La historia de Os Maios de Ourense: Una tradición secular

Maio ganador del primer premio en una foto de Pacheco de 1917.
photo_camera Maio ganador del primer premio en una foto de Pacheco de 1917.
Un poco de historia sobre la tradición de Os Maios en Ourense

Desde siempre la humanidad sintió asombro por el misterio que esconden las entrañas de la naturaleza. En seguida, le puso alma al enigma. Pero, lo que le causaba mayor fascinación al género humano era ver cómo año tras año, paulatinamente, despertaba de su letargo para renacer a la vida. La tierra se vestía de colores. Y, engalanada, aprovechaba el equinoccio para adelantarle al campesino, la añada que podía tener. Claro que, hasta la recogida de la cosecha, todavía había que ponerse en manos del destino. Aun así, los pueblos tenían ya una buena excusa para celebrar la llegada de mayo. 

En efecto, en el Norte de Europa, al igual que en Centroeuropa, era costumbre adornar los hogares con flores o recorrer los campos cantando. En Alemania, además, era habitual, plantar un árbol… En cada país, se festejaba de forma similar, si bien, tenían su propia puesta en escena. Incluso, en España, se celebraba de forma diferente dependiendo de la idiosincrasia del lugar. En Cataluña, sin ir más lejos, los jóvenes iban por las casas pidiendo donativos “per Santa Creu”; en Castilla, sin embargo, llevaban palos engalanados con adornos florales mientras entonaban canciones; y en Galicia, sobre todo, en Pontevedra y Ourense, el protagonista era “o maio” -una figura representativa construida a base de musgo, adornada de guirnaldas-, pero, por supuesto, también las coplas que cantaban quienes lo acompañaban.

Nadie discute, pues, que la fiesta de los mayos sea una tradición que arraigó en los pueblos de generación en generación - Madoz ya la recoge en su Diccionario de 1849-. No obstante, es más difícil de ponerse de acuerdo respecto al instante en el que se dan sus primeras manifestaciones populares. Unos creen que el culto a la naturaleza hundía sus raíces en la época céltica. Otros, ven el origen, sin embargo, en la festividad que se hacía en honor a Maya -diosa de la primavera-, o a Flora -en ocasiones, dos niños conducían un arco cubierto de flores mientras un coro entonaba coplas ingeniosas-. E, incluso otros, como Benito Vivetto, en su obra de 1860, Reyes Suevos de Galica, sitúan su inicio en Galicia, en el siglo V, coincidiendo con la monarquía Sueva. Ocupaba el trono el conde Fraula con el consentimiento de Teodorico II. Este rey era tan amigo de la ostentación que cuando salía de palacio -dicen las crónicas-, lo hacía debajo de un arco de oro, de plata y de flores que debían de portar en sus extremos dos condes o dos capitanes del reino. Para que aquella fastuosidad quedase en la memoria de las gentes, los niños en el mes de las flores, se ponían el traje de reyes y pasaban bajo un arco de flores que sostenían otros niños. Ahora bien, en donde existe más unanimidad, quizás, es en que fuese en la Edad Media, tras el concilio de Braga, en el siglo VI, cuando comenzó a revestirse de poesía. Lo cierto es que Alfonso X el sabio en el siglo XIII, conmemoraba la llegada de la primavera con las mejores cantigas - ben veñas mayo-decía-, et con alegría-.

Fuese como fuese, esta tradición secular resurge a principios del siglo XX, poseída de los encantadores atractivos de antaño. Los mayos lucían a la puerta de las casas o eran llevados de puerta en puerta de la vecindad, al compás de las coplas cantadas por niños y jóvenes, que recibían el óbolo del transeúnte. Eran una mezcolanza de creatividad y poesía. En 1902, en el paseo de la Alameda de Ourense, un jurado integrado en su mayoría por mujeres, le entregaba el primer premio de treinta pesetas por el mérito artístico, al mayo que representaba un arco de la feria de Valencia; el segundo, a una alegoría de Corpus, y el tercero al puente de la Burga. Con todo, a lo largo de la historia fueron recreados en múltiples ocasiones, fundamentalmente, los mayos figurativos, con forma cónica o piramidal, que simulaban mirar al infinito. El armatroste era situado sobre un anda. Pronto, fueron rematados en una cruz como queriendo cristianizar una tradición popular que tuvo un largo recorrido pagano. Era como si Dios, por primavera, abriese su mano sobre la tierra y le hiciese un guiño a la Galicia católica que tenía en el cruce de los caminos, los cruceiros, símbolos de una religiosidad que no perecía.

Por eso, tal vez, en Ourense, se festejase el 3 de mayo, día de Santa Cruz. Los jóvenes, en un ambiente festivo, se detenían en cada calle, formando corro alrededor del mayo, para entonar sus coplas. Con ellas muchos rememoraban los versos fesceninos, típicamente populares que se tornaron de tono satíricos y burlón emulando a los que se cantaban en el Lacio para ridiculizar a personas o instituciones de la sociedad. Sin duda, la fiesta era un pretexto para aludir, saludar o criticar, a cualquier personaje o institución por sus andanzas y dar inocentes sablazos a todo “bicho viviente”.

Maio ganador del primer premio en una foto de Pacheco de 1917.
Maio ganador del primer premio en una foto de Pacheco de 1917.

Lo que es evidente es que esta tradición ourensana es una de las más añejas. Fue una cuna de ingenio para el pueblo, y también para preciados poetas, como Curros Enriquez. Por momentos, se sintió morir. Pese a todo, al igual que la primavera, siempre revive. Resurge en mayo. El propio nombre de este mes tiene un origen pagano de gentilidad clásica -proviene de Maya que era la madre de Hermes-. Y, en sánscrito, significaba ilusión. No sería insólito, pues, que a través de las figuras mayísticas culminadas en cruz, la ilusión pagana, de generación en generación, hubiese sido absorbida, primero, por la piedad del pueblo, y, luego, transformada en ilusión cristiana gracias a la Santa Cruz.

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