta de traballar”, reitera. Y pese a cobrar una pensión de escasos 400 euros, su actitud hace honor a su segundo nombre a diario. “Hai pouco tiña aquí unhas sardiñas que non me apetecían”. Las frio y tres chicos que pasaban por allí se las comieron “e máis que houbera!”. En la repisa tiene, además, una bolsa de pienso con un “cacharriño preparado” para los visitantes caninos. “Dou sangue do corpo, pero que non me toquen o xenio”. Entre visita y visita, Emilia se entretiene. Vive sola, pero no en soledad. Su carácter es de extrovertida nata: “Son moi faladeira, a min quérenme moito aquí, no barrio, coñéceme toda a xente”. Montserrat Pérez, una vecina que pasa por allí confirma que “a Emilia coñécea todo o mundo”. Y ella misma cuenta que sus 77 años no son obstáculo para tomarse una caña con la gente de la terraza del Rock. “Levan varios días poñendo unha mesa de 8 persoas e xa lle dixen á xefa que me trouxera un corto a mín tamén para estar con eles”. Asegura que es tan querida en el barrio que este año y el pasado “celebráronme o cumpreanos cántandome entre todos os veciños e colgáronlle a unha cadeliña un cartel de ‘feliz cumpleaños’”. Después enseña una fotografía suya sujetando el cartel con una sonrisa, que guarda en la cocina. Asegura que los bares de copas no son molestia alguna. La mujer representa ahora el ejemplo perfecto de armonía en su comunidad y cuesta creer, que en tiempos, fuera precisamente la convivencia lo que más condicionaba sus días. “Vou contar a historia completa, eu fun maltratada” -y añade- “paseino moi mal, meu defunto marido, que Deus o teña, pegábame a min e aos meus fillos”. “Teño catro fillos, eran pequenos. Ao principio metíame no medio para que non batera neles, sempre me daba na cabeza, aquí”, dice mientras se da con la parte interna de la muñeca en el lado derecho de la cabeza. Momentos antes, comentaba que había tenido una embolia con la que perdió la visión del ojo izquierdo hace unos años. “Cando creceron os nenos, eran eles os que se metían en medio”. Continúa el relato explicando que un día casi la “mata”, pero la salvó su hija mayor: “Ela xogaba ó golf, entón ao ver a escena colleu o pau e lle dixo: ‘como toques a mi madre te rompo la cabeza’”. En ese momento, el entonces marido se fue de casa y llamaron a la policía. “Entón separeime, pero xa intentara suicidarme dúas veces”. Emilia sacó adelante a su familia: “Eu cuidei aos meus fillos, eduqueinos eu”. Dice tener unos hijos que son “para estar orgullosa”, pero recuerda que en los momentos duros aguantó “palizas e de todo para sacalos adiante”. A pesar de ello, cuenta que “el non morreu só” y que fue con sus hijas a ver “como marchaba”. De la violencia de género piensa que no la hubiera sufrido “se daquelas se falara diso como se fai agora”. Aunque opina que “ás veces se fala de máis”, nota una evolución: “A xente calaba porque antes os homes eran máis machos, aínda que non o foran, querían facerse”.