Deambulando

Flechas en el campamento de Monterrei

Me llama Santi Murias, con el que una amistad de siempre, desde Esgos donde reside ese trashumante por la provincia cuando como calificado ingeniero agrónomo ejercía, que como parte de su familia residente por allá por apetentes del lugar donde el abuelo venido de Asturias ejerció como maestro, que por entonces se decía nacional, o más bien rescató el franquismo el sobrenombre para su memorial nacionalsindicalista. Hablamos de mucho, de cómo andan los caminos del entorno que él recorre, sobre todo esos fluviales en torno al regato do Grañal lleno de molinos, puentes, canales para nutrir praderías y fincas hasta verter en el Loña, allá por Os Gozos donde de chavales tantos baños en su presa y que diariamente usaban los muchachos acampados en Monterrei bajo la militar disciplina del Frente de Juventudes o Falanges Juveniles de Franco (un paupérrimo o cutre remedio de las juventudes Hitlerianas). 

Era famoso por aquellos tiempos de postguerra el campamento de Monterrei, a poco más de media legua de la ciudad, donde se cantaba diariamente en los fuegos de campamento el "Cara al Sol", "Montañas Nevadas" o incluso el "Oriamendi", se enseñaban materias tales como la formación del Espíritu Nacional; los fuegos de campamento eran como una evasión si no se cantasen aquellas canciones fascistoides y muchas de esos novios de la muerte del patético y sanguinario tuerto Millán Astray, el de “viva la muerte y muera la inteligencia”. 

Presidían aquellas acampadas unos jefes de centuria, de aquellos enchufados con sueldo en lo público, de los que muchos, ridículamente, vestían calzones cortos, correajes, camisas azules oscuras, algún entorchado colgante, boina roja metida en la trabilla, botas lustrosas y si me apuran calcetines de lana para enfundar sus botones. Una parafernalia de lo que puedo dar crédito por haberla vivido por unos días de resistencia a mi espíritu que difícilmente se doblegaba a tanta consigna falangista, hasta mi fuga monte a traviesa. Los jefes de centuria habitaban en barracones blanquiverdes y nosotros en tiendas de lona bajo el pinar para fortalecer nuestro cuerpo en las adversidades que tantas no eran por el estío. Muchos nombres de aquellos farsantes, directores o fantasmas oficiales de la dictadura que en la ciudad disfrutaban de acomodados puestos en la administración solo reservados a los de absoluta entrega al régimen. Lo que hoy parecería inconcebible, ayer mismo estaba sucediendo y era interpretado por nuestras lavadas mentes como algo natural donde el mérito para el empleo era sustituido por la adhesión inquebrantable, que se decía, y que tantos beneficios reportaba. Así que los inquebrantables adheridos eran legión, y de tantos aún se me vienen a la memoria unas docenas a los que, por digamos, más prudencia que  decoro no voy a mentar.

Paralelamente a esta dichas Falanges Juveniles de Franco, de las que los flechas eran los iniciados, dichas cuando lo de Frente de Juventudes podría evocar algo de confrontación, por lo que pasaría a llamarse Delegación de la Juventud, los sindicatos ejercían su piramidal jerarquía, como verticales, en los medios laborales; el mismo camino la sección Femenina de la hermana de José Antonio, Pilar Primo de Rivera, esa a la que el régimen intentó casar con algún ministro nazi, infructuosamente, acaso por lo poco agraciada que era la colonizadora patria de las femeninas mentes. Había dentro de aquel esperpento bañado en sangre sitio para todos los acólitos. Y ninguna esfera de la sociedad se libraba de la peste.

Mientras, en los institutos de enseñanza media una forzada asignatura podía hasta ser llave de todo, la Formación del Espíritu Nacional. Yo percibía en ese centro de enseñanza del Posío cierto menosprecio por los que impartían aquel bodrio de asignatura, pues los docentes titulados los consideraban como intrusos, y a más de un profesor le oí comentarios altamente despectivos ante tales docentes, conmilitones a la fuerza, tanto que nosotros también poseídos de ese menosprecio, aunque excepcionalmente algún enseñante no lo fuese, si la materia que impartían. Todo lo impregnaba aquel régimen que se intitulaba nacionalcatólico, que debe ser recordado para que nunca tengamos uno, ni siquiera una franquicia. La memoria conviene revolverla, esa que tanto denostan los que ni evocarla quieren para que sus principios no se conmuevan.

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