Protagonismo agrario en la provincia

Foto J. Pacheco de 1914. Mitin en Ventosela de Basilio Álvarez.
photo_camera Foto J. Pacheco de 1914. Mitin en Ventosela de Basilio Álvarez.
Es innegable que muchos países europeos, en la primera década del siglo XX, eran un hervidero reivindicativo

A menudo, los acontecimientos históricos no son producto de la casualidad; la celebración de las Asambleas Regionales Agrarias de Galicia, en la villa ourensana de Ribadavia, tampoco. Las tres primeras en 1908, en 1910 y en 1911, se llevaron a cabo en Monforte. Luego, la Comisión monfortina, presidida por Rodrigo Sanz López, acordó que los rurales se reuniesen en la capital del Ribeiro. Ciertamente, a poco que se escarbe, aflora el porqué de la IV y V Asamblea a orillas del Avia.

Es innegable que muchos países europeos, en la primera década del siglo XX, eran un hervidero reivindicativo. Urgía buscarle solución al problema agrario. Los gobiernos trataban de evitar que el debate se enquistase en el terreno jurídico. Juristas y políticos se enrocaban, sin más, en la máxima “dura lex, sed lex”. Esta tozudez incrementaba el riesgo de la revolución.

Era necesario, por lo tanto, afrontarlo desde un marco social. Inglaterra, mismo, ya en 1903, con el fin de rebajar la tensión entre campesinos y propietarios, a pesar de la oposición de Chamberlain, había estudiado la posibilidad de que el Tesoro pudiese comprar las propiedades agrícolas de Irlanda. Lo mismo hizo, en 1906, el gobierno ruso -el periódico “Novoie Vremia”, adelantaba que el proyecto llegaba tarde-. Y cuando el estallido revolucionario prende en Italia y, en 1908, los campesinos se apropian en Parma o en Bari, sin más, de las propiedades de los patronos, el propio Vicenti advierte en el Congreso que aquella avalancha no la pararían los “cordones sanitarios”. Había que buscar una respuesta, urgente, en el marco de la democracia rural.

El regionalismo pragmático atendía a los problemas reales de las personas, y, al igual que en Europa, en España, desde Jovellanos no se recordaba una fiebre agraria tan reivindicativa como ésta; tampoco en Ourense. Los mítines, en cualquier pueblo de la provincia, bien fuesen en Herdadiña, en el municipio de Lobios, o en Ventosela, en el corazón del Ribeiro, eran la muestra palpable de cómo el protagonismo colectivo recogía el testigo del vilipendiado individualismo. Era evidente que más que el idealismo regional político eran los problemas vitales, los que movilizaban a las personas.

Las sociedades agrarias asomaban por doquier. Sin ir más lejos, en la comarca del Ribeiro nacía, en 1907, la Sociedad agrícola de Castrelo de Miño, al año siguiente la Sociedad de trabajadores y agricultores de Melón, y en 1910 la Sociedad de Agricultores de Ribadavia. A ellas se les unirán, más tarde, en 1912 la de Arnoya o en 1914, la de Francelos y la de Beade. Esta vorágine asociacionista, alentada por el fragor de la coyuntura, y el buen hacer de una Comisión proactiva, presidida por Emilio Gómez Arias, de la que forman parte cosecheros, como Etelvino González o Silvio Fernández, presidente de la Sociedad de Agricultores de Ribadavia, unida a una buena comunicación -tanto por carretera como por ferrocarril-, a una inmejorable situación geoestratégica con el Bajo Miño, e inclusive, a la infraestructura apta para acoger a los asambleístas -algunos podían permutar en la ciudad de Ourense-, convirtieron a la capital del Ribeiro en la opción más idónea, para albergar las dos siguientes Asambleas Regionales Agrarias. Los asambleístas reunidos en Monforte, tras las conclusiones acordadas a lo largo de las diez sesiones, el 16 de agosto, se despedían, anunciando que el próximo Congreso sería en Ribadavia.

La IV Asamblea, en 1912, acogía la propuesta de 96 sociedades y, a un elenco variado de 200 asambleístas, entre los que se encontraban sociólogos, jurisconsultos, políticos, sacerdotes, maestros… La temática fue recurrente. Primaron, entre otros temas, la redención de foros, la desgravación del maíz o el jornal mínimo a percibir por un agrario durante una jornada de trabajo. Las sesiones se siguieron con gran interés desde la calle Progreso de la villa del Avia. La propia Comisión informó, en alguna ocasión, de la presencia de 1.200 rurales fuera del Teatro. Al año siguiente, aunque la V Asamblea se celebra en el mismo recinto, desde su apertura, surgen tiranteces irreconciliables en el seno del Congreso. Toman protagonismo los “basilistas”. El cura de Beiro, Basilio Álvarez, líder de la Liga de Acción Gallega, arremete contra Emilio Canda cuando es elegido como secretario de la mesa por segundo año consecutivo. El altercado se lleva tanto al terreno personal que el secretario electo le solicita permiso al Obispo para proceder criminalmente contra el cura de Beiro. La contestación del Prelado no se hizo esperar: “Aunque concedo permiso solicitado, deseo que si es posible desista de la demanda”.

Las Asambleas eran duras, sí. Pero, eran auténticas válvulas de escape para liberar tensiones sociales, y controlar el germen de la revolución, en un momento en el que los sindicatos y las sociedades agropecuarias crecían como la hiedra. El Censo de Asociaciones realizado en 1916 por el Instituto de Reformas Sociales que recogía todos los colectivos existentes en el país desde el día que había entrado en vigor la Ley, registraba que en la provincia de Ourense había 139 agrupaciones dedicadas a actividades económicas variadas. De ellas, el 60% eran agrarias. Definitivamente, si algo tenían claro los rurales era que la emancipación sólo sería posible a través de la asociación. Será, luego, sobre esa semilla sobre la que irá aflorando el alma del nacionalismo.

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