Cincuenta años después, 'el caso del metílico' sigue muy presente. Una salvajada desmedida guiada por la avaricia e ideada por el bodeguero Rogelio Aguiar, a la que se sumó la falta total de controles sanitarios.

Metílico: envenenados por el alcohol, desamparados por la justicia

Al teléfono Concha Pérez Rodríguez, hoy vecina de O Carballiño, en un alejado 1963 emigrante en Caracas. 'Foi todo un, ler a carta do meu pai e espetar a botella contra o chan desde un quinto piso'. Como en ensayo de locura, que lo era, por verse libre 'dun xa foi'; a ella la salvó una misiva llegada a tiempo por el mismo que con cariño le envió el licor para acomodar las penas del destierro. .
Cincuenta y un muertos, de uno en uno envueltos es misterio. Cincuenta y un muertos porque sí, y mucha distancia entre ellos, el primero Jesús Pablo Barreto, 18 de febrero de 1963, tras tomar unas copas en un bar de Haría se llenaría de dolores abdominales, vómitos y ceguera; después la muerte: Síntomas que se repetirían entre dos puntos distantes, y un nexo común, la codicia, la de unos industriales dispuestos a sumar ganancias con simples elucubraciones, que la dilución del veneno ?el metílico, de uso industrial, destilado de la hulla o sintético, en el etílico, destilado de la uva? no lo fuera tanto; casualmente ninguno de ellos probó un trago. Le siguió la enterradora del pueblo, también un pescador a quien le brindaron un trago para curar un resfriado. Muertes sin lógica, a ambos lados de un eje imaginario, 25 en Ourense, 13 en la comarca de O Carballiño, 7 en A Coruña, 18 en Canarias, incluso uno en Ifni (Marruecos). Tras probar el licor elaborado a partir de un líquido inodoro, incoloro e insípido, algunos era la única copa que habían tomado en tiempo, otros en su vida.

Una farmacéutica, Elisa Álvarez Obaya, tras hacer memoria, en la isla en 1914 ya habían muerto intoxicados por un licor traído de Cuba ?lo cuenta Fernando Rodríguez?, decide hilvanar, juntar hilos, y encontrar razones, intuye que los licores tienen algo que ver y decide analizarlos, 'determinando que todo aquello es un veneno', dando la voz de alarma a médicos y autoridades; se descubre que el responsable de todo era Casa Lago de Vigo que había enviado un cargamento a la isla, quien a su vez lo había comprado en Ourense.


UN POCO DE LUZ

En medio de un clima extraño en el que lo mejor era ser abstemio, las malas nuevas saltan en los medios. El médico de Cea, José Nóvoa Seijo, establece también por su cuenta la misma relación entre la ingesta de alcohol y la muerte repentina de algunos de sus pacientes. Las licoreras ponen el grito en el cielo, campañas en los medios y reuniones para evitar el desaguisado; el nombre de Ourense enfilado en las tabernas del Estado. Y la historia pudo llegar mucho más lejos, a los Estados Unidos, donde Manuel López Valeiras, otro de los que sentarían en el banquillo, hasta allí había exportado unas cajas de aguardiente.

El metílico quemaba el nervio óptico y sometía a las víctimas a una sensación desasosegante, como la de ver nevar a pleno sol. La que vivió en A Pena, Cenlle, Emilio Rodríguez, quien gastaba el vicio de calzarse una copa de licor en ayunas, preámbulo a una jornada de trabajo. Lo cuenta Maribel Outeiriño, el licor se lo llevó a la tienda Francisco López Otero, quien con él ya cegado de visión, se presentó un día en el negocio, llevándose el garrafón lo derramó al salir del pueblo. López Otero se sentaría también en el banquillo. 'Si lo cojo lo mato', le comentó a la periodista. El etílico, más pesado que el metílico, se encaramaba hacia el fondo, un premio para quien tomara las primeras copas. Nadie imaginaba que el antídoto de uno fuera el otro, pudiendo quedar al margen quien bebiera demasiado.

A Rogelio Aguiar le acompañaron en el banquillo, su mujer, María Ferreiro Sánchez, quien se fugaría a París hasta la prescripción del delito; Román Rafael Saturno Lago y su hijo Román Gerardo Lago, de la empresa de alcoholes Lago e Hijos; Miguel Ángel Sabino Basail, gerente de la empresa coruñesa Industrias Rosol, quien hizo acopio de casi la mitad de los 75.000 litros adquiridos por Rogelio Aguiar en la madrileña Casa Aroca; todos ellos como principales encausados ?se les sumarían otros cinco bodegueros y un abogado, José Ramiro Nóvoa, encubridor de Rogelio?, y quienes, entre ellos, al conocer los derroteros del asunto, pactaron declaraciones y vaciaron por el sumidero de sus almacenes el mortal mejunje que se llevaría por delante la vida de 51 personas, la salud de nueve personas, aunque la sospecha, para el entonces fiscal del caso, quien con suma profesionalidad y ahínco manejó, sometiéndose a innumerables trabas por la Administración franquista, así como otras amenazas, es que de que los muertos pudieran ser miles.

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