La restauración de Ourense pone el cobro de las reservas sobre la mesa

Comensales que no se presentan tras acordar una mesa, teléfonos que no suenan para avisar de las cancelaciones o clientes que aparecen a la hora del cierre de la cocina son algunos de los ejemplos que los hosteleros de la ciudad ponen al hablar de los trastornos que generan las reservas. Así, lo que empezó como una forma de asegurarse un plato caliente y una mesa llena para el establecimiento está generando conflictos de un tiempo a esta parte, llegando incluso a los tribunales en otras partes del país. En Ourense, los gerentes de seis locales de restauración con capacidad para entre 20 y 200 personas comparten este problema. Según relatan, los grupos que no aparecen en días festivos son los que generan un mayor trastorno. Desde los locales no entienden el motivo. Uno de los de mayor capacidad es el San Miguel Gastrobar. Su gerente, Diego González, explica que el Día de la Madre tuvieron uno de estos incidentes: “No se presentó una mesa de cinco personas. No es algo habitual, pero a veces pasa y es una faena muy grande”. “Tenemos un menú cerrado, por lo que pierdes el producto”, explica. Al comentarle la posibilidad de cobrar un precio por las reservas y descontarlo luego del precio final, como en los hoteles, le parece una buena solución… pero duda: “Lo que pasa es que tampoco quieres ser el primero en activar este tipo de medidas porque a la gente le molesta. Es lógico que los clientes que no fallan no quieran aceptarlo”, señala. Y concluye: “Al final, tendremos que tirar por ahí”. También el primero de mayo, Rubén Gil, el propietario de Tamarindo, en la plaza Mayor, sufrió una pérdida de una mesa de 12 comensales. Su local tiene capacidad para 24: “Nos cancelaron la mesa una hora antes de la comida”. Gil expresa su desacuerdo con que no avisen: “Estás esperando y no te llaman, a veces tienen el teléfono apagado… ”. Al otro lado de la ciudad, en A Ponte, Casiano Méndez, de A Feira, cuenta lo que vivió la noche del lunes de carnaval. Otro grupo, en este caso de 15 personas, no ocupaba su reserva para las diez y ya eran las doce de la noche. Cuando, después de llamar insistentemente, por fin le cogieron el teléfono, le dijeron que “estaban en el centro de fiesta y que iban a acercarse hasta aquí”. Para el hostelero la noche no fue tan divertida. Desde entonces, pide una fianza a grupos grandes. Méndez baraja la siguiente hipótesis: “Hay gente que reserva en varios sitios y después escoge el menú que mejor le conviene”. Diego Gónzalez también esboza una teoría similar: “No sé si la gente reserva en varios sitios para asegurarse y tener la posibilidad de no quedarse en casa”. Eso, o decidir sobre la marcha en función de sus planes. Fianza El restaurante de Alberto Rodríguez, O Pingallo, es el que tiene el plato por persona más elevado: “Una media de 60 euros por comensal”. A pesar de las pérdidas que generan las mesas fantasma, todavía no se ha planteado cobrar las reservas. Tino Iglesias, de O Tizar, tampoco. Sin embargo ha dado un paso en este sentido: trabajan con una aplicación que pide la tarjeta al reservar la mesa, aunque la cancelación no se penaliza. Rubén Gil, de Tamarindo, con un precio medio de 25 euros por persona, propone “llegar a un consenso entre locales” para poder realizar un mínimo de reserva: “Cinco euros por persona, por ejemplo”. El gerente del San Miguel entiende a los clientes: “Los cambios cuestan, supongo que el día que esté generalizado que se pida una tarjeta de crédito para realizar una reserva el público lo entenderá, y no se descarta que en el futuro sea así; a la larga, la hostelería será menos numerosa y de otro tipo”. En Pazo Canedo, David Rodríguez comprende las reticencias de los clientes aunque admite que el cobro de la reserva “es algo que acabaremos implementando”.