Obituario | Juan Riocerezo Arroyo, amante de su burgalesa tierra

Se nos fue aquel amigo de la más rancia Castilla, cual burgalés que se preciaba de su tierra; radicado aquí, aún conservaba ese espíritu mesetario y reminiscencias del castellano acento, no obstante su continuada residencia en esta ciudad de la que morada fija hizo. Como ingeniero ejerció, por sus laborales años, en la Confederación Hidrográfica Miño-Sil. Me comentaba los proyectos realizados por la Confederación, y si sabía que yo preferencias por tal municipio, si el organismo estatal que se implica en el saneamiento y obras en los ríos había hecho alguna allí, se entusiasmaba contándome los detalles.

Mi último contacto con Riocerezo de hace días tan solo, por unos cuantos minutos cuando, como lleno de vida parecía, o al menos de cierto optimismo, echamos unas parrafadas en el paseo Barbaña del que él asiduo, sobre aquellas inolvidables excursiones senderistas por todo el país y aun Portugal, de las que con su inseparable Isabel no se perdía una, siempre incontinente yo en mi afán por caminar al que él mesura ponía:  El canal de Castilla, La Rioja, las Hoces del Duratón, el Cañón de Río Lobos, los Arribes del Duero, Portugal del Norte y del Centro fueron unas de las tantas excursiones donde nunca desertaba con Isabel; eso sí, quejoso alguna vez por la fatiga de lo que consideraba más caminar que ver. Pero era en estas excursiones que por los domingos organizaba la sección senderista del Club Sto. Domingo, durante la presidencia de Celso Pumar, y después con grupo caminero propio, en las que no se perdía una, disfrutador como pocos, lo que le derivaría, ya en la jubilación, en esos diarios paseos no pocas veces en compañía de su laboral colega y amigo Jesus Témez con los que alguna vez encontradizo, regocijándonos en cada encuentro donde mentábamos las bondades del diario caminar.

Deja este amigo, que se interesaba por lo que le decías, una familia: su consorte Isabel, y dos hijos, Isabel y Juan. De Juan Riocerezo Arroyo aun evocaremos esa presencia de quien te abordaba para rememorar tantos y tantos caminares, por lo que su ausencia no será tal para los que, intermitentemente, los encontradizos con él; así que cada lugar por donde caminamos será una lembranza  y más al recordar cuando vagando por esos valles y montes dejaba resonar ese: ”Chicho, no nos mates”, que me obligaba a moriguerar el paso y adecuarlo a las fuerzas en presencia. 

¡Río, todavía seguirás vagando en nuestro recuerdo por esas corredoiras, por las cimas de no pocas montañas y por estos urbanos paseos de los que devoto!

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