OURENSE NO TEMPO

Negocios con historia: Bazar Darío

photo_camera Fachada y entrada al local de Bazar Darío.

Como seña de identidad, conservan los mostradores que recuerdo de siempre 

Rebuscar en nuestros recuerdos es un ejercicio repleto de sorpresas. En ocasiones es causa de tristeza, pero otras muchas es motivo de alegría; yo personalmente, los buenos no me aburro de compartirlos por si pueden hacer feliz a alguien más.

Los lectores del blog ya conocen mi pasión por los bizcochos borrachos de la confitería La Trinidad, que competían con los helados de la Ibense y el Cortijo. Aunque poco (por discreción), pero algo hemos hablado de Niton's y Dominique; otro día le tocara el turno a las tardes del Texas y Montecarlo (dos salas de juegos míticas de nuestra generación, había más, pero…) Pero hoy me vais a permitir que hablemos de uno de los “santuarios” que los niños de mi generación anhelábamos visitar con la mayor frecuencia posible. Hoy en día un auténtico superviviente.

Al final tendré que admitir que nuestra generación, la de los sesenta, éramos unos "frikis", ¿o no es de friki entretenerse jugando con una bolita de cristal (de barro los más hábiles, de acero los que tenían familiares mecánicos, e incluso de madera las había), destrozando las rodillas del pantalón? ¿O acaso no es de friki pasar una tarde entera haciendo carreras de chapas (sí, las tapas de los refrescos, Fanta, Mirinda o Kas; que ya teníamos variedad) en el bosque del jardín?

Y ¿qué me decís de crear ejércitos de plástico, con aquellas miniaturas que en paquetes de papel y todos sujetos por la cabeza a una "viga " central, nos ofrecía Monta- Man? (yo prefería los Monta Plex, que tenías que currártelos). Estas ideas son las que se me vienen a la cabeza al recordar este "templo" de mi niñez.

Ir al bazar del Darío era sinónimo de compra, como mínimo, de una chuchería, que también las tenían en aquella "cueva del tesoro". Don Darío Losada Menor llegó a la calle García Mosquera en los años cuarenta. Por lo que me cuenta su nieta, venía ya de otro bazar que había tenido en la plaza del Hierro (donde después estuvo la ferretería Blanco Vega). Al mudarse, decidió probar suerte en el mundo de los ultramarinos, y montó en la esquina de enfrente durante poco tiempo un negocio de comestibles. Al final, como se suele decir, zapatero a tus zapatos, y don Darío, apoyado por su esposa Gracia, abrió en el local que aún hoy ocupa el Bazar Darío.

Juguetes, chucherías, artículos de mercería, remaches para tarteras (en aquellos tiempos sí que se reciclaba, y se generaba empleo, hoy lo de reparar es "una pérdida de tiempo"; en algunas cosas, gracias a Dios, pero en otras, gracias a san consumo...), vajillas, escobas ,y con la llegada de los artículos de plástico, todo lo imaginable fabricado en este material, cubos, vasos, platos, tinas, hules para la mesa de la cocina (que era lo último, con ellos se acababa el lavar y planchar manteles de diario, un pañito húmedo a la mesa después de comer y listo), y un larguísimo catálogo que llenaba de colorido las estanterías del local. Uno de los servicios que daban a su clientela, era el "coger puntos de medias" (esta actividad en algún país sudamericano se refiere a otra cosa).

Tal cantidad de productos y servicios convertían el local en un centro de atracción para público de todas las edades; pero don Darío siempre contó con ayudas, ya no solo de su mujer y su hija Camila: con el tiempo, sus nietos, para envidia de otros "parroquianos" de similar edad, echaban una mano situando las chucherías; y para arreglar las medias y otros detalles de costura, siempre había alguna modista colaborando con la empresa.

Hoy continúa dando servicio a la ciudad de la mano de la más joven de las nietas de Don Darío; conservando al cien por cien el aire de sus inicios con la ayuda de un nuevo servicio (hay que adaptarse a los nuevos tiempos; tienen sellado de quinielas y apuestas). Como seña de identidad, conservan los mostradores que recuerdo de siempre, repletos de canicas, peonzas, estallantes, etc., que con un "novedoso" sistema de cristal superior podíamos ver para escoger, pero no tocar. Y también conservan el reloj de pared que la Casa de los Lentes montaba en los años 40-50 para sus clientes; hoy una reliquia, porque quedan muy pocos.

Pasaros por allí y a lo mejor os pasa como a mí: os entran deseos de comprar unas canicas, unos indios a caballo, o una pistola de agua.

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