Presbítero y misionero en Chile

Jesús Rodríguez: ‘Allende significó esperanza para el pueblo’

Jesús Rodríguez Iglesias. (Foto: José Paz)
Jesús Rodríguez nació en Lugo (1928). En 1963 se ordenó sacerdote y en 1965 inició su labor pastoral en Chile. Acaba de publicar sus vivencias en aquel país.
Así que es usted un cura obrero...

Porque yo fui obrero antes que cura. Entré muy adulto a la Iglesia. Yo soy un emigrante del campo de Lugo a la ciudad de A Coruña, a donde acudí buscando trabajo, pocas semanas después de acabar la II Guerra Mundial. Allí hice estudios mercantiles, realicé el servicio militar y más tarde encontré trabajo como empleado de Renfe durante cinco años. Además, como presbítero, siempre trabajé en el mundo obrero.

¿Qué encontró en Chile, cuando llegó en 1965?

Al llegar a Chile encontré un pueblo solidario, pero falto de personal de Iglesia. Había mucha esperanza en Chile. Se estaba empezando una reforma agraria en beneficio de los campesinos. Fueron los obispos quienes dieron el primer paso, pues los obispados tenían latifundios, y entregaron las tierras a sus trabajadores. Eso provocó un movimiento nacional. Al punto, que ganaría las elecciones un candidato que proponía una reforma agraria.

La llegada de Allende corrió paralela a la defensa, por parte de la Iglesia, de ideas que el gobierno socialista iba a defender.

En efecto: la reforma agraria y la mejora de las leyes sindicales. Aunque ya en tiempos de Eduardo Frei Montalva se comenzaron las reformas. Allende las profundizó.

¿Allende significó la esperanza?

Para el pueblo, sí.

¿Y para la Iglesia?

El arzobispado de Santiago y el clero sabíamos que no era un problema que gobernase gente alejada de la Iglesia. Lo importante era que hubiese libertad Y nunca faltó. Eso era suficiente. Ahora bien, las mejores sociales hacia el mundo obrero fueron muy positivas en el Gobierno de Allende. Cierto que todos los gobernantes cometen errores, y el de Allende o el de Frei Montalva no fueron excepciones, pero la monstruosidad que vino después... yo la declaré públicamente.

¿Usted vivió muy de cerca el golpe de Pinochet?

Yo soy una persona sin ninguna afiliación política, pero no soy neutral ante la injusticia y el sufrimiento. Así que protegí a los perseguidos políticos, hice comedores para los ciudadanos que tenían hambre, escribí cartas a las autoridades y a los miembros del poder judicial casi todos los días, haciéndome oír de todas las formas posibles.

¿Encontró muchas dificulta des para ayudarlos?

Muchas. Yo tenía a los que huían de la muerte en casa de amigos, porque mi casa era sospechosa. Allí los tenía ocho días, hasta que una vicaría buscaba abogados y hablaba con embajadores.

¿Tras el golpe, hubo sacerdotes perseguidos?

Hubo cuatro fusilados, uno torturado y luego desaparecido, y uno tiroteado y tirado a un río, que logró sobrevivir pero con secuelas gravísimas.

¿Temió por su vida?

Sí, yo no soy ajeno al miedo, pero me parece que no actué bajo la presión del miedo. Actué bajo la presión de un misionero que no podía quedarse con los brazos cruzados.

Sin embargo, ¿tuvo que abandonar el país durante cuatro meses?

Sí. Algunos sacerdotes entregamos al cardenal Silva una lista de personas raptadas por el nuevo gobierno, al que se la entregó. Pero las nuevas autoridades se dirigieron a los sacerdotes, y nos dijeron que nos podrían aplicar la ley. El cardenal se asustó porque ellos no tenían ley. La ley significaba que nos podría ocurrir un accidente, o que desapareciéramos. Por eso el cardenal me dijo que debía salir de Chile. Le dije que no, pero llegamos a un acuerdo para que me fuese por cuatro meses. El cardenal me dijo que tenía miedo de que me ocurriese ‘algo’. ¿Sabe usted lo que quiere decir ‘algo’, verdad? Creo que sí. ¿Qué sentimientos tuvo cuando cayó un gobierno democrático elegido por el pueblo? Dolor, mucho dolor. No porque yo fuera militante político, pero yo sabía porque era europeo, lo que había sido la Guerra Civil española, y la II Guerra Mundial. Pensaba que aquello iba a acabar muy mal para la sociedad de Chile. Y eso ocurrió, como se sabe.

Pero un día el general Augusto Pinochet cayó.

Yo no soy político partidista, insisto, pero aquello fue un alivio para todo el pueblo chileno. Una democracia, por muy mala que sea, nunca secuestra a sus ciudadanos por la noche, ni tira a nadie al mar, ni asesina.

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