Le imputan un siniestro del que huyó, tras investigar los restos que dejó el coche

El espejo retrovisor lo acusa de atropello

Un hombre circula en su coche con una bandeja de comida en la mano. (Foto: Xoán Baltar)
El Juzgado de lo Penal 1 de Ourense acogió la vista oral contra Lino G. F., natural de Cardoña (Paderne de Allariz), a quien el Ministerio Fiscal acusó de atropellar en 2008 a un vecino de Reboredo (San Cibrao) cuando paseaba por el polígono y huir sin prestarle auxilio. El acusado aseguró que el día y a la hora que se produjo el accidente estaba cenando en casa de un amigo. Los signos de daños que la Guardia Civil descubrió detrás de una reparación imperfecta, los atribuyó al atropello de un perro.
Año 2008. Día 20 de agosto. Esa noche queda clara, pero M.O.P. es atropellado por un vehículo y vuela diez metros “como si fuera un papel”. Sólo estaba paseando por el polígono de San Cibrao con su mujer, que creyó que lo habían matado. Sobreviviría. Eran las 22.45 horas. El conductor ni se detuvo ni tuvo la tentación de hacerlo: huyó. En el lugar, apenas quedaron restos de un espejo retrovisor y cristales de un foco y un piloto. Pero los restos iban a dar mucho de sí a una Guardia Civil que comenzó a montar el puzzle a partir de las rebañaduras de un coche anónimo que no dejó ni frenada. “Gracias al espejo determinamos que se trababa de un Ford construido entre 1991 y 1994, de color blanco”, testimonió en el juicio oral el agente que instruyó la investigación. En la casa Ford fueron más allá: se trababa de un Escort. Las cámaras de vigilancia de la Asociación de Empresarios del polígono captaron 10 minutos antes del atropello, el paso de un Ford Escort, blanco y, además, descapotable.

Ya tenían algo. “Dimos traslado de esta descripción a las patrullas de tráfico”, señaló el agente. Dos semanas después se conjuró la suerte, y pudieron dar el alto a un vehículo de esas características. Conducía el hijo el acusado, y el coche relucía especialmente. Tanto brillo hizo sospechar a los agentes, que terminaron por distinguir señales de reparación justo en el lado derecho del vehículo, en torno al espejo, la aleta y la intermitencia. El conductor aportó el nombre del taller que había obrado el arreglo. Sin embargo, la Guardia Civil buscaba otra presa, así que dejó que el muchacho siguiese su camino. Al día siguiente los agentes cayeron sobre Lino G.F., natural de Cantoña (Paderne de Allariz), mientras conducía el Ford Escort con el carné retirado. Sobre él pesaban, además, antecedentes penales por un delito contra el tráfico.

Un perro en el medio
Conducido al cuartel se confesó, según al menos dos agentes, autor del atropello. “Fui yo. No paré porque tenía el carné retirado”, sostienen que dijo. Ayer, en la vista oral, negó haber dicho eso. La pregunta es: ¿cómo explicó el acusado los daños que había reparado en el Ford Escort? “En febrero se me atravesó un perro, me salí a la cuneta y rocé”. ¿Por qué no reparó el coche hasta finales de agosto? “Porque no podía conducirlo, pues tenía el permiso retirado”. ¿Pero por qué en agosto, si entonces lo seguía teniendo retirado? “Porque mi hijo sacó el carné y quise hacerle un regalo”. Hasta entonces, el vehículo estuvo oculto en una nave.

No había ocurrido todo lo importante y decisivo en la vista oral. Faltaba algo. La defensa traía ases escondidos. En concreto, un testigo del que no se tuvo noticia en el primer año de instrucción del caso, pero que ayer irrumpió como un vendaval para ofrecer coartada a su “amigo” Lino. Un amigo “de toda la vida, de más de 35 años”, según se declaró él mismo, y al que curiosamente la mujer del acusado, en su declaración, trababa de Don. El caso es que el crucial testigo aseguró que aquel 20 de agosto de 2008, entre las 22.00 y al menos las 00.30 horas, Lino, su mujer y su hijo “estuvieron en mi casa comiendo un pulpo á feira que me había sobrado del mediodía”. También confesó que Lino le había propuesto ser su testigo, y ofrecerle coartada, un año desde los hechos juzgados.

“Juro decir la verdad a favor de mi padre”
La vista oral incluyó el testimonio de 16 testigos. Uno de ellos fue el hijo del acusado, que dejó la única anécdota simpática del día. Cuando la magistrada le tomó juramento, advirtiéndole de las consecuencias de mentir, el joven adelantó sus intenciones respondiendo “juro decir la verdad a favor de mi padre”. El caso es que, tanto el hijo como la madre, aseguraron haber cenado, aquel 20 de agosto de 2008, pulpo en casa del amigo de su padre, consolidando su coartada. La defensa, por todo ello, solicitó la libre absolución de su cliente. El Ministerio Fiscal, que imputaba al acusado un delito de omisión de socorro y otro contra la seguridad del tráfico, reclamaba un año de prisión por el primero y seis meses por el segundo, con una indemnización de 11.115 euros. La acusación particular elevó su petición de cárcel a tres años y tres meses.

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