El ángulo inverso

Hados benevolentes

MARTES, 19 DE ABRIL

Calle del Paseo, ocho de la tarde. Un predicador subido a un banco, la biblia en las manos habla del final de los tiempos. “¿No lo ven? Peste, guerra, hambre. Vosotros que vinisteis a predicar a nuestras tierras de América con un espadón en las manos, el crucifijo en otra y construisteis una capilla antes que un banco. Y yo que vengo de aquellas tierras vengo a recordaros las verdades que olvidasteis”.

Hay bastante gente en el Paseo pero nadie se detiene. Muy cerca del predicador, sus fieles, todos de aquellas tierras que conquistó Hernán Cortés, se arraciman y reparten folletos sobre el final de los tiempos. Los transeúntes apuran el paso al caminar a su lado. El predicador no se arredra. Los suyos, un pequeño grupo, hacen una rueda y cantan canciones santas. Una mujer de mirada humilde me entrega una hoja y me dice: “Sálvese, hermano, los hombres se matan en Ucrania”.

Ahora, otra de sus fieles entrega una hoja a una mujer que camina tras de mí. La imagen me perturba, su perro ladra, parece ensañarse con la mujer. Ella no se inmuta tal una mártir ante los leones en el circo romano. El predicador sigue a lo suyo: “Vivimos malos tiempos, despiértense y abrácense por las calles”. Pasa ahora un muchacho pendiente de su móvil y, sin más, con desdén casi, le da un manotazo a la mujer que le extiende la hoja. El sudor resbala por la frente del predicador: “Escuchen la palabra de Dios… Sodoma, Nínive, Pompeya, Babilonia, Alejandría…”

(Alguien se acerca con paso decidido y gesto malhumorado. Es un camarero de la terraza de un bar muy cercano. Le escupe: “Lárguese de aquí que me espanta a los clientes…”).

MIÉRCOLES, 20 DE ABRIL

“Se acabó el pacifismo” escribe hoy el viejo cronista Raúl del Pozo. Me quedo pensando, hay que joderse, allá a finales de los setenta escribí aquel ingenuo verso: “Cambié la chaqueta militar por los senos de una muchacha nórdica”. Cierto, las armas nucleares escondidas bajo los arbustos están agazapadas en la frontera de Ucrania. Putin ha tenido malas noticias, han hundido su barco más amado, el Moscú. Se empuja un vaso rebosante de vodka y acaricia el botón de la gran catástrofe.

Busco ahora en internet las imágenes de los nazis empujando la pesada valla de hierro que marca la frontera con Polonia. 1 de septiembre de 1939. Te invito, hermano, a que las veas. Percibirás que la historia se repite. La operación “Caso blanco”, dijeron los nazis. Ese día comenzó la Segunda Guerra Mundial y ese día acabó la segunda república polaca. Todo sucede como aquellos años. Otra vez la “guerra relámpago”, operaciones militares breves y bombardeos de la Luftwaffe sin tregua. El general Holder sigue meticuloso las tácticas de las divisiones panzer. De aquella, fueron mil quinientos ochenta aviones. Los Junker 87B-1, los Stuka que probaron en nuestra Guerra Civil y arrasaron Guernica. El general ha estudiado bien las tácticas nazis de arrasar. Arrasa. Los ucranianos valientes: “Nadie se rinde en toda Ucrania”.

Nuestro presidente recibe órdenes: “Déjese de bibliotecas y monsergas, tiene usted que aumentar con urgencia el presupuesto militar”. Ojalá haya mucha gente así, el chef asturiano José Andrés no se arredra: “Seguiré dando de comer en medio de esta guerra insensata”.

(Demasiados tipos rabiosamente cabreados con la vida. Demasiados fulanos tirados por las aceras. Demasiadas huellas dactilares en las comisarías. Demasiadas vomitonas por las esquinas. Demasiadas jeringuillas en los basureros. Demasiadas personas en los manicomios. Demasiadas sirenas en la noche. Demasiadas bombas potentes en los arsenales. ¿Por la alternativa, me preguntas? Pues la ruleta rusa dice Juanma el Terrible con los ojos clavados en el móvil).

JUEVES, 21 DE ABRIL

Allá en los lejanos sesenta, cuando venía a actuar a Ourense el inolvidable Pucho Boedo al frente de su orquesta Los Tamara, se reunía una multitud y yo vi pancartas que decían: “Pucho, cuando actúas en Ourense hasta cierran todos los bares de putas”. Algo así ocurre cuando llega el jazzman Jorge Pardo a la ciudad. Y mira que ha venido un montón de veces al Latino. Pues en minutos vuelan las entradas. A él le importa un bledo que los críticos le nombraran el pasado año el mejor jazzista de Europa. Él vive como le gusta, yendo de aquí para allá con sus músicos amigos lleno de humildad y talento. Es sorprendente pero entre Jorge y nuestra extraña ciudad hay un largo estado de enamoramiento. Tanto es así que incluye en su sexteto a dos talentosos músicos ourensanos. A cada uno le dio su generoso tiempo para que mostrara su duende. Cuando anoche le daba a las baquetas Dani Domínguez, imaginé algo así como si persiguiese los pasos de los tres personajes de “A esmorga” de Eduardo Blanco Amor. Ton Risco golpeó el vibráfono con un temblor como si llamase a los jajouka, esos músicos del Rif que dicen que con sus tambores curaban a los que habían perdido el guion de su vida. Cielo santo, cuando una mujer lleva el apellido Salazar es algo serio, en él está toda la genética del cante. Sí señor, Bego Salazar, salmantina de la tierra del arte, saber y toros. Allí estaba ella bebiendo de las fuentes de aquella mítica pareja Lole y Manuel. Víctor Merlo al contrabajo, sobrio, parecía cuidar de todos. Melón Jiménez a la guitarra llenó la noche de pureza, qué limpio, como un verso de Lorca, como si barriese nuestras mentes. Y Jorge Pardo, el maestro. No cesó en toda la noche de arrancarle al cielo todo el duende flamenco. Me pregunto ¿qué puedo escribir de él? Te juro, hados benevolentes guardaron esta noche el sueño de todos los que estuvimos allí.

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