José Manuel González Borrajo se jubiló con solo 34 años. Es algo fuera de lo común, pero un incidente en su carrera como policía nacional forzó que así sucediese. El 8 de octubre del 2011, al mediodía, González perseguía a unos ladrones que habían robado en una empresa de instalaciones eléctricas. Escaparon por el tejado, por lo que los agentes siguieron su recorrido. Fatídicamente, una uralita cedió donde estaba pisando José Manuel y se precipitó al vacío (una caída de ocho metros), sobre el suelo de un garaje. Los sospechosos del robo huyeron y no los pudieron detener, pese a que antes de la caída estaban a dos pasos de hacerlo.
Los servicios de emergencias lo trasladaron al hospital, dado que estaba herido de gravedad. “Estuve un año mal. La Policía me hizo un seguimiento y me animaron a jubilarme. Podría haber seguido, pero me dejaban en una situación muy precaria. La ley era otra”, indica.
Los agentes de este cuerpo tienen la posibilidad -cumpliendo requisitos varios- de acceder a una jubilación anticipada (a los 60 años) por la peligrosidad del servicio y su desgaste físico y psicológico. La de González fue una salida diferente a la que en cualquier caso, no pensaba recurrir: “En su día lo pasé fatal. Me sobrevino. Mi trabajo me apasionaba, me daba vida. No lo supe encajar”, explica.
Pasaron hasta diez años para que el agente asumiese su circunstancia. Es una cuestión vocacional. “Te quedas sin tu pasión, de repente, sin venir a cuento y por un accidente”, lamenta.
Para intentar llevarlo lo mejor posible, González trató de buscar un pasatiempo, pero advierte que no fue lo mismo: “Siempre me gustó mucho el deporte. También hice varios cursos de seguridad privada, pero nunca llegué a ejercer”, relata. Sin embargo, para él su profesión es “una de las más bonitas que hay” y trabajar haciendo un servicio público “marca la diferencia”, por lo que no encuentra ninguna opción comparable.
