Ourense no tempo | Ourense en verano: Oira

Bar flotante, estrella del verano 1961.
photo_camera Bar flotante, estrella del verano 1961.

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Ourense no tempo

Con la llegada de los calores ourensanos, nos acordamos del padre Miño (el resto del año solo nos acordamos de él para quejarnos de la niebla). Hoy, que ya los calores se dejan notar, voy a intentar recordar los primeros pasos de la construcción de la que es nuestra playa fluvial

Trampolín del Club Deportivo Fluvial.
Trampolín del Club Deportivo Fluvial.

Si hay algo que poco ha cambiado en nuestra Auria, es el extremismo de las temperaturas: en invierno, frío y humedad, y en verano, calor y humedad, como resultado... En el tema de los calores, la principal solución siempre fue la huida, esa que convertía los pueblos en bulliciosos reductos donde te reencontrabas con familia y amigos y “casualmente” el santo patrón recibía su homenaje anual con unas buenas fiestas que daban lugar a “comerotas” y sus buenos bailes; siempre me he preguntado por qué los Santos que se celebran en verano tienen más seguidores que los de invierno. A la opción del pueblo le seguía en importancia la huida a “nuestras colonias”. Vigo y Pontevedra, por cercanía, eran las principales, pero A Coruña también tenía sus adeptos e incluso he descubierto que la bella San Sebastián era objetivo de nuestros abuelos, ¡bueno!, de algunos privilegiados que se lo podían permitir. Y por fin, la última opción, la que sufrían muchos de nuestros antepasados (y hoy sigue sucediendo): quedarse en Ourense y adaptarse a la situación. Esto suponía artimañas de todo tipo: intentar hacer todas las gestiones por la “fresca”, cuando la había; a partir de mediodía cerrar ventanas y contras -en algunas casas hasta se llegaba a comer en penumbra-; el agua, desde primera hora se echaba en porrones de cristal y se guardaba en el lugar más fresco de la casa; las visitas se suspendían, a no ser que hubiera jardín interior en la casa (y de esos había muy pocos), porque la vestimenta de andar por casa podría no ser la adecuada para “recibir”. Al hilo de esto, sorprende escuchar a mis viejos amigos recordar cómo les llamaba la atención ver a sus padres y abuelos vestir “de manga corta”. Y, por último, algo que se ha perdido totalmente, las tertulias de anochecida en el portal, para la que se bajaban las sillas a la calle; esa costumbre aun hoy se practica en muchos lugares de España, pero yo aquí la desconocía. Lo mejor del verano eran las visitas a cafés y bares, donde en sus terrazas a la sombra se degustaban aquellas gaseosas que suponían novedad; la eterna limonada y su prima la naranjada se unían a sabores hoy poco demandados: grosella, zarzaparrilla... Y la otra opción era intentar acudir a las riberas del Miño en busca de algo de aire fresco. Y ahí es a donde quería llegar en mi “cuento” de hoy.

Hace tiempo que os hablé del proyecto de la Sociedad Deportiva Fluvial, aquel grupo de entusiastas de las actividades que en su entorno se podrían desarrollar. Lo menos importante era la edificación “de madera” (poco iba a durar cuando llegara el invierno) en la que se instalarían los almacenes de material, piraguas principalmente, los vestuarios e incluso una “imprescindible” cafetería en la que poder consumir cómodamente un refresco a la orilla del río. El proyecto incluía el espectacular trampolín de saltos que sí, llegó a existir; una zona de baño acotado, o lo que es lo mismo una piscina flotante, que no tengo constancia de que llegara a hacerse, y el servicio de alquiler de barcas, bien para uso deportivo o para paseo, que de todo había. Incluso se recuerda en 1932 las “outboard” de Víctor Pemán y Monjardín, surcando el río. En su día ya os conté que el proyecto era tan extenso que incluso contó con un gimnasio ubicado en la calle del Paseo (aproximadamente frente de la Subdelegación de Defensa), donde estaba también el local social del club.

La Alameda de Ourense en un dia de verano.
La Alameda de Ourense en un día de verano.

La tragedia del 36 dio al traste con este proyecto, pero en los ourensanos ya se había sembrado la semilla de pensar en tener algún día una playa en la ciudad, y en los cincuenta por fin… Fue al tener conocimiento de la playa que se inauguraba en el año 55 en las riberas del Manzanares cuando los ourensanos pensaron que había que ponerse manos a la obra. El problema: el de siempre, la financiación, aunque no era el único. El segundo en importancia y que costó más tiempo resolver era el del emplazamiento. La demanda principal era la de que estuviera lo más cercano y accesible posible, pero eso chocaba con los desagües de las alcantarillas que, también por comodidad, se situaban cerca de la ciudad. Por ese motivo se descartó la antigua ubicación de la Deportiva Fluvial debajo del Puente Nuevo. La siguiente idea, y que ciertamente tuvo opciones, fue en la zona alta del Coiñal, más exactamente el espacio entre la desembocadura del Loña y el viaducto, libre de “malas aguas” y con magníficas oportunidades de ampliación. Al final ya sabemos que fue en la orilla de enfrente y un poquito más arriba. El caso es que de aquella ilusión del año 55, el tema se fue dilatando y cada verano se retomaba, sin éxito. Los más de 4 millones de las antiguas pesetas de las que se hablaba lo hacían irrealizable, según parecía. Cinco años hubo que esperar por el proyecto y que dieran comienzo las negociaciones de los terrenos; tanto era el interés de la población que en varios casos los propietarios cedieron parte de su tierra sabedores de que la zona se revalorizaría, y de hecho no fue preciso en ningún caso hacer uso de la expropiación. Al tiempo, las empresas responsables, Suárez y Cachafeiro, hicieron importantes bajas en sus proyectos. Entonces solo se trataba de los vestuarios, el acondicionamiento de las orillas y la construcción de una zona de baño infantil; además, junto al bar flotante se instalaron unas balsas que hacían las delicias de la juventud, aunque algún problema generaban: la gente las usaba para sujetarse en ellas entorpeciendo el uso de trampolín que querían darle otros. Otro detalle que yo desconocía es el de que muchos ourensanos no subieron nunca al bar flotante. Según me cuentan, a la inestabilidad que presentaba la pasarela construida con maderas y bidones se unía con frecuencia el exceso de gente circulando por ella y, como causa principal, el no saber nadar.

Fuera como fuera Ourense estrenaba playa. Pendiente quedaba la deseada piscina, pero ya llegaría…

Entre las imágenes perdidas del Ourense de los 60, el municipal dirigiendo el tráfico era una de las habituales, pero lo que pocos recuerdan es que estos en verano tenían que llevarse una sombrilla para protegerse, y eso que no llevaban el casco metálico. 

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