El ángulo inverso

Rendir cuentas

ALBA FERNÁNDEZ
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“En este mes vacacional haremos un trabajo altruista, no facilón, para recuperar esa olvidada virtud que es la solidaridad”

VIERNES, 16 DE SEPTIEMBRE

Hoy estábamos los cinco tertulianos más uno que sólo aparece intermitentemente. “Qué linda época aquella en que decíamos revolución”. Hará cuarenta días de nuestra última reunión. Poco a poco fuimos llegando todos. No lo he contado pero en esa tertulia nos pusimos deberes. Fue el profesor el que aquel día nos echó una bronca del carajo. Nos avergonzó: “Mucho postureo, mucho hablar, mucho engullir gin tonic, pero ninguno de nosotros hace nada para mejorar este mundo desquiciado. Parecemos miembros de esa ‘canalla’ que tanto abunda y que tiene por consigna esa frase cruel: ‘No es mi problema”. Cuando acababa la reunión, nos hizo levantar las copas e, imperativo, con una voz como si le saliera del alma dijo: “Jurad conmigo que en este mes vacacional haremos un trabajo altruista, no facilón, para recuperar esa olvidada virtud que es la solidaridad”.

Este jueves teníamos que dar fe sobre si habíamos cumplido nuestro juramento. Fue el profesor el que dijo: “Primero hablo yo”. A su lado tenía un misterioso envoltorio. “Me invitó un colega del instituto a acompañarle a los campamentos de refugiados saharauis allá en Tinduf. Él había acogido en su casa a un niño saharaui por el programa Vacaciones en Paz. Aún hay restos solidarios, aquí en Ourense vinieron más de cien chicos que conocieron por primera vez el agua corriente y la calefacción. En mis tiempos universitarios apoyé el nacimiento de la todavía no reconocida República Árabe Saharaui Democrática. Ay, España los traicionó dos veces. Allá en el 75 los abandonamos a su suerte, y no hace tanto, Sánchez ‘regaló’ el Sáhara Occidental a Marruecos ante el asombro de Argelia. Bueno, no quiero daros clases de historia. Lo cierto es que allá me fui, allá a un campo de refugiados de la provincia de Tinduf”.

“Lo cuento por si queréis ir o ayudar. Qué lugar inhóspito de arena y piedras. Allí vi casas construidas con botellas llenas de arena. La anemia, la desnutrición, pero aquella es su patria y quieren ser independientes. Allí, en un campamento, mi amigo se reencontró con el niño que había acogido en España. No voy a extenderme más. Pero creedme, la luminosa sonrisa del niño corriendo a los brazos de mi amigo justificó mi viaje”.

Alguien le preguntó qué es ese envoltorio misterioso. Lentamente abrió el papel: “¿Recordáis la novela del gran Valle-Inclán, ‘La pipa de kif’? Pues esta pipa me la dio un viejo saharaui, me dijo: ‘Usadla, os dará paz”.

“Quién quiere hablar ahora?”. Se levanta el músico. “Bueno, no he ido tan lejos como tú, pero cumplí con largueza nuestro pacto. Quiero ser breve. He trabajado una semana apagando incendios, algunos días en primera línea. No sabéis lo que es ver a una mujer huyendo de su casa en llamas. Hice lo que pude”.

“Me toca”, dice el psiquiatra. “Ya sabéis, cada dos horas hay un suicidio en este país. Esta ciudad es una de las líderes en este triste acontecer, aquí se oculta mucho cuando sucede. No me convencen las ONG.  Trabajé con una en un país lejano y pude ver cómo los jefazos vivían a todo tren en la zona diplomática. Pero os cuento, me trajeron a un joven que había tenido ya dos intentos, ya sabéis, venía de una familia disociada y una infancia llena de abusos. Ahora, en la medicina, mis colegas te escuchan cuatro o cinco minutos como mucho. Me impresionó la madre del chico. Me acordé de nuestro pacto y me dije: ‘Trabajaré con este chico y lo sacaré de las tinieblas’. Me gritaba: ‘Si me quito la vida, hago un favor a mis amigos’. Le dediqué diez intensos días. Está mejor y le estoy haciendo un seguimiento”.

Le toca al pintor. “Cumplí. Acompañé unos días a un anciano amigo de mi madre. Tenía que ayudarle al caminar. El muy cabrón, un día en que estábamos en un bar y yo salí a fumar, se bebió a traición tres chupitos de licor café. A estas alturas de su vida, rondando los noventa, qué le iba a decir. Llegó dando bandazos, la bronca que me echó su cuidadora. No me lo dejaron acompañar más”.

Al abogado parece que le cuesta arrancarse. Por fin se yergue. Está muy serio. “Este mes leí mucho a Saramago. Quedé preso de su verso ‘Nossa maior tragédia é não saber o que fazer com a vida’. Os confieso, hace nada una mujer me hirió implacable en lo más íntimo del alma y este mes me persiguió una incurable y negra melancolía. Me perdí en paseos erráticos”. 

Le comprendimos y todos guardamos silencio. 

(Y bien hermano, hermana lectora, yo era el último en hablar. Lo hice, pero excusadme que lo cuente).

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