Historias de un sentimental

Mis recuerdos de Xaquín Lorenzo, “Xocas”, en aquel Ourense de los sesenta

Xaquín Lorenzo, Xocas, junto a Otero Pedrayo.
photo_camera Xaquín Lorenzo, Xocas, junto a Otero Pedrayo.

Uno de los privilegios de la edad y de haber vivido parte de mi juventud en Ourense, es que tuve la suerte de tener trato frecuente y cotidiano con personajes irrepetibles como Xaquín Lorenzo, “Xocas”. Como todos los hombres sabios, tenía la cordial sencillez de los que saben y acogía, a la hora que fuese, a quien nos acercábamos a su casa a preguntarle sobre cualquier aspecto de nuestra cultura. Ya he contado que varias de mis entrevistas se hallan depositadas en el Arquivo Sonoro de Galicia, donde pueden ser recuperadas por cualquier interesado y escuchar la voz onda de nuestro querido “Xocas”.

Sus trabajos, artículos e investigaciones como antropólogo no sólo conservan su valor inicial, sino que han sido base y punto de partida para ahondar en lo que fuimos, lo que somos y lo que sobre esta base seremos. De “Xocas” recuerdo siempre que, pese a su propio valor, siempre se colocaba modestamente en un segundo plano detrás de don Ramón Otero Pedrayo cuando coincidían en un acto en aquel entrañable Ourense de los años sesenta y primeros setenta.

Visto en perspectiva, su fallecimiento, apenas con 82 años, luego de tan fecunda vida parece especialmente temprana, por lo que como otros personajes de su tiempo le quedaron, como él decía, tantas cosas por hacer. A Otero Pedrayo, una gran novela sobre Pedro Madruga, como siempre comentaba. Pero en la obra de “Xocas” hay un importante legado que le sobrevive, como fue su decisivo impulso para la creación del que sería el Museo do Pobo Galego. En su juventud, Xaquín Lorenzo tuvo vocación por el Derecho, si bien no fue ese el camino elegido en la vida, pero lo que perdió el foro lo ganó la etnografía. Desde sus primeros estudios profundizó en el conocimiento del modo de ser y manifestarse de los pobladores de esta parte del mundo, estableciendo el hilo conductor de nuestra personalidad colectiva a través de los diversos episodios de la historia. Su compromiso político en aquellos años veinte y treinta de esperanzadores horizontes, luego cercenados por la dictadura, lo hicieron reconcentrarse en el estudio, que era también una forma de comprometerse en defensa del pueblo gallego. Con un sentido del humor muy propio, contaba que habiendo sido enrolado en un bando y una guerra que no era la suya, una oportuna herida lo retiró del frente, por lo que pudo volver al estudio y la investigación.

Ya he contado que en aquellos finales años sesenta, al mediodía, era frecuente encontrarlo en el Miño, tomando un vermut con don Ramón Otero Pedrayo. Cualquiera que se acercara a aquella mesa, junto a una de las cristaleras, y yo lo hice muchas veces, era bien acogido y disfrutaba del diálogo de aquellos dos personajes. De “Xocas” predomina vivo en Ourense el recuerdo en sus privilegiados alumnos del Colegio Cardenal Cisneros, donde rindió los últimos años de su vida activa en el ámbito docente.

Por cierto que, de sus trabajos de juventud, todavía hoy destaca el dedicado al “carro galego”, obra de temprana densidad y rigor, luego llevado al cine con enorme éxito. Tenía además una cualidad de enorme utilidad en un antropólogo, como era la capacidad de trazar sus propios dibujos ilustrativos. Pero de lo que estaba especialmente orgulloso era de aquel trabajo inicial que luego fuera ampliando y desarrollando con grabados y maquetas de sus variedades y particularidades según las comarcas y los usos. Era un estudioso especialmente notable del hábitat rural de Galicia, y los diversos modelos de casas. En ese sentido, con enorme paciencia recogió de los propios paisanos descripciones y nombres que se habrían perdido. Se ha dicho que el propio Cuevillas se asombró ante sus capacidades y rigor. Su reconocimiento de que Galicia formaba una unidad antropológica con el Norte de Portugal, aquella gran “Gallaecia” de los romanos, le procuró el reconocimiento de la Sociedade Portuguesa de Antropologia e Etnografia, de la Associação dos Arqueólogos Portugueses, entre otras instituciones del país vecino, aparte de las que ya formaba parte entre las de España, como la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Patronato del Museo del Pueblo Español de Madrid.

En aquel tiempo, tratarlo fue un privilegio, del mismo modo que hacerlo con don Xesús Ferro Couselo, su gran amigo, cuyo fallecimiento tanto le afectó, como él mismo me contaba al advertir que se estaba quedando solo ante la marcha de sus más entrañables amigos e intelectuales ourensanos de su tiempo.

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