Fue policía 34 años, estuvo con grandes personajes, aunque aprendió 'muchísimo' de quienes se movían al otro lado del sistema y guarda cicatrices en el corazón por los jóvenes que se llevó la droga en los ochenta.

Un policía a ambos lados del sistema

Luis Rey ante los jardinillos del Padre Feijóo. (Foto: L.P.)
Luis Rey nació en Acevedo do Río, cuando era aún concello independiente, aunque a él la fusión por absorción no le generó problemas. Ni hace casus belli de la cuestión, ni halla en ella lugar para la controversia: sigue orgulloso de su patria chica, pero también de Celanova, hasta el punto de que es socio del Spórting desde los tiempos gloriosos en que lo presidía Cesáreo Moreiras. Es más, cuando se presenta, a modo de tarjeta de visita, suelta 'soy Luis Rey, un amigo de Celanova'.
Estudió en los Salesianos y tenía cierta vocación por la Medicina, pero la atracción irradiada por el padre de su prima Isabelita y suegro de Cesáreo, que había sido comisario y era hombre de gran prestigio, pesó en el joven Luisito; el segundo hecho determinante lo constituyó haber conocido a Pedro Crestelo (don Pedro dice en tono casi reverencial), igualmente comisario de Policía, tan conocido como querido en Ourense, que 'fue siempre un espejo en el que mirarme' en lo personal y lo profesional, por su elegancia, saber estar y por su generosidad. 'Fue un hombre enorme, que gozó de respeto unánime hasta el final'.

Ya policía, pasó diez años en la frontera de Feces y luego con alguna breve estancia fuera, fue en Ourense donde consolidó su carrera profesional. Tiene hitos, como haber protegido al rey -a quien saludó- en el parador de Monterrei, o participado en el dispositivo de seguridad de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1982; o en el de Juan Pablo II a Santiago. Guarda vívidos en la memoria los instantes previos a la partida de Lavacolla, donde el papa esperaba el momento de subir al avión en una sala vip. Entró Luis Rey y se dirigió a Su Santidad y al hacer ademán de arrodillarse, éste le cogió de los brazos dispensándole un gesto cariñoso y la bendición. 'Cuando falleció, yo estaba en Suiza, y recordé aquella anécdota; más tarde visité el Vaticano y uno de las cosas que me hizo más ilusión fue estar delante de la tumba de aquel hombre que me había cogido con sus manos'

También realizó labores de protección a Eulogio Gómez Franqueira acompañándole a su casa de Razamonde: 'Tenía gran humanidad y se preocupaba por los humildes'. Anduvo una semana en A Coruña al lado del doctor Julio Iglesias Puga, padre del famoso cantante: 'Era un hombre encantador, grande y sencillo a la vez. Conservo un disco de su hijo Julio dedicado por el doctor Iglesias'.

Pero su verdadera escuela profesional estuvo en la calle, entre los que no tenían nada, si acaso dificultades con la ley. 'Aprendí muchísimo de la gente con la que tratábamos', hasta el punto de que una fría madrugada dio con sus huesos en el suelo al patinar en una placa de hielo. De pronto, en medio del dolor 'vi una mano tendida y oí una voz que se interesaba por mi estado. Era de alguien que andaba metido en dificultades'. Tampoco olvidará nunca el gesto y todavía hoy reconoce al improvisado socorrista, 'que hace años vive apartado de todo problema'.

Prefiere quedarse con los buenos recuerdos, aunque no puede olvidar la dureza de los años ochenta 'cuando cada semana moría un chico por culpa de la heroína. Fue una experiencia durísima, porque en el fondo eran buena gente, perdida en aquel mundo. Aquello partía el corazón'.

El paso del tiempo y los avances en el escalafón le llevaron a ser secretario de la Comisaría, que era un trabajo 'agradable, pero más burocrático, de intendencia'. Luego vino el retiro y las nuevas experiencias vitales que le llevaron a vivir en Ginebra acompañando a su mujer, profesora de Lengua española. Allí compartió la morriña de la colonia gallega, 'alrededor de una tapa de pulpo -mala- o de una cerveza' de marca gallega. Aquellas reuniones 'eran algo especial'.

Ahora anda afanado en reunir compañeros, por un lado los antiguos alumnos salesianos, que comenzaron en unas docenas y ya rebasan ampliamente los tres dígitos; también policías para conmemorar la antigua fecha del patrón, en marzo, donde en la próxima edición pasarán de medio centenar. Lo hace con la memoria puesta en don Pedro Crestelo y don Manuel Cid, otro insigne policía, desaparecidos ambos.

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