Tribuna

La entronización del crucifijo y la bandera bicolor

Foto Chao 1936. Celebración de la reposición de la bandera bicolor en el Ayuntamiento de Ribadavia.
photo_camera Foto Chao 1936. Celebración de la reposición de la bandera bicolor en el Ayuntamiento de Ribadavia.

La II República, querámoslo o no, tampoco había sido el fruto de un parto sereno. Era hija de las ideologías. Y, la filosofía que se imponía en Europa en esa época, tenía un componente pasional, instintivo y emocional. Los gobiernos republicanos, del signo que fuesen, sin distinción, casi nunca se plantearon hacer un ejercicio de autocrítica. Unos y otros, todavía, se retroalimentaban de la mentalidad decimonónica, que seguía culpando de todos los males que tenía el país a los que tenían enfrente. Unos pensaban que los problemas se solucionaban, como había hecho Francia, eligiendo el camino de la secularización. Otros se apegaban a la fuerza de la providencia y de la tradición.

En 1931, en más de una ocasión en Ourense, un importante número de maestros, por miedo a perder su puesto de trabajo, ante las dificultades que se presentan a la hora de retirar el crucifijo o de izar la bandera tricolor, bien por presión de la comunidad o por propia convicción personal, se vieron obligados a dar explicaciones públicas de sus actos. Un caso singular se registra en Melias. Hay vecinos que, con mala intención, suponiendo que el Gobierno había corrido con el gasto de las banderas, denuncian al maestro porque no iza la republicana. En otras localidades, sin embargo, no se le ponen trabas. En Ribadavia, el delegado de la Federación Republicana de Ourense, Antonio Buján, llega a la villa, constituye una nueva corporación municipal, y, externamente, nadie se opone para que se cumpla con la legalidad. Meses más tarde, en diciembre, el Consistorio conmemora por todo lo alto la proclamación del presidente de la República. Se cierra, inclusive, el comercio, en día laborable, para asistir al izamiento en la Plaza Mayor, de la bandera tricolor.

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Foto Chao 1936. Manifestación por las calles de Ribadavia el día de la reposición del crucifijo.

Lamentablemente, aun así, se vislumbraban dos frentes irreconciliables, que sólo salieron de sus nidos y bajaron de la copa del árbol a la tierra, para desatar el instinto más irracional, la guerra.

Es precisamente en los lugares en los que antes los republicanos habían retirado los símbolos haciendo alarde de una gran pomposidad en los que, ahora, la entronización se hace en olor de multitudes. El izamiento de la bandera bicolor, por ejemplo, en Ribadavia o en Ourense, se realiza en la Casa Consistorial, en presencia de autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Al acto asisten milicias uniformadas y secciones del ejército, que después de reponer la bandera roja y gualda, desfilan ante ella, aclamados por la muchedumbre.

Es cierto que no fue hasta el 3 de febrero de 1938, con motivo de la primera reunión del Gobierno de Franco, cuando, a través de sucesivos decretos derogatorios, se comenzó a desmantelar la obra legislativa de la República. Pero ya antes, desde la Junta de Defensa Nacional, se habían aprobado disposiciones relativas a la iconodulia con la misión de dinamitar los símbolos que evocasen al estado laico republicano y, por el contrario, favorecer aquellos que pudiesen darle a la guerra una apariencia de cruzada.

En Ourense, además de la reposición de la bandera, por lo pronto se escogían dos escuelas para escenificar la entronización del crucifijo. Por una parte, la Normal, porque en ella se formaba a los futuros docentes, y por otro, la Graduada, porque era el centro en el que hacían las prácticas los maestros. El día señalado fue el domingo 30 de agosto de 1936. Tras el acto de desagravios, el obispo Cerviño bendecía los nuevos crucifijos, que se repondrían en las escuelas. Luego, una manifestación cívico religiosa, presidida por autoridades civiles, militares y eclesiásticas provinciales, y encabezada por milicias japistas, requetés y falangistas, con sus distintas secciones de “balillas” y la femenina, acompañaba el gran crucifijo que llevaba el sacerdote Ramón Vázquez, maestro nacional de la Escuela Graduada. La banda municipal entonaba himnos patriótico-religiosos. Al llegar a la Normal, el teniente coronel de la Guardia Civil le hacía entrega del crucifijo a Vicente Risco, para que aquella enseña presidiese la formación. El director, en agradecimiento, haciendo uso de una fina oratoria y retórica, apelaba al espíritu de la sabiduría para que triunfase sobre los falsos ídolos de la tribu. En seguida, la comitiva se dirigió a la Escuela aneja, a la Graduada, en donde el alcalde, Marcelino Mira, le hacía entrega a la directora, Imelda Valdivieso, de la figura de una imagen del crucificado.

Este acto, sin duda, fue el punto de partida para las demás entronizaciones que fueron produciéndose en las distintas localidades de la provincia. En Verín, la procesión finalizaba en la plaza García Barbón, y se reponía en la escuela de Blanca Sanz, el emblema de la redención. O, en O Carballiño, cinco mil asistentes, acudían a la reposición de Cristo Rey en el grupo escolar. E incluso en esa misma semana, tras el permiso correspondiente del delegado gubernativo, tenía lugar la entronización del crucifijo en escuelas del ayuntamiento de Ribadavia, como San Andrés, Ventosela, o Sanín.

Al final, había costado más retirar los signos que infringir los dogmas. Uno podía relajarse en la práctica religiosa, pero se era intransigente con los símbolos. En este sentido, ni la República trajo la eclosión de una nueva primavera, ni la guerra dio paso a un nuevo sol. Ambas etapas, producto de la irracionalidad, desembocaron en un frío invierno.

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