Pasó lo que pasó

Ourense exige independencia ya

Ourense 14/3/20
Crisis coronavirus
Plaza mayor de Ourense
Fotos Martiño Pinal
photo_camera Martiño Pinal

Hartos ya de estar hartos y cansados

Era lógico. La capacidad de aguante del ser humano tiene un límite y la secuencia de humillaciones a las que se ha visto sometida Ourense provocaron una reacción social como pocos hubiesen sido capaces de imaginar. Ya lo dijo Lenin: "Hay décadas donde nada ocurre; y hay semanas donde ocurren décadas". Y las últimas fueron la gota que colmó el vaso. Los Presupuestos del Estado del 2022, un yogur caducado. Los de la Xunta, el perrito piloto de la tómbola. La autovía A-76, convertida en un carril más de la vieja N-120, otra corredoira. Las estaciones de autobús y del AVE, un par de galiñeiros. La brutal despoblación de la provincia (130.000 almas menos en medio siglo), una condena permanente y sin revisar. El cobro de los peajes por usar las autovías, otra engañifa de los usureros públicos. La descentralización administrativa de Pedro Sánchez no deja en Ourense ni una delegación de la Sección Femenina. Se acabó. Los ourensanos se calan la bayoneta (bueno, me vale la boina) y se organizan somatenes. El atrezzo está listo y las paredes de la ciudad recuerdan al Che: "El futuro pertenece al pueblo y poco a poco o de un solo golpe tomará el poder, aquí y en todo el mundo". Pero, Ourense está vieja para la revolución. Ya lo cantó Jethro Tull, "demasiado joven para morir, demasiado viejo para el rock and roll". El rock ya ni es la revolución que preconizó en los 50 del pasado siglo. Por lo tanto, a lo práctico. Se impone una subversión frente al poder establecido pero de forma pacífica. Nos vale el espejo de la vecina revolución de los claveles portuguesa. Las cohortes ciudadanas recitan "Grândola, vila morena, terra da fraternidade, o povo é quem mais ordena dentro de ti, ó cidade", erizando el vello de la gente.

Somos nación

Al debate se incorporan los que defienden que la revolución ourensana reedite la declaración de independencia catalana gracias a su revolución de las sonrisas. Nos hace falta un Puigdemont que declare una república, aunque solo sea, como aquella, de 56 segundos. Es ahí donde todas las miradas buscan al alcalde Jácome, el Moisés que apartará las aguas del Jordán para que pasemos. Anunció que su partido se presentará a las elecciones autonómicas y generales, todas cuantas sean necesarias para cambiar el curso de la Historia y sacar de la cuneta a Ourense. Los titanes son así. El BNG se recela porque las soflamas del regidor van en la línea de "quen queira, quen non, Ourense é unha nación". El alcalde va embalado y aprovechó esta semana que fue a Cataluña a ver una feria de contenedores de basura (fue la foto que pasó) para entrevistarse con líderes del independentismo. Regresó a la ciudad vejada, ultrajada y ninguneada por las administraciones ("la cenicienta", dijo) para ponerse al frente de las legiones. Tomó poses del gran timonel y plantó cara a la Xunta, el Gobierno central y el sursum corda, el infernal imperialismo que nos acogota. Como Mao Zedong recordó que "todos los imperialistas son tigres de papel, parecen poderosos pero en realidad no lo son tanto, es el pueblo el que es realmente poderoso". Liderando su potente ejército de tres concejales y los otros siete que ha contratado al PP, se pone a la tarea. Mientras las cuentas de la Xunta y el Concello, entre otros indicadores, abren la herida local, su acción de gobierno toma decisiones revolucionarias, entre ellas comprar una nevera para el despacho, unas nuevas cortinas, mientras tres de sus asesores se gastaban 300 euros al mes en taxi. Hubo unos revolucionarios en el Gobierno de Sánchez que se fueron a vivir a Galapagar, dijo justificándose. Por algo se empieza.

Siguiendo el sonido de las teclas

Así transcurren los días de la revolución ourensana. En el despacho siempre está encendida la luz, como en el de aquel inquilino de El Pardo. Entre estrategia y estrategia revolucionaria toca el piano en el despacho, que para eso le han puesto uno allí. Su música abduce a su socio de gobierno, el PP, cuyos concejales siguen por los pasillos las notas del piano. Entran atraídos por la suavidad de las piezas que interpreta. "Tócala otra vez, Jácome", dice una concejala. Los populares miran a su alcalde: "Ourense se derrumba y nosotros nos enamoramos, Gonzalo". Y en eso que se apagó la revolución. No hay revolución que venza a la del amor.

Al poner la lupa: el riesgo del camino hacia el olvido

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Es muy complicado aportar novedades al análisis sobre ETA, diez años después de que sus dirigentes decidiesen interrumpir su macabra trayectoria. Incluso es complejo entender la sordidez social y política que les dio cobertura. Increíble además que haya podido tener su más tétrico protagonismo cuando este país había conseguido recuperar la democracia. Se había enterrado una dictadura con la contundencia de los votos, pero el ruido de los disparos y las bombas alteró cualquier placidez de libertad. La memoria se encarga de preservar el recuerdo de las víctimas. Hijos de casi todas las provincias han sido víctimas, también Ourense los tuvo. Entre ellas, Miguel Ángel Blanco, enterrado en A Merca. Gran parte de los jóvenes que están en la veintena no saben quién fue, ni qué hacía ETA ni hasta qué punto el miedo era la metástasis de aquel cáncer. Preocupa que los hechos que están ya en la Historia engorden con la ignorancia de una generación.

El portafotos
Rogelio Martínez es director gerente de Expourense, un cargo que puede ser el epílogo de su carrera pública a la que ha dedicado casi toda su vida. Antes de llegar ahí pisó varias moquetas, ocupó más de un despacho, también atravesó alguna que otra corredoira porque con 22 años en 1979 fue alcalde de Arnoia, el más joven de España. Vicepresidencia de la Diputación o delegación territorial de la Xunta fueron otros cargos que lució en su tarjeta de visita. Este periódico publicó el viernes un elocuente titular: "Carpetazo al caso Martínez por ayudas de la Unión Europea en 1999". El político lamentaba que  ya no haya sentencia que repare "el daño personal, profesional y económico" que se le hizo durante quince años, que ya es un tiempo. Es decir, y por resumir, la sentencia no ve los hechos punibles por los que fue señalado, lo que le ocasionó un innecesario desgaste personal y que echó por tierra su actividad pública. La sentencia es un claro ejemplo de otro tarde piache pito serodio porque tres lustros es un tiempo más que suficiente como para discernir si se obró conforme a la ley o vulnerándola. Otros exalcaldes están en la lista de espera judicial en la provincia, con graves acusaciones aún no sustanciadas, pero con la mella de la sentencia social ya en el rostro. 
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