Una pistola del calibre 9 mm entre las flores

Un cliente de una peluquería encontró la pistola. (Foto: Xoán Baltar)
El Ministerio Fiscal solicita año y medio de prisión, por tenencia ilícita de armas, para un hombre que ocultó una pistola en el macetero de la entrada de una peluquería, olvidándola posteriormente, hasta que fue hallada por otra cliente. Un hombre ocultó en el macetero de una peluquería un arma que posteriormente encontró otro cliente
Ciertas historias ganan emoción cuando comienzan por el final. La de Antonio S.M. acaba con su detención en las calles de Maside, después de un mal, desafortunado día, a manos de la Guardia Civil por tenencia ilícita de armas. El 9 de septiembre de 2008 empezó a torcerse todo por la mañana. Sólo eran las 10.30 horas cuando le pareció un buen momento para pasarse por una peluquería a hacerse las cejas, como si de pronto se sintiese más coqueto de lo normal.

En el bolsillo le abultaba una Astra semiautomática, del calibre 9 milímetros corto, que decidió ocultar en un macetero, en el ventanal de la peluquería. Hombre prudente. ¿Quién le aseguraba que el bulto no conduciría a desagradables malententidos? Apenas entró, la propietaria masticó un mal presagio ante aquella presencia. ¿Cuál? ‘Sus pintas’, declararía más tarde ante la Guardia Civil, y ‘su borrachera’. Cortésmente, informó al cliente de que la depilación de cejas no era su fuerte. De hecho, no trabajaban con esa familia de pelos.

Antonio S.M. volvió sobre sus pasos, pero olvidando recoger la pistola del macetero. No cejó, valga el juego de palabras, y buscó otra peluquería. Definitivamente, había decidido proporcionar frescura a su imagen.

‘Estaba borracho’, testimoniaría más tarde el peluquero en cuyas manos iba a caer Antonio. Pero como el cliente siempre tiene razón, según cierta máxima comercial muy discutible, el peluquero accedió a cortar el pelo a Antonio, que de pronto ya no estaba interesado tanto en la depilación de sus cejas como en el retoque del peinado.

Metidos en faena, Antonio S.M. quiso alardear de que guardaba una pistola en el bolsillo. Pero cuando pretendió acariciar sus formas bajo la tela del pantalón, notó que no estaba. El peluquero, que no le había dado mayor relevancia a la palabra ‘pistola’, acabó su trabajo. Al fin y al cabo había atribuido el comportamiento del cliente al alcohol.

Apenas el cliente se fue, acompañado por un amigo, lle gó la prima del peluquero, que a su vez era peluquera. Por un casual, una de sus clientes acababa de encontrar una pistola en un macetero. Les pareció altamente sospechoso, y ataron cabos. Los dos habían atendido a la misma persona. De inmediato, llamaron a la Guardia Civil. Entretanto, en otro lugar de Maside, Antonio S.M. y su amigo se encaminaban a recuperar el arma. Tiempo perdido. La semiautomática estaba ya bajo la custodia de la Guardia Civil. Eso temió también su propietario. Aquel percance, según el testimonio de su amigo, le produjo un enorme ‘mosqueo’.

La mañana había ido malográdose. Aunque existía margen para empeorar. Frustrada la posibilidad de recuperar el arma, se subió a su coche decidido a deshacerse de cualquier pista que lo emparentase con ella. Quiso entonces perder de vista el cargador, arrojándolo por la ventanilla. Lo hizo a la altura del matadero viejo. Por desgracia para sus intereses, hasta tres testigos vieron cómo un objeto metálico salía proyectado del vehículo.

No resultó difícil comprobar que el cargador encajaba en la barriga de la pistola hallada en la peluquería, como la última pieza en un puzzle. Los acontecimientos se echaron encima de Antonio. Quiso alegar que se había encontrado con el arma por fatal casualidad, y que si la había dejado en el macetero era porque ‘no quería saber nada de ella’. Sea como fuere, el Ministerio Fiscal solicita para el acusado año y medio de prisión.


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