Entre el racionamiento y los cafés cantante, así se inspiró Arturo Baltar

Las tertulias eran lugares comunes; representación en una botica (Foto: José Paz)
Acudo a él como tantas veces para abrir la ventana del tiempo, para seguirle el hilo a la historia de una ciudad llena de historias, de personajes vívidos en una suerte de ejercicio de supervivencia y memoria cuarteada
Alrededor de una mesa camilla a contraluz del día y de la vida traza las líneas imprecisas de una ciudad y un tiempo pretérito que apenas ya se reconoce. Un Ourense -años 40-50- que avanzaba a trompicones para transformarse en el universo construido que hoy vemos; de cuando los escenarios de su gran anfiteatro eran grandes extensiones entre viñedos, como la finca de Jaime Rionegro, canónigo catedralicio, que abarcaba todo San Francisco; la de Salto do Can, o la de Sas, “una finca extensísima en la que vivía un señor muy curioso”.
La plática con Baltar, el artista intemporal, siempre discurre igual, recogiendo pinceladas de aquí y allá a riesgo de perderse, descripciones someras e imprecisas a las que cuesta hacerles frente, que él suelta a veces con desgana pero que ahí están, vivas y en carne y hueso. Hablamos de un Ourense mágico, sin apenas tráfico en el que “las fiestas se hacían en las carreteras y estaba lleno de casas y de chalets con jardines interiores'. Don Vicente Risco lo recogía bien y sencillo, como siempre, en el “ Libro de las Horas”: “La fruta no la comeré, pero de la vista no me la quitarán”. Un escenario pequeño, hermoso, hasta la llegada de los años 60, que fue cuando se produjo la gran expansión, el desbordamiento, cuando la ciudad empezó a crecer de manera apresurada: “Las comunicaciones con el exterior, la carretera de Zamora y la de Celanova, veían transitar los coches de línea y poco más. El Ourense de fantasía habitaba en el entorno de Pena Vixía y San Cosme, en el Jardín del Posío.'

Ecos de la guerra y paseantes
En el Ourense de los años cuarenta las casas eran frías y la gente se dedicaba a pasear, entre el Parque de San Lázaro y el Paseo, el Puente Nuevo y la Estación. Ourense de señoritos y criadas que vestían como tal y que se contaban las verdades al pie de la Burga: 'Los paseantes los días de sol también se dirigían hacia la carretera de A Lonia, donde se encontraba un extensísimo Parque Bouzo, donde se hacían estupendos bailes'. Los ecos de la guerra y las represalias estaban encima, la tragedia de la familia Gómez del Valle y sus tres miembros asesinados y con los que él y su familia convivían en la vivienda de Pérez Serantes le provocaron un gran dolor; tiempos marcados por las enfermedades –el tifus y la tuberculosis hacían estragos-, en los que se vivió el racionamiento y la penuria; la gente se buscaba la vida a golpe de estraperlo y contrabando de aceite, azúcar, arroz o jabón. Años difíciles, años de hambre: “Vivirla es jodido, y no es una cuestión de apetito. Hambre que espera hartura no es hambre.” Rematada la guerra, los campos estaban baldíos, sin cosecha: “El escenario europeo era un cerco. Argentina nos mandaba trigo, el aceite estaba racionado, 1/8 de litro por persona, que casi era lo que se consumía al freír un huevo”. En O Polvorín, una especie de territorio independiente, se permitía el estraperlo, “allí llegaba el maíz, el pan cocido'. Una gran sequía agravó la penuria. En 1945, O Polvorín vivió una noche trágica, entre el 15 y el 16 de julio, una tromba de agua se llevó por delante los enseres y la vida de varias familias al completo, acontecimiento que llenó de dolor a toda la ciudad. En los 50 entraría a trabajar en el Servicio Nacional del Trigo, a la entrada del Puente de Ervedelo, que se encargaba de los cupos de racionamiento, del control de los molinos y el cobro en especie. Su madre lo metió para que “asentara la cabeza, y allí estuve 20 años”.
La presencia de los quintos catalanes merced a su reenganche forzoso elevó la vida cultural y marcó el ritmo de la ciudad, “el torneo Arnau aún se recuerda hoy”. El Cuartel de San Francisco ocupado por los militares, el del Cumial y la presencia de soldados dejaba su impronta diaria. Los vendedores se colaban con sus mercancías en el trayecto de tren hacia Monforte y al llegar allí regresaban. La Plaza de Abastos, hasta los cincuenta en las Plazas de A Madalena y O Trigo se llenaba de gentes a golpe de rianxo y alguna que otra ave. El seminario, y el colegio de los Milagros se llenaban de hijos de padres emigrados.

ourense lúdico
En la memoria de Baltar se refugian los escenarios más lúdicos, el de los cafés cantantes, seis: El Moderno, La Bilbaína, El Nacional, La Unión, El Royalty y La Coruñesa; el de los cines, con el Xesteira y Losada; y el de las tertulias, uno de los hábitos mejor llevados. “Cafés cantantes con tres funciones diarias” que trajeron a las estrellas de la época, Antonio Machín, en el Nacional; Lola Flores,en La Bilbaína: “Fue en Ourense donde presentó como su futuro marido, el Pescaílla”. Ese mundo de los folclóricos prendió pronto en el interior de Baltar, no pudo evitar entrar al camerino de Carmen Amaya después de su actuación, allí estaba ella, “en la cima de unos sacos terreros fumando un cigarro después del esfuerzo. De un salto se bajó a darme la mano y saludarme”.

Blanco Amor y la Noalla
'Tú ven aquí, que a ti te caliento yo'. Los 'locales' de la calle Cervantes y aledaños siempre han sido propicios para el pecado. En uno de ellos María “Noalla”, una de las meretrices más conocida, mataba el frío y la espera con las piernas “escarranchadas” encima del brasero. Al paso de Baltar y Blanco Amor por la puerta no pudo evitar anunciar en un fino castellano, “y esa novedad”. La Noalla era una de las “chicas” más estimadas por Baltar, pero no la única, también tenía amistad con la Chichona, 'de pechos enormes', Amelia, o la Lolita de Allariz. A Baltar le inspiraba ese submundo que ya en los setenta trataba de mostrar a Blanco Amor. “¿Queréis pasar y tomar algo?”, y así fue, pidieron café pero sólo disponía de aguardiente de guindas que degustaron, y también las guindas a fuerza de cuchara.
Blanco Amor, que ya había relatado 'A Esmorga', nunca había pisado el barrio, o al menos con la emoción de aquella tarde. “A mí siempre me llevan a caminar por el Paseo, o a las tertulias, cuando lo que me gusta es vivir esto”, cuenta Arturo que decía con una mueca de nostalgia al trenzar la página de Blanco Amor.

Un Ourense cargado de señoritos, meretrices y personajes singulares
Hasta el palacete de la marquesa Angelita Varela en Santo Domingo llegaban a diario para el ordeño las vacas que tenía pastando en las praderías del Couto. La marquesa vivía allí encerrada en sus dominios de lujo señorial y de espaldas al mundo, aunque daba cobijo a niñas desamparadas y también al prelado Rei Soto. El día que se murió la marquesa apenas le fueron al entierro, las autoridades -eso dijeron-andaban en los llamados juegos florales. La marquesa, tacaña a rabiar, dejó para el recuerdo el palacete que hoy languidece junto al colegio Santo Ángel.
La ciudad estaba llena de personajes singulares, sobre todo señoritos, de esos que hacían del vivir una labor de artista, muy dados a las bromas, como 'el día que los Fraga no tuvieron mejor ocurrencia que empaquetar a Remigio, que era un protegido de ellos, y facturarlo como si fuera un paquete en dirección a Vigo; en otra ocasión, en la feria del Cumial lo dejaron atado a un árbol'. Eran señoritos y necesitaban divertirse. Personajes como “Luis Madriñán, un bohemio bebedor al que quería todo el mundo. Iba para poeta pero se quedó en relaciones públicas'; O Chaviñas, que “a sus 94 años seguía haciendo proyectos de futuro”, hombre elegante, religioso y aventurero, que “vivió muy bien y murió también bien”; Narciso Iglesias, padre del musicólogo –también fallecido- Antonio Iglesias, hombre de negocios a quien le gustaba la buena mesa; O Chancas, el hijo de la florista; O Marrón, que iba para artista y lo era; O Charleston, un singular limpiabotas de la Plaza Mayor, que recogió su sobrenombre a fuerza de caminar tambaleándose.
También Luis Trabazos, uno de los tipos más inteligentes y singulares que ha dado la vieja Auria, pintor y crítico de arte en el diario Pueblo y Abc. Su presencia en la ciudad, a pesar de su tuberculosis, animaba todas las tertulias habidas y por haber, entre ellas las que tenían lugar en la vieja Redacción de La Región.

los charlatanes
El viejo Mario era un charlatán fino y polemista, de los que se dejaban ver habitualmente los días de feria, entonces se hacía en la zona de los Remedios –también en la Plaza de la Ferrería, calzado; la Trinidad, ropa usada; la Barreira, hojalateros-que se llenaba de vacas y cerdos. La Reme, que siempre vendía ungüentos de culebras y andaba con una enroscada al cuello; el ungüento curaba el reúma y lo que hiciera falta. O los múltiples locos, que en Ourense resultaban “simpáticos y hasta geniales”. Milagros Campos, la dueña de La Bilbaína. La Antonina, cuñada de Blanco Amor, que se dejaba notar con su voz preciosista en la procesión de los caladiños. Todos estos personajes y otros muchos más formaban parte del universo Baltar, a muchos de ellos les ha dedicado un espacio en su obra, a todos un lugar en el pensamiento.n

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