Ourense de ayer- Nuestros cines y su personal

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En una charla reciente con unos amigos, a los que agradezco su interés en leer cuanto escribo en “Ourense de ayer”, concluíamos que por qué no comentábamos algo sobre los taquilleros, acomodadores, operadores de cabina, etc., es decir personal de los cines de nuestra ciudad de allá por aquellos años 50-60, periodo del cual estamos publicando en La Región semanalmente anécdotas, historias y todo cuanto nos viene a la memoria.

Sinceramente cuando escribo estas cosas, lo hago partiendo de una perspectiva y estadío de juventud que es la que yo vivía; y desde ese punto de vista os cuento algunos flashes de los que me acuerdo y otros que me han recordado.

Para que los cines funcionaran y el espectador pudiera ver tranquilamente desde su butaca “Lo que el viento se llevó”, “Siete novias para siete hermanos”, o “Esplendor en la hierba” en alguna de nuestras salas, era necesario el personal descrito, sin olvidarnos de las cigarreras de sala y hasta del camarero del ambigú, que también tenían su cometido, además del pegador de carteles anunciadores de la película en las vallas publicitarias.
El personal de aquellos seis cines (incluido el Yago, hasta que desapareció en 1964) era sobradamente conocido por los orensanos, y con normalidad también ellos conocían a los habituales espectadores. El primero que me viene a la memoria es el Yago, que a la vez es del que la gente menos se acuerda, y del cual he escrito semanas atrás en esta misma columna. Estaba en el barrio de A Ponte.

Allí comenzó Isauro de taquillero; el hombre se desgañitaba para tratar de vender entradas, pero el cine había nacido con mal pie en el año 1949 y duró 15 más, para pasar al imperativo de la “piqueta”, aunque en medio la sala pasó a manos de la empresa de espectáculos Fraga, que no logró mantenerlo en pie . Una lastima. También por el Yago pasaros otros empleados (llegó a haber 11 al mismo tiempo), entre ellos Pedro Barreiros, que estuvo varios años de los que duró la aventura de mantener abierto el cine en el Puente, y quien alternaba su labor en taquilla con la de realizar una contabilidad empresarial.

Después, Pedro pasó al Teatro Losada, que era propiedad de Julio Alonso, en el año 1953. Allí estuvo diez años, y alternaba su función en el cine Avenida, cuyo aforo era de 840 butacas (el segundo de mayor capacidad), que con mucha frecuencia era totalmente ocupado por los muchos cinéfilos orensanos, a quienes conocía bien Sabino, que era el “titular de la linterna”, además de hacerlo en el Coliseo Xesteira. En este cumplían y alternaban labor de ventanilla Conchita y Matilde; y estaba por aquella época de jefe de sala Antonio Vidal, quien a la vez atendía el ambigú situado en el hall de la amplia entrada.
Por aquella década de los 50, había que pagar en taquilla el celebre “emblema” conjuntamente con la localidad. Era una imposición del Estado a todos los espectáculos con fines recaudatorios, destinado al Auxilio Social, medida que venia de los años 1940. Costaba el cartoncito aquel con dibujos de motivos heráldicos (eso si, coleccionables) veinticinco céntimos.

Claro que habría muchas personas más que referenciar respecto a los cines orensanos de aquellos años, que tantos “buenos momentos” a los hombres y mujeres de la urbe nos han proporcionado. Sean estas líneas también un recuerdo para todos. Un simbólico homenaje.
Igual sé que, por la no tan grande lejanía en el tiempo, hay muchos ciudadanos que perfectamente se acuerdan de cuanto hemos mencionado. Y tendrían muchas y hermosas historietas que recordar, por que siendo uno de los pocos entretenimientos que se nos ofrecían, cierto es que en la intimidad de las butacas ocurrieron mil vivencias entre los circunstantes de aquellas sesiones de cine.

No quiero omitir a los abnegados empresarios que, con acierto o no, mantuvieron las salas a través de muchos años. Para ellos otro recuerdo; aunque tengo que expresar, sin entrar en polémicos motivos, que el final de alguna de las salas y su transformación con destino a otras actividades no ha sido de lo más afortunado para la ciudad. Claro que mi opinión al respecto no es valida, porque está impregnada de un halo de ingénito romanticismo.
Me apetece terminar este artículo con una anécdota de tantas que se producían en los cines de Orense y que Pedro Barreiros me contó. Un día, estando Humberto de operador de cabina en el Cine Mary, el hombre no se dio cuenta de que “por error”, montaba la cinta del NODO al revés en el arrollador de la proyectora, y tranquilamente la puso en pantalla. El noticiero era lo primero que tenían que ver los espectadores, como todos recordaréis. Se daba la circunstancia de que Franco inauguraba un pantano, y era la noticia inicial. La sorpresa le llegó a Humberto a través del sonido ambiente de la sala. La gente de pronto se descojonaba de risa al ver al Caudillo al revés, con los pies para arriba y la cabeza por el suelo. La cosa no quedó ahí. El policía secreto de turno (siempre había uno por cada cine y sesión, medio dormido en la primera butaca al lado de la puerta), al darse cuenta de las risotadas provocadas por el “descomunal desaguisado”, cogió un mayúsculo cabreo, y tomando aquello como alteración de orden publico, rápidamente subió a la cabina de proyección y, sin esperar explicación alguna, detuvo al operador en nombre de la autoridad competente, que valoró el grado de culpabilidad del infortunado Humberto. Solo le faltó liarse a pistoletazos con la concurrencia de la platea, por reírse del Caudillo.

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